sábado, 9 de agosto de 2014

En busca de bendición

Los presidenciables saben lo que vale la legitimación del Papa. Por qué a Massa 
le cuesta más que a Scioli y Macri.

Por Roberto García
El visitante, sabiendo que el comentario incomodaría al propio Papa, le confió: “Estás un poco más… grueso”. Respondió el anfitrión celestial, con escaso humor y casi disculpándose: “Sí, es cierto, acá no camino como en Buenos Aires, eso me hace engordar” (le faltó agregar que ahora cena casi obligadamente, al revés de sus tiempos de arzobispo, en el Episcopado porteño, cuando se quedaba solo después de las seis de la tarde y, en ocasiones, sorteaba la comida o apenas si se cocinaba una hamburguesa). 

Otros tiempos, otra vida. Pero el cambio en la dieta no altera su pasión por seguir la interna política argentina que, muchos, estiman más ventilada en el Vaticano que en Buenos Aires (donde, a la inversa, se ventila con esmero la política del Vaticano: basta ver la tarea demoledora y eficiente aplicada para privar a Alfonso Prat-Gay de una designación en el banco pontificio). Recibe entonces Francisco a ciudadanos cargosos repentinamente creyentes, gente que hasta dona y va a misa (en Roma, claro), a empresarios o figuras de los partidos que le colman los oídos con chismes, dulces o impresiones. Nunca imaginó el Papa que su ascenso provocaría tamaño desborde turístico de fe, aunque su propia curiosidad electoral también motiva este trasiego.

De los tres candidatos presidenciales más conspicuos, arrancó mejor Daniel Scioli: debía imaginar con razón que, de acuerdo con una filiación juvenil nunca olvidada, el cura née Jorge Bergoglio prefería para 2015 un gobierno peronista. Aparte, en sus relaciones públicas como funcionario, nunca había confrontado con el cardenal, al que sí hostigaron los Kirchner. Además, eran víctimas del mismo desdén, de la sospecha constante y, por lo tanto, compartían esa resignación católica de poner la otra mejilla ante la adversidad. Consiguió rápido la foto, la consabida audiencia, le habrá agradecido gestiones ad hoc a un conocido del Pontífice de otras épocas, un ex “guardián” (por la fracción rabiosa Guardia de Hierro).

Prudente, Scioli no sacó demasiadas ventajas de esa relación: evitó el precio de interferir en el abrupto giro que hizo su dama referente –alusión a Cristina, no a su esposa Karina–, quien luego de hostiles desencuentros se inclinó ante el Papa. Y, como no hay corazón cristiano que se resista al arrepentimiento femenino (los ateos, dicen, son más crueles en ese sentido), la habilitaron para ocupar la primacía pública en el vínculo. Scioli hoy se mantiene en la grilla preferencial, aunque ciertas decisiones de su gobierno complican el entendimiento de la instrucción sexual en los colegios a las médicas estaciones móviles que en la Provincia practican abortos controversiales, según denuncian allegados a monseñor Héctor Aguer, de La Plata, obispo que otrora manifestaba diferencias no demasiado sutiles con Bergoglio.

Otro que avanzó como un gigante veloz fue Mauricio Macri, quizás porque su administración alberga en el área educativa, quizás a pedido de la jerarquía, a un ex seminarista que siempre entusiasmó a Francisco, José María del Corral. Simpático, oficiando de hermano menor, cuentan como una aventura su ingreso al Vaticano –merced a la audacia colaboracionista de un cura uruguayo– el mismo día en que fue ungido el nuevo papa. Gracias a su intermedio, se supone, también Macri y su familia obtuvieron la foto (en la asunción logró una ubicación privilegiada en relación con Cristina), más de una audiencia y hasta logró derribar ciertos prejuicios sobre su pasada orientación política y una vida holgada económicamente no del todo afín con los preceptos franciscanos. Quizás no sea el preferido, pero no ingresará al Index: se formó en el Cardenal Newman, y ese dato, tan caro a las amistades del alcalde porteño, conserva su peso hasta en Asís.

Menos grato, en cambio, ha sido el acercamiento del tercer candidato, Sergio Massa, aún sin la foto y la audiencia con Francisco. Quienes lo merodean afirman que esa reunión está agendada antes de que concluya el año, pero el encuentro tropezó con problemas ciertos, de arrastre: desde las prevenciones atribuidas al Pontífice cuando los Kirchner pretendieron desalojarlo del Arzobispado y Massa ocupaba la jefatura de Gabinete al intento de no herir ni malquistar a la propia Cristina, de reconocido enojo con el ahora diputado proveniente de Tigre (habrá que incluir a otro odioso en esa lista gubernamental, Hugo Moyano tampoco pudo disfrutar de foto y audiencia a pesar de que se esforzó en gastos y mediadores). Ya sabe Francisco, como anécdota, que Massa no participó de la cumbre destituyente del matrimonio Kirchner, en la que junto a Oscar Parrilli y Carlos Zannini urdieron un golpe de Estado en la Iglesia para destronar a Bergoglio. Pero vivió mucho tiempo con la información equivocada sobre la presencia de Massa en esa reunión. Eran momentos de guerra con esos oficialistas, hoy deliberadamente apartados, aunque se mantienen como estigmas en la conformación histórica de quien apagó fríamente el Putsch con mano de hierro. No olvidar que proviene de una Compañía sofisticada, los jesuitas.

Esa enmienda salvada se nubló con otros episodios, convertidos aun en reproches flotantes para Massa: 1) no tuvo luego, desde aquella reunión en la que no participó, ningún momento de aclaración con el arzobispo; 2) tampoco el Papa, ya en funciones, entendió en su lógica las disculpas que le transmitió un presunto emisario de Massa (Jorge O’Reilly), ya que nada había que perdonar si no integró la fronda; y 3) tal vez no fue efectiva la redacción de una carta personal que el candidato le envió a Francisco por indicación de especializados en el tema. Al menos, todos saben de la inclinación epistolar del Papa, y los que no lo saben se habrán enterado por Gustavo Vera, el legislador que dice tener más de 130 misivas de su amigo eclesiástico. Massa, en rigor, copió la jugada de Mauricio Macri, quien –sabedor de la debilidad del religioso por estos intercambios manuscritos– suscribió un texto para allanar su camino a Roma. Parece que el mensaje de Massa ofreció características menos piadosas que el de Macri, tal vez no se sometió al rigor jerárquico que supone el Vaticano como obediencia religiosa. Claro, Massa viene de la escuela pública. Aún así, con tropiezos, más temprano que tarde, refunfuñando tal vez, el ahora grueso Pontífice lo recibirá.

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