“La búsqueda de la libertad nos hace,
en toda circunstancia,
libres”
Consideremos la libertad como absoluto albedrío, o circunscrita
por herencia, naturaleza, fatalidad o azar, pronunciar su nombre es ya un acto
de esperanza. Quienes carecen de ella, saben, mejor que nadie, valorarla.
Quienes la dan por descontada, corren el riesgo de perderla.
Quienes luchan por ella, han de tener conciencia de los peligros que encierra
la lucha misma por la libertad.
De las contiendas por la libertad revolucionaria decía
Saint-Justen medio de la Revolución Francesa: la lucha por la libertad contra
la tiranía es épica; la lucha de los revolucionarios entre sí es trágica. Del
combate por la libertad han nacido formas extremas de opresión que, sin
embargo, llegan a legitimarse invocando
su origen revolucionario. Las revoluciones legitiman. Pero una vez alcanzada la
libertad, nómbrese revolución, nómbrese independencia, ¿cómo conservarla, cómo
prolongarla, cómo enriquecerla? Quizás no existe fórmula más pragmática y
precisa que la dada por Madison en El Federalista:
Si los
hombres fuesen ángeles, el gobierno no sería necesario. Si los ángeles gobernasen
a los hombres, no serían necesarios los controles, externos o internos, sobre el
gobierno. [Pero] cuando se establece un gobierno en el cual los hombres serán administrados
por los hombres... lo primero es permitirle al gobierno que controle a los gobernados
pero, acto seguido, se debe obligar al gobierno a que se controle a sí mismo.
Elecciones, revocaciones, impeachments, juicios administrativos,
pesos y contrapesos, división de poderes, fiscalización del ejecutivo. Los
sistemas democráticos han establecido múltiples maneras de ir más allá de la
fórmula de Madison para asegurar que sean los ciudadanos y las instituciones
las que obliguen a los gobiernos a controlarse a sí mismos a fin, entre otras
cosas, de no perder el control de la población.
La libertad política conoce estos impulsos y reconoce estos
límites. Pero la libertad no es sólo asunto público, sino privado. Es más, se
estima a sí misma como una institución en primera persona del singular.
Preservar el valor personal intrínseco es una forma de la libertad que cae bajo
el rubro del yo. Pero apenas se asoma fuera del yo, la libertad se da cuenta de
que nadie es libre por su propia cuenta. La libertad se da primero en la
primera persona del singular, pero sólo se mantiene en las tres personas del
plural. Mi libertad soy «yo» más «nosotros» más «vosotros» y más «ellos». Las tensiones
que así se establecen entre mi libre yo y el mundo de los otros pueden ser conflictivas
pero siempre son creativas, en el sentido de que, siendo la libertad ante todo posibilidad
mía, sólo es realmente libre cuando es posibilidad, también, de los otros.
Subrayo la palabra posibilidad porque los escollos que encuentra
la libertad son demasiados y demasiado fuertes como para asegurarnos que «ser libres»
es algo inmediatamente asequible. Se puede actuar libremente en contra de los
propios intereses, por masoquismo, pero sobre todo por ignorancia o juicio
equivocado. La libertad puede serlo para el mal. La necesidad la impele pero
también la limita y la frustra. La naturaleza la convoca pero también la expulsa.
El azar es su advertencia envolvente. Y el resumen de estos obstáculos y
contradicciones puede conducirnos, no sin buenas razones, a considerar la
libertadsólo como un hecho moral o como sólo un deber. Lo dijo muy bien Manuel
Azaña: Quizás la libertad no haga felices a los hombres, pero al menos, los
hará hombres.
El Pangloss de Voltaire nos dice que vivimos en el mejor de los
mundos posibles.
La Winnie de Beckett, que vivimos en el peor de los mundos
posibles.
Entre estas dos visiones, Sócrates nos propone vivir la vida de la
ciudad, buscar la libertad en la ciudad y en el diálogo, aunque la ciudad nos
prive al cabo del diálogo y al cabo, también, como a Sócrates, de la vida. La
sabiduría crítica consiste en superar la ruptura entre la vida interna creativa
y la vida exterior mundana tanto a través del conocimiento personal —conócete a
tí mismo— como a través del conocimiento de la ciudad —conoce a los demás—,
pues el hiato entre la libertad interior y la exterior es real, es tangible,
aunque a veces se presente como precipicio, como vacío. Albert O. Hirschman, en
un precioso libro, ve con claridad este proceso de entradas y salidas, entrances
and exits.
Entramos y salimos, constantemente, de la libertad. El dilema
extremo es no quedarnos en la libertad individual, que puede convertirse en encierro
solipsista que a su vez convierte el mundo exterior en mera ilusión; ni en la
ausencia extrema de libertad que significa vivir bajo una dictadura. La
libertad, en cambio, lo es para transitar, no sin conflictos pero con un
sentido creativo, entre la persona y el mundo, entre el individuo y la
sociedad, entre el yo y los demás. La libertad colma incesantemente el hiato
entre la acción interior y la exterior, el abismo entre realidad interior y
exterior, el vacío entre determinismo y albedrío.
Tarea sin fin, no el Sísifo de Camus, sino el hombre inacabado de
Milton, ¿puede el hombre no acabarse, sino continuarse, hacerse con libertad?
San Agustín, en su célebre disputa con Pelagio, niega una libertad que no pase
por la Iglesia, es decir por la Institución. Pelagio, adelantándose un milenio
a Lutero, otorga al individuo la libertad de salvarse a sí mismo fuera de las
instituciones eclesiásticas. Pero esa libertad lo es, también, la de actuar
creativamente dentro de las instituciones, no por fatalidad, no por obligación,
sino por libre determinación. Que ésta incluya, como una especie de DNA en
mutación serpentina, partes de herencia, biología, educación, cultura, lengua, religión,
política y moral, no hace más que darle a la libertad un rostro más humano por más
complejo. No hay libertad simple.
¿Cómo medir la libertad? ¿Por el margen de albedrío que le dejan a
cada cual las instituciones? O, al revés, ¿por el margen de autoridad que
nuestro albedrío le otorga a las instituciones? En todo caso, la libertad
consiste en creer en ella, luchar por ella.
Libertad es búsqueda de libertad. Nunca la alcanzaremos
completamente. La muerte nos advertirá que hay límites a toda libertad
personal. La historia, que perecen y se transforman las instituciones que en un
momento dado definen la libertad. Pero entre la vida y la muerte, entre la
belleza y el horror del mundo, la búsqueda de la libertad nos hace, en toda
circunstancia, libres.
© Carlos
Fuentes – “En esto creo” (2002), del Capítulo “Educación”
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