sábado, 23 de mayo de 2015

En lugar de Néstor Kirchner, Niní Marshall

Por Luis Gregorich
Los regímenes autoritarios o populistas tienen una incansable propensión a distribuir sus señas de identidad -sus nombres, sus rostros, sus imágenes- en los espacios públicos que administran. Cada designación de una calle, de una escuela, de un hospital o de un centro cultural constituye un mecanismo de apropiación simbólica que pretende ligar el poder con una imposible inmortalidad.

Por el contrario, las democracias asumidas como tales, aunque a veces sucumben ante la misma tentación, resignifican esos espacios con etiquetas menos politizadas, que terminan conquistando una legalidad más duradera. De todos modos, nada es seguro, nada garantiza que convivan la perdurabilidad y el mérito.

Entre nosotros el peronismo, fuerza política hegemónica de los últimos 70 años (con algunas lagunas que no han hecho más que confirmar esa hegemonía), ha sido implacable en dejar sus huellas. Las avenidas, caminos o bulevares que llevan los nombres del ex presidente Perón y de su esposa Eva son frecuentes. En realidad, en el caso de Eva Perón parece existir una especialización: la mayoría de los bautizos se han producido, a lo largo del país, en pequeños y grandes hospitales. La novedad más reciente consistió en desviarse de esta opción clásica y en ilustrar el nuevo billete de 100 pesos. Los billetes de banco han sido, en muchos países, los depositarios de la manía ilustradora, que usó los retratos de reyes, reinas, primeros magistrados y dictadores duros o blandos. Hay que destacar la voluntad integradora de algunos Bancos Centrales del mundo (no de la Argentina) que, con buen criterio, mandaron imprimir sus billetes con las imágenes de poetas famosos, reconocidos científicos o luchadores por los derechos humanos.

El kirchnerismo, que se considera la etapa superior del peronismo, se ha complacido en heredar los rebautizos e imposiciones de nombres -de un solo nombre, en realidad-, y una multitud de lugares e inmuebles de la Argentina han pasado a llamarse "Néstor Kirchner". Si bien el impacto es mayor, incluso con una estética monumentalista, en la provincia de Santa Cruz, de la que era nativo el ex presidente, también en otras partes la costumbre se ha extendido.

Un buen ejemplo lo proporciona una de las obras de intervención arquitectónica más espectaculares y costosas, llevada a cabo en la ciudad de Buenos Aires y cuya inauguración parcial acaba de tener lugar. Se trata de la restauración y puesta en valor del notable edificio del viejo Palacio de Correos, o Correo Central, situado en el bajo, frente a Puerto Madero. La obra, en la que se han gastado ya casi 2500 millones de pesos, apunta a ser un gran centro cultural, con un imponente auditorio de conciertos, varias salas más chicas (no podía faltar una que se llamase Eva Perón), salones para exposiciones y muestras de arte, y para cine, además de otras instalaciones de interés cultural. Será la sede de la Orquesta Sinfónica Nacional y de otras agrupaciones menores.

Aplaudimos este proyecto, si bien no podemos hacernos cargo de diversos aspectos técnicos ni de su gestión presupuestaria. Nuestra ciudad, que posee dos magníficos teatros -el Colón, de ópera, en la jurisdicción de la ciudad, y el Cervantes, de prosa, en jurisdicción nacional-, necesitaba un moderno auditorio para conciertos sinfónicos y corales, que consolidara el sello de Buenos Aires como ciudad musical de excelencia. ¿Cuál es, entonces, el motivo de queja, la impresión (para emplear una expresión popular) de que nada nos viene bien?

La disconformidad, si se nos permite, es esta vez de orden ético, quizá poco importante en medio del desbarajuste institucional en que vivimos, pero que de todos modos debe ser planteada. La obra que comentamos fue conocida, en un primer anuncio al país que se formuló en 2010, como el "Centro Cultural del Bicentenario". No quedamos conformes porque el nombre era muy convencional, pero las fechas y las dimensiones de la obra lo justificaban.

Ocurre que tampoco quedó conforme la Presidenta, porque el 21 de noviembre de 2012 hizo promulgar la ley Nº 26.794, obtenida en un trámite exprés, sin presencia de la oposición ni consulta a la comisión de Cultura. Esa ley, como puede suponerse, cambiaba el nombre del nuevo emprendimiento, que pasaba a llamarse "Centro Cultural Kirchner", tal como se sigue denominando hoy. ¡Otra vez la pulsión rebautizadora se había manifestado, y después de sólo dos años de vigencia del nombre original! ¡Y de nuevo, ahora, caracterizó un acto que podía haber reunido, en un ejemplo de diversidad, a oficialistas y opositores, y que cedió ante el partidismo y la propaganda electoral!

Como simple ciudadano que desde hace mucho tiempo está interesado en los temas culturales, me pregunté qué nombre habría elegido yo para que figurara en el frente del viejo edificio de Correos restaurado. Pensé, primero, en quienes son, quizá, y por diferentes motivos, los dos músicos argentinos más importantes: Alberto Ginastera y Ástor Piazzolla. En cualquier caso, habría sido un acto de justicia, pero el hecho es que buscaba algo menos obvio.

Por fin me detuve en un nombre que admiro desde siempre y que me parece una de las más netas expresiones del genio argentino: la actriz y escritora Niní Marshall, que más allá de sus impagables películas y programas radiales fue una intérprete única de nuestra diversidad étnica y cultural y, sobre todo, de los matices de nuestra lengua, el español rioplatense. No, no era una simple actriz cómica, y su creatividad no ha recibido aún el homenaje que merece.

Y ahora, señora Presidenta, y hablando muy en serio: ya que el nombre del nuevo Centro no está disponible, ¿por qué no ilustrar con el rostro de Niní Marshall, lúcido y sonriente, alguno de esos billetes que tanto nos acosan y desvelan?

© La Nación

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