Tras el almuerzo
papal, CFK impulsó la reforma civil que dormía desde 2012.
Quintillizos Cámpora
en Nueva York.
Por Roberto García |
Era habitual durante años: nuevo gobierno y, con la jura o
audiencia previa, siempre aparecía un cura que se arremangaba la sotana y se
sentaba con las flamantes autoridades para discutir al ministro de Educación,
la política del área y, por supuesto, los subsidios. Si uno se vuelve vulgar,
puede comparar aquel ejercicio político de la Iglesia con la última entrevista
de Cristina con el Papa: cuando concluyó el almuerzo del cual las partes no
brindaron ninguna información y, apenas aterrizada en Nueva York, Ella ordenó ipso facto, vía el presto Julián
Domínguez, apresurar en Diputados la aprobación del Código Civil y Comercial
que estaba congelado desde hacía meses en el Congreso.
Como si fuera un
trámite, simple papeleo de escribanía y no un eventual cambio en las
condiciones de vida de la sociedad. Francisco, “mi amigo”, contento con la urgencia aplicada (para los
intereses católicos se le quitaron varios artículos contrarios del proyecto
original). Igual estado de ánimo para el hermano y asociado Ricardo Lorenzetti, quien bendecirá
desde la Corte el magno acontecimiento, y
Cristina, devenida en un Napoleón del subdesarrollo, anotará otra marca
en su agenda política de hiperactividad, cubriendo las irresponsabilidades de
los funcionarios con perdones jurídicos en la ley y, de paso, haciendo campaña
por el éxito de una dieta que permitió reducir el “kilaje” del mamotreto
histórico que data de 2012 (de 5 mil artículos a unos 2 mil que casi ningún
legislador ha leído). Una buena noticia
también para estudiantes de la materia.
Y una conclusión obvia sobre la naturaleza del frugal menú
que compartieron anfitrión y visitante en Santa Marta, encuentro que tantos
ilusos han visto como la búsqueda de misericordia en una feligresa angustiada y
la obligada contención espiritual aplicada por un líder religioso. Olvidando,
quizás, que al margen de otras funciones ambos son jefes de Estado.
Tan jefe de Estado el Papa que, aparte de “encanutar”
sacerdotes pedófilos –diría Cristina–, le concedió cruz y venia a la violencia
militar para suprimir las desmesuras terroristas de ISIS, a los bombardeos –no
sólo norteamericanos– sobre el califato que empezó a matar católicos. Desde
Paulo VI no existía un pronunciamiento tan explícito. Detalle que tal vez no
observó la mandataria argentina en su íntima conversación, ya que más tarde
comentó burlonamente las ejecuciones difundidas por los extremistas islámicos
como si fueran una escenografía montada por Holllywood. Es explicable: ella se
reconoce entusiasta cinéfila, tiene vistos muchos filmes en su memoria. Y más aún si esos argumentos fílmicos pueden
vincularse a su propia campaña contra EE.UU., el albergue de los buitres
financieros que la obsesionan hasta el punto de multiplicarlos por todas
partes, en todas las lenguas, convertirlos finalmente en los responsables
de sus desgracias. Pasadas y venideras.
No es ajena esa sensación antinorteamericana a otra evidencia política que
manifiestan las encuestas y de la que el Gobierno ha tomado nota: la Argentina,
de la región, es el país que más distancia les saca a sus vecinos en aversión a
los Estados Unidos, la sociedad que mayor resentimiento abrumador guarda con
Washington. Cultiva entonces la dama en
tierra fértil y, como diría ella misma, nada parece casual si de negocios
políticos se habla, si se vive de los votos.
Con esta combinación
de mayorías encuadra también una minoría, la
introducción internacional de La Cámpora en el Vaticano y en Naciones
Unidas, habilitación de una madre a la jefatura de un hijo y de un grupo cultor
de cierta prédica setentista de las formaciones especiales, cargado de
eslóganes contra el Imperio. Varios de su cúpula inmodificable, como la de los
sindicatos, operaron en el viaje como si fueran los quintillizos Diligenti,
siempre juntitos, la siguieron para fotografiarse en las entrevistas, debutaron emocionados en lides infrecuentes,
incurrieron en impagables deslices orales –el de José Otavis sobre la seguridad
en Buenos Aires—y, obedientes, se aplicaron a una máxima oficial: impidieron
que el periodismo asistiera a un encuentro público con estudiantes
norteamericanos. Son agradecidos con la administración: hace más de dos meses,
Cristina impuso una instrucción a sus ministros, les ordenó “empoderar” –otro verbo de su
paladar– a La Campora en todas las
carteras, en todos los institutos del Gobierno. Si ya venía creciendo en
ubicaciones el grupo, si se transformaba en fijos a los contratados para no ser
luego expulsados o litigantes de indemnizaciones suculentas, el aluvión promete
engordar hacia adelante. Y en máximas categorías. Tanto que Mauricio Macri,
entre otros opositores, ya investiga –pedido a especialistas jurídicos– sobre
las formas que se pueden utilizar para
remover en el futuro, si llega a ser gobierno, a estos contingentes que se
incorporan al Estado por el simple mérito de un carnet.
Aparte de las colocaciones en el Estado, la inclinación opuesta
a Washington expresada en discursos, declaraciones o tuits, surgida ya en los
tiempos de Antonini Wilson como si los norteamericanos hubieran puesto el
dinero en su valija, y multiplicada desde la resolución del juez Griesa y la
Corte sobre los holdouts, casi naturalmente ha forzado la simpatía hacia otros
gobiernos. Si no hay amor en una esquina, habrá que buscarlo en la otra. En
China, por ejemplo. Una corriente de intercambio que ahora pasa por la cesión
de tierras para una base en Neuquén (cuya ejecución ya está en proceso de
hormigonado), o el crédito financiero para “nuevas importaciones” del país
asiático, mientras que otras del mismo origen –las que alimentan la llamada
industria tecnológica del sur– no parecen soportar las trabas, los frenos y los
tropiezos que Economía y el Banco Central le imponen a las de otros países.
Curiosidades de un idilio creciente que, en los últimos dos meses, convocó la
visita a Beijing de cuatro ministros (De Vido, Kicillof, Gorgi y Randazzo) y al
titular del BCRA, Juan Carlos Fábrega. Infrecuente tanto vínculo en una nación
cuya mandataria, en EE.UU., en la reunión de la ONU, casi no mantuvo reuniones
oficiales con otros colegas del universo. A menos que se considere a George
Soros, lo que no es desatinado, una figura mucho más importante que la de un
Presidente.
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