martes, 24 de marzo de 2015

La UCR en busca de un destino

Los herederos de Alfonsín, divididos entre el legado puro del radicalismo 
y el macrismo.

Por James Neilson
Lo mismo que el peronismo, el radicalismo es mucho más que un movimiento político. Es un sentimiento, una subcultura, una manera un tanto rara, casi decimonónica, de expresarse, una identidad elegida por quienes encuentran atractivo un relato protagonizado por personajes como Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y, en los años últimos, Raúl Alfonsín, además de los valores que a su entender encarnaban tales prohombres. 

Pero mientras que los camaleones peronistas son capaces de adaptarse sin complejos a cualquier circunstancia, por imprevista que les fuera, los radicales han resultado ser aún más nostálgicos y mucho menos pragmáticos. Ellos sí se aferran a sus verdades reveladas: la propensión de sus líderes a tomar al pie de la letra su propio discurso altisonante los ha llevado a cometer tantos errores en el gobierno que en diversas ocasiones el radicalismo ha estado al borde de la extinción pero, para desconcierto de los sepultureros, una y otra vez la UCR ha logrado levantarse de la tumba.

Acaba de hacerlo de nuevo. Si bien, como en 2007 cuando, por falta de presidenciables propios, los radicales se alinearon detrás del peronista Roberto Lavagna, han tenido que pactar con un extrapartidario, en esta oportunidad Mauricio Macri, que podría aportarles los votos que necesitan, de prosperar la alianza que está formándose con PRO, el ala más razonable y más democrática del populismo nacional se aseguraría un papel determinante en los años próximos. Sucede que, a pesar de haber sufrido tantos reveses por, como confesó Alfonsín antes de despedirse de la presidencia, no poder, no saber o no querer hacer lo necesario para gobernar con solvencia, la UCR ha conservado un imponente aparato político que está presente en todos los distritos del país. Cuando de vehículos electorales se trata, posee tantas flotillas como el PJ o más; lo que no tiene son conductores que estarían en condiciones de usarlos para alcanzar la Casa Rosada.

En el corto plazo, la capacidad movilizadora del radicalismo entraña un peligro. Si merced a ella Ernesto Sanz derrotara a Macri en las PASO, reeditando lo hecho por Fernando de la Rúa en 1998 cuando, en la interna de la alianza de aquel entonces, superó por un margen muy amplio a la frepasista Graciela Fernández Meijide, el acuerdo con PRO, que se basa en la voluntad radical de aprovechar la popularidad creciente del jefe del gobierno porteño, dejaría de tener sentido y todo volvería a ser como era antes de la Convención del domingo pasado. Así y todo, Sanz y la ex radical Elisa Carrió tendrán que hacer un esfuerzo auténtico por hundir el barco que, esperan, salvaría al país de más años de hegemonía peronista.

Los kirchneristas que temen que se mantenga a flote, están poniéndose cada vez más nerviosos, lo que puede entenderse ya que para muchos, comenzando con Cristina, el llano amenaza con serles terriblemente inhóspito. La aparición repentina de una alternativa que, como saben muy bien, podría triunfar en las elecciones venideras, los asustó tanto que su reacción inicial bordeó la histeria. Aníbal Fernández, representante él de una ultraderecha de reminiscencias mussolinianas de la que el peronismo no ha logrado librarse, se puso a lamentar el supuesto regreso de “la derecha espantosa” liderada, nos informó, por un imbécil. Se entiende: en los manuales de geometría ideológica confeccionados por los kirchneristas, Macri, un político que no desentonaría en el gobierno del presidente francés François Hollande, un socialista, se halla ubicado en la derecha extrema del diagrama que han improvisado, mientras que los fachos montoneros y sus admiradores ocupan un lugar en la izquierda. De más está decir que tales distorsiones, ocasionadas por la voluntad de muchos peronistas de alejarse lo más posible de los orígenes intelectuales del movimiento en el que militan, han contribuido enormemente a obstaculizar el desarrollo político y socioeconómico de la Argentina.

También ha tenido consecuencias muy negativas la idea de que en esta parte del mundo las coaliciones nunca sirvan para gobernar. Es un planteo antidemocrático, ya que, en una sociedad compleja y por lo tanto pluralista como la argentina, la única alternativa a una alianza será un régimen autoritario, por preferencia unipersonal, como el encabezado actualmente por Cristina, o sea, una especie de dictadura consentida. En Europa, además de países latinoamericanos como Brasil y Chile, las coaliciones son normales, mientras que en Estados Unidos los partidos Demócrata y Republicano son ellos mismos “rejuntes” de facciones muy diversas. Oponerse por principio a tales arreglos porque el gobierno de la Alianza terminó mal es tan perverso como autodestructivo.

Puede que haya exagerado Lilita al vaticinar que el frente Pro-UCR-CC, más otras formaciones que podrían agregarse en los meses próximos, gane las elecciones en la primera vuelta, pero no cabe duda de que, siempre y cuando se mantenga intacto, brindará a los radicales una buena oportunidad para regresar al poder real. ¿Habrán aprendido algo de la experiencia de los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa? Sería de esperar que sí. Por cierto, al país no le convendría en absoluto ser sacrificado nuevamente en el altar de la inoperancia principista o de prejuicios ideológicos patéticamente anticuados, como los que tuvieron que enfrentar De la Rúa mientras luchaba para sobrevivir en medio de una coyuntura internacional sumamente desfavorable. De haberse visto beneficiado el gobierno de la Alianza por el viento de cola que por un rato hizo viable el “modelo” populista de los K, el país no hubiera sufrido el colapso político y económico del cual, la etapa de crecimiento “a tasas chinas” que disfrutó Néstor Kirchner no obstante, dista de haberse recuperado.

Los kirchneristas no son los únicos que tienen motivos para sentirse alarmados por la convergencia de PRO y la UCR. El gran perdedor de la interna radical que se celebró en Gualeguaychú fue Sergio Massa, ya que había esperado incorporar al grueso del radicalismo a su propio movimiento peronista transversal. Aunque en algunos distritos podrá confiar en el apoyo de dirigentes radicales locales, el que los jefes del partido, luego de un debate a veces tumultuoso, hayan apostado a Macri hace pensar que su candidatura se desinflará al polarizarse el electorado. Ya antes de optar los radicales por aliarse con el porteño, el diputado Massa se encontraba en dificultades. Con todo, por tratarse de un político aún bastante joven, podría concentrarse en la pelea con Daniel Scioli por el derecho a encabezar el próximo avatar del peronismo que está experimentando una de sus metamorfosis periódicas. Aunque Massa siga soñando con la presidencia de la República, la gobernación de la provincia de Buenos Aires le sería un objetivo más realista. Por lo demás, le permitiría surfear lo que, tal y como están las cosas, podría resultar ser la ola del futuro.

Lo mismo que Dilma Rousseff en Brasil cuando, para conseguir la reelección, acusó a su rival Aécio Neves de querer depauperar a los ya muy pobres privándolos de subsidios, sólo para ordenar ella misma la madre de todos los ajustes en cuanto se enteró de los resultados, los kirchneristas procurarán sembrar miedo entre los habituados a confiar en la generosidad personal del caudillo peronista de turno hablando pestes del “derechismo” atroz de Macri y del odio por los desafortunados que supuestamente comparte con los satánicos “poderes concentrados”, el monopolio Clarín y los empresarios nativos y extranjeros. Huelga decir que, en el caso de que un presunto oficialista como Scioli triunfara, el gobierno resultante no tendría más alternativa que la de emular a Dilma aplicando un feroz torniquete fiscal, pero desde el punto de vista de los ocupantes actuales de la Casa Rosada, tales detalles carecen de importancia.

En las etapas próximas de la campaña electoral que se puso en marcha no bien terminó la anterior asistiremos a un diálogo de sordos. Los contrincantes hablarán en lenguas mutuamente incomprensibles. Los kirchneristas quieren descalificar por completo a sus retadores sin preocuparse por la eventual veracidad de sus afirmaciones, mientras que estos creen que lo que el país necesita es un cambio de estilo, de suerte que es de prever que traten de llamar la atención a su propia sobriedad, moderación y sentido práctico. Si bien es probable que dicha estrategia les permita captar una mayoría sustancial de los votos de la clase media, no hay garantía alguna de que resulte eficaz en los sectores más pobres que siempre han apoyado a los candidatos peronistas sin manifestar interés en sus divagaciones ideológicas, fueran estas “neoliberales” como las de Carlos Menem o “progresistas” como las de Cristina y sus allegados.

El encargado de desafiar el monopolio peronista en las zonas más deprimidas del conurbano tendrá que ser Macri que, mal que les pese a los resueltos a tratarlo como un frío tecnócrata con la cabeza atiborrada de ideas foráneas, es capaz de comunicarse con naturalidad con los despectivamente llamados “humildes”. Si logra establecer vínculos con los famosos “barones” del Gran Buenos Aires que, con escasas excepciones, distan de ser los mafiosos truculentos de la leyenda negra que se ha propagado, la tarea que le aguarda no debería resultarle demasiado difícil.

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