martes, 22 de julio de 2014

La ilusión de una alternativa socialdemócrata

Por Luis Alberto Romero
La socialdemocracia europea cruje y se desarma. Pierde votos y encanto. Para unos es el estatismo superado y para otros se trata apenas de una variante del establishment. En América latina, la política va por otros rumbos y, específicamente en la Argentina, donde aquel ideario reformista nunca logró establecerse, para muchos es hoy un horizonte posible.

La socialdemocracia nació en Alemania hace un siglo y medio. Desafiando la ortodoxia marxista, Eduard Bernstein sostuvo que el socialismo podía recorrer una buena parte de su camino de la mano de la democracia y el capitalismo. Entonces fue derrotado y denigrado, pero sus ideas rebrotaron en 1918, cuando los socialistas sostuvieron la república de Weimar, arrasada luego por el aluvión nacionalista y populista del nazismo.

Al fin de la Segunda Guerra Mundial, con los acuerdos de reconstrucción, en Europa llegó la hora de la socialdemocracia. Desde el gobierno o la oposición, impulsó los Estados de Bienestar que durante tres décadas de espectacular crecimiento capitalista aseguraron el control de su dimensión salvaje e hicieron mucho por la democracia y la equidad social. Desde los años setenta estos Estados comenzaron a hacer agua: eran caros, sus políticas sociales eran torpes e impedían el crecimiento económico. Su crisis arrastró a los partidos socialdemócratas. Hoy los empresarios, que afrontan los desafíos de la economía global, apuestan por gobiernos más tecnocráticos que democráticos, con menos impuestos, menos gasto estatal y más libertad de acción. Para la izquierda, los socialdemócratas han perdido sus virtudes cívicas, congelan el debate partidario y se suman al reparto de cargos y coimas. Los nuevos descontentos recuerdan con nostalgia los tiempos de la autarquía económica y las nacionalizaciones.

Visto desde la perspectiva de la ilusión socialdemócrata, de la que participo, es un resultado desalentador. Pero visto desde la perspectiva argentina actual cabe pensar: ¡ojalá tuviéramos esos problemas!

La tradición socialdemócrata, que pesó poco en nuestro país, tuvo una oportunidad en 1946. Desde hace diez años, acuciados por el fascismo, los socialistas venían confluyendo con radicales, comunistas, sindicalistas e intelectuales, en un frente antifascista. En la elección de 1946 esa idea tomó forma con la Unión Democrática, cuyo programa sumó al antifascismo las ideas socialdemócratas de posguerra, que ya había plasmado el laborismo inglés. Perdieron frente a Perón, que ofreció otra versión del discurso de la justicia social, envuelto en la doctrina social de la Iglesia y sumando los motivos populista y nacionalista. Además, construyó su candidatura desde el poder; había certidumbre sobre lo que haría y sobre la capacidad de hacerlo, y eso fue decisivo para captar a los sindicatos y los trabajadores.

Perón construyó un Estado de Bienestar singular, con poca igualdad y muchos privilegios corporativos, manirroto y poco previsor, despreocupado de la eficiencia económica y de la democracia institucional. Selló la alianza entre el peronismo, los trabajadores y amplios sectores populares, y ya no hubo futuro para la socialdemocracia. Tampoco lo hubo para los conservadores, los nacionalistas, los católicos o los comunistas, pues el movimiento peronista supo cubrir todos los flancos.

En 1983, Raúl Alfonsín quebró su hegemonía electoral desde una posición afín con la socialdemocracia. Aunque fue un excepcional constructor democrático, falló en el costado social y también en la promoción de un capitalismo sin prebendas. De todos modos, fue un interludio breve. Desde 1987, en lo sustancial gobiernan los peronistas, con ideas y discursos cambiantes pero con un estilo compartido de hacer política y de administrar el gobierno.

La Argentina es hoy un país devastado. El Estado, sometido a gobiernos arbitrarios, ha desertado de sus funciones esenciales y tiene carcomidas sus agencias y sus burocracias. La República está amputada y el Estado de Derecho está en cuestión. Predominan los empresarios prebendarios, que poco aportan al producto social y generan una gigantesca colusión con los gobernantes, que recientemente ha plasmado en un régimen cleptocrático. Los fracasos de una economía desquiciada son más evidentes a la luz de la reciente y desaprovechada prosperidad. Finalmente, tenemos una sociedad escindida, que los subsidios no han recompuesto, y un mundo de la pobreza en el que la lucha por la supervivencia da lugar a que otros hagan buenos negocios económicos y políticos. Los militares son responsables de una parte, pero a treinta años del retorno democrático se puede decir que los peronistas lo hicieron, menemistas y kirchneristas. Sin duda, son los principales responsables del estado actual del país.

A partir de diciembre de 2015 habrá muchas cosas urgentes que hacer: restablecer la institucionalidad, reordenar la macroeconomía, recomponer el Estado, reintegrar a los excluidos. Todos reconocen estos problemas. Pero quienes participaron y se beneficiaron -con una valija de dinero o un paquete de votos- difícilmente encaren soluciones de fondo, y hasta es posible que se tienten con alguna continuidad. Frente a ellos coexisten diversas corrientes de opinión y distintas fuerzas políticas. Entre ellas están las que se identifican con la tradición socialdemócrata. Todos coinciden en algunas cosas básicas: respeto a la institucionalidad democrática, sensibilidad social y aprecio por el saber técnico y burocrático.

Es alentador, porque de todo eso necesitará un gobierno de reconstrucción. Conocimiento técnico y experiencia estatal para reordenar la macroeconomía y mucha sensibilidad social para ser cuidadoso con el reparto de los inevitables costos. Saber burocrático y convicción republicana para recomponer el Estado y rearticular sus partes sanas. Saber, sensibilidad y persuasión para iniciar la tarea de la reintegración social, que requiere un gran aporte solidario. Mucha decencia para desarmar el aparato cleptocrático y mucha seguridad republicana para hacerlo por las vías legales. Finalmente, mucha convicción para insuflar a todo este conjunto el soplo vital que lo ponga en funcionamiento.

Todo esto se encuentra en potencia en buena parte de la ciudadanía y en las fuerzas políticas opositoras. Pero hay una distancia entre las intenciones y las acciones. Hará falta una única fuerza política, consistente y convencida, que derrote al gatopardismo peronista y que pueda enfrentar las reacciones generadas por cualquier reforma. Hay que construirla. La tradición socialdemócrata tiene una tarea específica en este esfuerzo conjunto: asegurar que las soluciones incluyan la perspectiva de la equidad social.

La reconstrucción llevará al menos dos períodos presidenciales. Quizá más. Cuando esté consolidada, seguramente comenzarán a plantearse esos problemas que hoy están en el debate de la socialdemocracia europea. Si se logra reconstruir el Estado y promover un empresariado no prebendario, aparecerán en la agenda pública temas como la fiscalidad, los controles, el encadenamiento virtuoso de los beneficios, el cuánto y el cómo de la distribución. Con el Estado de Derecho y la democracia republicana consolidados, probablemente se discuta sobre la burocracia, los partidos políticos y las formas de participación popular. Hasta se podrá discutir el diseño institucional federal.

Los de tradición socialdemócrata tendrán mucho que decir sobre la combinación entre libertad e igualdad, entre Estado y mercado, entre crecimiento y equidad. Seguramente por entonces la socialdemocracia del mundo habrá adecuado sus propuestas a una época de globalización, crisis y austeridad. En la Argentina habrá discusiones apasionantes sobre muchos temas que hoy no podemos pensar ni imaginar. Felices quienes puedan participar en ellos y encarnar una tradición socialdemócrata muy valiosa, que hoy no llega a tener en nuestro país un lugar propio y específico.

© La Nación

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