domingo, 21 de septiembre de 2014

Revuelo en la monarquía kirchnerista

Por Jorge Fernández Díaz
El príncipe vino a romper un mito moderno, y lo hizo en nombre de la impetuosa tradición que encarnan San Martín, Rosas, Perón, Néstor y Cristina. "Se terminó el mito de que Máximo juega a la Play", declaró oficialmente Mayra Mendoza, diputada nacional de La Cámpora. "Es hijo de dos estadistas", completó Mariotto, como quien extiende un certificado de sangre azul.

Las declaraciones que giraron en torno a la aparición pública del primogénito dan, como se ve, para el sarcasmo y sobre todo para la perplejidad. Luego de seguir con suma atención su discurso de La Paternal ,no pude resistir la tentación de buscar un símil en los viejos y amarillentos libros marxistas, en los textos del progresismo internacional e incluso en los volúmenes de los movimientos emancipadores del Tercer Mundo que juntan polvo en mi biblioteca. Obviando a aquel Perón enmohecido que recurrió institucionalmente a su esposa para custodiar su salud terminal, resulta una tarea muy difícil encontrar un modelo de poder donde primero venga el turno de papá, después le toque a mamá y finalmente asome el nene. Surgen algunos próceres y experiencias históricas distantes que unidas y combinadas tal vez ayuden a armar por fin este genial puchero ideológico: pongan primero unos toques del veterinario Gildo Insfrán, agreguen unas gotas del inefable matrimonio Alperovich, añadan una hoja aromática de los santiagueños Zamora y mezclen todo eso con los grandes demócratas de Corea del Norte. Ese menjunje y no los textos de Ramos y Cooke forman, al fin de cuentas, la identidad real del kirchnerismo básico: dícese de una de las formas más rancias del egoísmo neoperonista.

Los militantes serios podrían sentirse verdaderamente ofendidos por el acto de Argentinos Juniors. En principio, porque más allá de las dialécticas de tablón quedó allí patentizado que ese gran proyecto retóricamente colectivo se reduce en realidad al tamaño de un living, casi a un hogar monoparental donde los lineamientos y estrategias de la patria los deciden entre susurros una mujer y su hijo. Sólo los monarcas, que descendían directamente de Dios, se arrogaban tantos privilegios. Los militantes también podrían enojarse porque en esa cancha repleta de empleados estatales quedó certificado que los soberanos no prepararon a ningún duque para sucederlos: como mamá no puede presentarse, la tía no mide y el pibe por ahora no da más que para pelear la intendencia de Río Gallegos, resulta que el movimiento patriótico debe poner pausa, entregarle la banda a la Antipatria y volverse un rato al llano. Pululan, por supuesto, algún marqués menor o cierto barón extraviado con la única intención de disputarle a Scioli la interna, pero sin la menor chance de ganar y con el secreto propósito del Caballo de Troya: conspirar más tarde desde adentro contra su propio y muy despreciado candidato. Parece que en el movimiento nacional y popular el que gana gobierna, pero el que pierde, sabotea. Es muy entretenida la traición.

Otro argumento sintomático surgido de la misa camporista se relaciona con la idea de Cristina La Invencible. Aquí se nota que los Kirchner fueron discípulos aventajados de Menem, proverbial inventor de ese curro, y que todavía la oposición puede ser corrida con la vaina: no existe la menor posibilidad de una re-reelección porque la ciudadanía destrozó en las urnas el intento hegemónico de convertir a la Argentina en Formosa. Sin embargo, lo más interesante fue el desafío lanzado desde el atril aquel sábado nublado: dejen competir a Cristina, no le tengan miedo al pueblo. Máximo no acepta que el pueblo ya le ha dado un contundente voto castigo a la gestión de su madre y que la ha sacado de carrera. Pero más allá de esa negación tan funcional a la actual decadencia, pretende instalar la idea de que no están siendo justos con la gran dama al no permitirle participar de la puja presidencial. Tal vez exista un juego para la PlayStation 4 donde se pueda simular en el plano digital lo que en la vida ya es imposible. Algunos consejos: para que sea una justa leal deberían los kirchneristas cancelar los superpoderes con los que administran de manera arbitraria la cosa pública. Y abandonar el Estado y todas las cajas de las que se sirven para presionar a empresarios, provincias y municipios, y para hacer proselitismo con la plata de los contribuyentes. También deberían imitarlos las administraciones provinciales y las comunas que funcionan como principados. Y la Jefatura de Gabinete estaría, por cierto, obligada a cederles a profesionales probos e independientes los organismos de control, donde el oficialismo ha colocado centinelas bien rentados para lograr que los expedientes espinosos se desvanezcan en el aire. Si fuera un juego verdaderamente completo incluiría la prohibición de recibir dinero de negocios raros, como el tráfico de efedrina, y desarticularía de inmediato todas las licitaciones amañadas de la nueva Patria Contratista para que las campañas fueran legítimas y transparentes. Recién entonces se libraría quizás una batalla electoral equilibrada, y esta democracia fraudulenta que brilla en el sufragio y agoniza en la república podría eventualmente tener algunos visos de normalidad.

Cada día está más claro qué cosas debe cambiar el país para modernizarse y progresar, y cada día parece una tarea más difícil de llevar a cabo. Principalmente por culpa de este feudalismo aldeano, esta oligarquía peronista de clanes familiares que ha capturado el Estado y que mantiene de rehén al sistema entero de gobernabilidad. Narcotizada por el consumo, el pan subsidiado y el circo épico, una parte de la sociedad argentina permitió que se pulverizaran las reglas fundamentales de 1983. Y de esa grave distracción devienen los actuales desatinos de la economía: al no funcionar las instituciones fue imposible interpelar y mantener a raya los delirios y negligencias de quienes apretaron los botones equivocados durante estos últimos tres años de gestión surrealista y caída libre. La estanflación, el cepo, el default y el desempleo son consecuencias directas de una metodología autocrática decidida en un living de Olivos, y de que ya no existan en el país mecanismos de vigilancia institucional ni una efectiva rendición de cuentas.

Tanto Laclau como Sebreli, intelectuales ubicados en las antípodas, piensan que el destino ya no se juega en las viejas disyuntivas de peronistas y antiperonistas, liberales o nacionalistas, izquierdas y derechas. La contradicción fundamental se centra ahora en populistas versus institucionalismo. Lo curioso es que existen algunos antiperonistas practicando el populismo más grosero y muchos peronistas abogando por la institucionalidad. En esta última zona se ubica Julio Bárbaro, un dirigente histórico que desdramatiza el futuro: "El kirchnerismo fue una secta que pareció una iglesia -asegura. Pero si le sacás el poder vuelve a ser una sectita. El menemismo también era una iglesia y no le quedó un fiel. Hoy el kirchnerismo es Boudou, vive en un médano". Es probable que tenga algo de razón, pero el irónico argumento olvida que todas estas patologías del presente integran la biología del ser argentino: en el mejor de los casos la enfermedad puede apagarse, pero siempre queda a tiro de ser reactivada. Por otro líder mesiánico montado en soja y petróleo, o incluso por la pequeña familia glotona que en la cancha de La Paternal comunicó a los muchachos de su equipo: soy el dueño de la pelota y me la llevo a casa. Este partido terminó.

© La Nación

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