sábado, 30 de mayo de 2015

El custodio se cotiza

La Presidenta lo bendijo, Scioli tomó nota, y en su permanencia buscan sustentar 
la ilusión de que la economía está a salvo.

Por Roberto García
Pasaron los últimos seis meses, en el mercado financiero, bajo la profecía general de que había que invertir en la Argentina. Más que profecía, convicción: subieron títulos y acciones, algunos geométricamente. Creer para ver. Había razones para explicar el comportamiento: 1) ciertos activos estaban baratos, rendían en exceso, la tasa en el mundo descendía a cero y, sobre todo, 2) el tándem Cristina-Kicillof cumplía su ciclo y se diluía a fin de año.

Pronóstico adicional: el nuevo gobierno negociará con los holdouts, vendrá plata fresca y seguramente créditos a tasa razonable; se recompondrán precios relativos, especialmente en el sector energético, se pondrá a dieta al Estado en gastos y subsidios, otro tipo de cambio ecualizará al dólar más alto, fin del cepo, reducción de retenciones. Un alud de promesas en el sector bancario, del exterior en particular, cualquier demora era una pérdida. Como en la tele, llame ya, compre ahora. En ese período se vivió la paradoja de que, por adelantarse al advenimiento, se auxiliaba a quienes caían en picada, aquellos que por incompetencia o perversión armaban bombas para sus sucesores. Pero esa sensación de explosivo deterioro se contuvo, la inflación mermó y en la calle no progresó el clima de catástrofe (a pesar de que algunos números fiscales son insostenibles).

Esa bocanada de aire se acompañó en las encuestas, Ella las usó y abusó: se afirma en la descendencia, su liderazgo incólume, y su heredero menos deseado (Daniel Scioli) proclama al viento su fidelidad a la jerarquía y al proyecto. Hasta suscribe, con la esposa, una cartilla con lo que se debe decir y, además, cómo decirlo. De ese cambio político derivó otro económico: Axel Kicillof dejó de aspirar a la vicepresidencia –destino que parecía definir a los favoritos por el antecedente Boudou–, confesó su voluntad de seguir en Economía, hasta decidió empoderarse del futuro cargo atacando a consultores de Scioli que no son de su paladar (Bein, Blejer, Levy Yeyati). Como no todo es personal, Ella habló de su “chiquito”, dijo que era lo mejor que tenía en su gobierno. Scioli debió tomar nota, tachó algunos nombres, incorporó a otros. El deber obliga. Lo que no resuelve, en cambio, es la actitud a asumir por aquellos que antes compraban porque se iban Kcillof y Cristina, y ahora deambulan en busca de un argumento para permanecer en el mercado porque tal vez Kiciloff no se va, siempre que gane Scioli. Además, todos los días, la Presidenta les dice que es antipatria todo lo que ellos ven bien y patria lo que ven mal. Un dilema disociatorio, entonces, para ahorristas o especuladores desorientados. Gente que tal vez pueda prestarle plata a un gobierno con tasas usurarias –finalmente el nivel de endeudamiento argentino es bajo, se justifican–, la misma administración que hace unos años decidió renegociar la deuda externa porque le aplicaban tasas usurarias.

Scioli repite hasta el hartazgo: soy la continuidad. Cuando la continuidad, para Cristina, no es él sino la persistencia de Kicillof al frente de Economía. De ahí que necesite un juramento o un compromiso para una designación anticipada con garantía mínima, tal vez de cuatro años. Si antes de tiempo se cubrieron Lorenzetti como titular de la Corte, también los futuros diputados a la Unasur con la prebenda de la inmunidad o los codiciosos electores de la FIFA para elegir la sede de los mundiales que ellos ni siquiera habrían de ver, nadie negará la pretensión dinástica de la Presidenta. Aunque ese nuevo custodio de la tradición familiar, Kicillof, jamás haya figurado en los planes de Néstor Kirchner. Ni en el peronismo que habrá de consentirlo, menos en el Scioli que eventualmente puede designarlo con la seguridad de no cambiarlo luego con la misma lapicera. Tan curioso sería este desenlace que ni el propio ministro imaginó alguna vez que él iba a beber de esa agua bendita y contaminada.

Sellado. Con máximo poder, Cristina trata de sellar su legado. No la representan los candidatos presidenciales, tampoco favoritos de su entorno, de Carlos Zannini al cuarteto de La Cámpora. Ni su propio hijo, quizá por falta de rodaje. Menos los otros ministros. ¿O acaso alguien atina a colegir que Tomada, Barañao, Manzur o Fernández son la encarnación del cristinismo en vida, que son el proyecto, por más que lo declamen? O por más que juren subordinación eterna. Kicillof, en cambio, hechura de su sastrería, le generó satisfacciones, tanto que hasta le otorgó a su cartera un relieve que lo había perdido desde que partió Roberto Lavagna. Y sin que Ella se molestara, lo cual suele ser una proeza frente a personalidades tan caras y queridas a sí mismas.

Si lo del ministro convulsiona el frente oficialista, dinamita la propia estructura del PJ y la autoridad supuesta de Scioli, vale reconocer que su fulminante ascenso también provoca temblores en la oposición. Ya los economistas de los presidenciables bajaron el tono frente a su gestión, se muestran concesivos, como aplicando la estúpida consigna en boga: “No todo lo que se hizo está mal”. Unos, forzados por consultores que aconsejan no discutir, menos enfrentar (incluso aquellos que fueron tratados de idiotas), otros por no complicarse más la vida (a ver si es cierto que Cristina no se va y Kicillof sigue de ministro). Un ejemplo último es Federico Sturzenegger, del PRO, quien opina que el dólar no está bajo ni sufrirá grandes cambios –sobre todo cuando en otro gobierno, dice, podría estar más bajo por la inundación presunta de activos externos– ni que tampoco serán necesarias medidas drásticas para corregir los desequilibrios fiscales de la actualidad. Parece un iluso monje budista dedicado a la reflexión.

No es el único en su rubro, en estos tiempos en que las encuestas hasta pueden cambiarle el sexo a la gente.

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