Por Manuel Vicent |
Según consta en el Boletín Oficial del Estado los profesores
de religión deberán explicar a los niños de primaria la forma de pedir favores
a Dios y mostrar agradecimiento cuando la súplica haya sido atendida. Con esta
lección desde los seis años los niños pasarán a engrosar el acervo de los
mortales que esperan una solución a sus problemas mediante plegarias a un Poder
Celestial.
La oración siempre entraña un pacto egoísta. Quien alaba al
Señor cree merecer una dádiva a cambio. Si en algún lugar del universo hubiera
un Ser Omnipotente como el que pinta la iglesia debería de estar harto de esta
murga lastimera que emiten los habitantes de este planeta pidiéndole beneficios
o remedios para sus males.
El coro de alabanzas destinadas a excitar el ego divino,
seguidas de un rosario inagotable de penalidades no lo soportaría en la tierra
el sátrapa oriental más veleidoso. No es extraño que el silencio de las esferas
sea la única respuesta.
Pero los profesores de religión lo tendrán aún más difícil a
la hora de explicar a los alumnos de secundaria que Dios ha creado al hombre
para que sea feliz y por tanto está obligado a expresar gratitud y amistad con
su Creador.
Puede que algún alumno resabiado pregunte por qué nuestros
padres fueron expulsados del paraíso si allí eran felices, iban desnudos y se
sentían inmortales. Por haber probado el fruto del árbol de la ciencia
aconteció el desastre – contestará el profesor. Ese árbol de la ciencia ha
quedado ahora en la pizarra del aula plantado por la clase anterior que hubo de
matemáticas. En el negro encerado los signos algebraicos forman una noche muy
estrellada llena de constelaciones.
El profesor de religión las habrá tenido que borrar para
suplantarlas por otras palabras mágicas, revelación, culpas, plegarias,
milagros, misterios, ruedas de molino y otras parábolas.
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