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Por J. Valeriano Colque (*) |
De tanto huir hacia adelante, al final Cristina Fernández
llegó. Con la salida de Juan Carlos Fábrega del Banco Central, la Presidente
pierde al único funcionario de alto nivel que los agentes económicos en general
consideraban portador de sentido común. Ahora, ella deberá ser su propio dique
de contención.
En los mercados veían a Fábrega como un hombre con atributos
modestos–no tiene título universitario, por caso, la carta orgánica del Central
no lo exige–pero conocedor del sistema financiero.
Cuando, en enero, tras la devaluación, Fábrega emprendió una
típica política de banco central (aspirar dinero del mercado tomando prestado
el dinero de los depositantes de los bancos) el mercado le puso un rótulo:
dique de contención del desmán presidencial.
Eso podía funcionar un rato, hasta que Axel Kicillof dejara
de usar al Banco Central como gigantesca caja chica de un fisco desquiciado
que, durante 10 años, le fue demandando cada vez más dólares (para pagar sus
deudas sin recursos propios) y pesos (para pagar los gastos de una maquinaria
política tan demagoga como improductiva). Kicillof prometió quitar subsidios,
pero sólo lo hizo parcialmente con el gas.
En las vísperas del último default parcial, el mercado
ratificó que Fábrega era de los suyos. El titular del Banco Central alentó que
un pool de bancos comprara el juicio ganado por los fondos buitre y consintiera
en esperar a cobrarlo hasta enero, con la cláusula Rufo vencida. Kicillof
pulverizó su inspiración en una conferencia de prensa.
Como Kicillof no hizo su trabajo y el Banco Central tenía
que seguir mandándole pesos en contenedores, Fábrega no tuvo otro remedio que
seguir aspirando pesos. Eso demandó tasas altas de casi 30 %, de niveles
recesivos. Kicillof se enojó y lo forzó durante unas semanas a bajar las tasas.
La inflación y el blue dieron otro obvio sobresalto. Como el Ejecutivo también
le siguió exigiendo dólares, para no perder reservas el Banco Central fue
demorando la liquidación de dólares para pagar importaciones, incluso las
autorizadas por Economía.
También era recesivo. Son dos legados de Fábrega: una deuda
del Banco Central con los depositantes de los bancos que creció 132 % en 11
meses y ya es una bola de nieve que amenaza exportar la crisis transformándola
en bancaria; y una deuda en dólares oculta con proveedores externos que pasó de
cero a más de 5.000 millones de dólares. Fábrega no pudo encontrar la
cuadratura del círculo que exige la política elegida por Cristina Fernández con
el manual de Kicillof. Esa política necesita un mago alquimista que convierta
los pesos excesivos en los dólares que son tan escasos. Como eso es
imposible–y, que se sepa, el sucesor de Fábrega es economista y no químico–Alejandro
Vanoli tiene uno de estos dos destinos:
Remontar todos sus antecedentes y demostrarles con paciencia
a los agentes económicos que puede ser un nuevo Fábrega, un último dique de
contención para una política descalabrada.
Inventar nuevos métodos para demorar lo inevitable, con una
colección de nuevos controles para cerrar aún más el cepo cambiario.
Para lo primero, necesitará un tiempo cada vez más escaso.
Para lo segundo, sólo necesita obedecer. Lo que no podrá hacer es magia.
Endurecimiento de los
controles
A lo largo de la gestión de Juan Carlos Fábrega al frente
del Banco Central, la política monetaria estuvo claramente dominada por la
política fiscal.
Esto significa que la emisión de dinero no estuvo motivada
por decisiones autónomas del Banco Central de acuerdo con sus objetivos de
política económica, sino que fue consecuencia de la necesidad del Gobierno
Nacional de financiar su déficit fiscal con emisión monetaria, a través de
adelantos transitorios (préstamos del Banco Central al Tesoro Nacional) y de la
distribución de utilidades (generadas por el impacto de las subas del dólar
oficial sobre el valor en pesos de las reservas).
No es razonable esperar que esto cambie con la designación,
al frente del Banco Central, de Alejandro Vanoli.
Con Fábrega, el Banco Central emitió tanto dinero como
necesitó el Gobierno para cubrir su creciente déficit fiscal, y la política
monetaria quedó así condicionada por decisiones del Ministerio de Economía. Con
Vanoli esto seguramente no cambiará.
La designación de Vanoli tal vez incline la balanza en la
disyuntiva entre altas tasas de interés para contener el dólar paralelo y la
inflación (postura de Fábrega) y bajas tasas de interés para impulsar la
economía (postura de Kicillof) en favor de esta última. A fin de cuentas, la
salida de Fábrega puede leerse como un triunfo de Kicillof en esa controversia.
De todos modos, eso tarde o temprano terminaría ocurriendo.
Por la influencia que parece tener Kicillof sobre la Presidente, y porque
ningún gobierno tolera por mucho tiempo altas tasas de interés en medio de una
recesión. También es probable que, con Vanoli, el Banco Central no insista con
devaluaciones cuyo efecto sobre la competitividad cambiaria dura muy poco, por
su impacto inflacionario, como ocurrió este año.
Resta saber si intentará mantener fijo el tipo de cambio,
como ocurrió entre febrero y abril, o subirlo lentamente como ocurrió,
intermitentemente, desde mayo (o diseña algún esquema de tipos de cambios
múltiples, para intentar devaluar con control de impactos inflacionarios.
De allí se deriva el que probablemente sea el cambio más
importante, que explica la designación de Vanoli: continuando el atraso
cambiario, y la tendencia a incrementarse la brecha cambiaria por emisión de
dinero sin recuperación de reservas y bajas tasas de interés, es altamente
probable que el Gobierno intente profundizar el combate de las consecuencias
del atraso cambiario y el aumento de la brecha cambiaria en lugar de combatir
sus causas.
Esto implica, concretamente, mayor esfuerzo de fiscalización
y persecución a quienes operen en el mercado paralelo (como viene ocurriendo en
estas semanas). A fin de cuentas, fue Vanoli quien utilizó el argumento tantas
veces repetido por Capitanich de que el dólar paralelo es tan ilegal como la
comercialización de cocaína. Y, fundamentalmente, a quienes operen en mercados
alternativos al oficial, hasta ahora legales, como el dólar bolsa (comprar
instrumentos financieros en pesos para venderlos en dólares) o el contado con
liquidación (igual que el dólar bolsa pero realizando las ventas en el
exterior).
Esta es la señal que dio la Presidente en su discurso por
cadena nacional cuando mencionó explícitamente a bancos y agencias de bolsa que
habían realizado ese tipo de operaciones, que ella calificó como ilegales.
Seguramente anticipaba un endurecimiento de los controles para desalentar estas
operaciones.
Vanoli, al frente de la CNV, tenía, entre sus
responsabilidades, controlar los mercados bursátiles, entre ellos los de
operaciones con instrumentos financieros utilizados para operaciones
cambiarias.
Esa experiencia es probablemente la que motivó su
designación al frente del Banco Central
Cómo salir de la
trampa del atraso cambiario
Uno de los principales desafíos de política económica en Argentina
es cómo salir de la trampa del atraso cambiario, es decir, de un tipo de cambio
demasiado bajo para los costos internos, que trae muchas consecuencias
negativas, como ocurrió a comienzos de los ‘80 con la Tablita Cambiaria, a
finales de los ’90 con la Convertibilidad y está ocurriendo nuevamente desde
mediados de 2011.
No es fácil salir de esta trampa en condiciones como las
actuales, porque con alta inflación las devaluaciones se trasladan muy
rápidamente a los precios internos, licuando su efecto sobre la competitividad
cambiaria.
Ese es uno de los motivos por los cuales el equipo económico
seguramente evitará devaluar, es decir, subir de un salto el tipo de cambio,
como en enero de este año. Porque ya comprobó que, en este contexto, las
devaluaciones no sirven. Y porque devaluar está en contra de la visión
económica de Kicillof, que siempre criticó las políticas de dólar alto. Lo
hizo, por ejemplo, en épocas de Lavagna en el Ministerio de Economía.
En otros momentos, como entre 2005 y 2011, el dólar alto se
sostenía, a pesar de la alta inflación, porque el dólar se depreciaba contra la
mayoría de las monedas del mundo, entre ellas las de nuestros principales
socios comerciales.
La diferencia entre nuestra inflación y la de Brasil se
compensaba en parte por la lenta suba del tipo de cambio aquí y en parte a
través de bajas del tipo de cambio en Brasil, contracara de aquella
depreciación del dólar. Pero cuando Brasil dejó de bajar su tipo de cambio, a
mediados de 2011, y comenzó a subirlo, nuestra competitividad cambiaria se
desplomó. Y caímos así en la trampa del atraso cambiario. A comienzos de año
nuevamente Brasil nos jugó a favor, al menos desde el frente cambiario.
Entre fines de enero y la primera mitad de abril el tipo de
cambio en Brasil cayó 9,9 %, contribuyendo a mejorar nuestra competitividad
cambiaria justo en las semanas posteriores a la devaluación.
Pero desde comienzos de septiembre, el dólar en Brasil ha
estado subiendo, y eso complica nuestro frente cambiario. La suba fue del 11,6 %
en sólo un mes. Con esa suba, el tipo de cambio en Brasil está hoy en su máximo
en lo que va del año. El problema es que esta suba del dólar en Brasil puede
ser parte de un proceso que puede durar algún tiempo. Es el fortalecimiento del
dólar en el mundo, luego de más de 10 años de depreciación casi ininterrumpida.
El dólar contra una canasta de monedas subió 6,7 % desde el
1 de julio hasta finales de septiembre.
Dos consecuencias de esta apreciación del dólar en el mundo.
La primera es que la contracara de la apreciación del dólar es que se deprecia
el resto de las monedas. Es decir, sube el tipo de cambio en otros países, como
nuestros socios comerciales en general y Brasil en particular. Salir del atraso
cambiario se hace así más cuesta arriba. Ya no sólo hay que subir el tipo de
cambio para compensar una inflación mayor, sino también para compensar mayores
tipos de cambio en otros países.
La segunda consecuencia es que caen los precios en dólares
de las materias primas, como es el caso de la soja. Justo cuando el Banco
Central tiene serias dificultades para sostener sus reservas. Menores precios
de materias primas y fortalecimiento del dólar justo cuando estamos en medio de
un problema de atraso cambiario son malas noticias. Porque prefiguran un 2015
con mayor escasez de dólares, muy difícil de manejar sólo con mayores
restricciones a las importaciones.
(*) Economista
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