La brecha entre
fantasía presidencial y realidad es tan grande que ni siquiera se reduce cuando
pasa algo bueno.
Por Alfredo Leuco |
Mal o bien, Daniel Scioli declaró la emergencia provincial
para combatir lo que denominó la “inseguridad cruel” y caminó por la cornisa al
decir que “hay algunos que por más que les des oportunidades lo único que
quieren es salir con un arma y drogarse”. El ministro Alejandro Granados dijo
que existe “un salvajismo extremo” y el comisario Hugo Matzkin, jefe de la
Bonaerense, confirmó que “aumentó la irracionalidad” de los delincuentes.
Florencio Randazzo reconoció que “está claro que existe el tema de la
inseguridad”, recomendó un abordaje integral del drama y reclamó “no sacar
ventajas mezquinas con el dolor de las víctimas”, que padecieron 82 delitos por
hora durante el año pasado, según la Procuración General de la Suprema Corte.
¿Qué dijo Cristina?
Que no hay nada nuevo bajo el sol y que esto no empezó hace
dos años. Mostró la tapa de Clarín del año ’93 para certificar la oposición de
gran parte de la sociedad a la privatización de los trenes, dijo que habían
pasado 11 años aunque en realidad eran 21 y se disparó un tiro en el pie porque
en esos titulares no aparecían rastros de un apoyo del matutino al
neoliberalismo menemista de “ramal que para, ramal que cierra” y sí se
registraban fuertes noticias policiales como en cualquier periódico del mundo
democrático.
Porque en Cuba, por ejemplo, el jurásico Granma jamás
exhibiría una encuesta que vaya en contra de una política oficial, ni daría
cuenta de ningún crimen. En la ex isla de la libertad no existen opositores ni
inseguridad para su periodismo militante. Es la utopía revolucionaria de
Cristina.
Como si esto fuera poco, la presidenta de la Nación dijo
que, pese a la resistencia que hubo a la privatización y desguace del
ferrocarril, los gobernantes “ganaron” la elección. Debería haber dicho
“ganamos” en lugar de “ganaron”, pero su memoria frágil –cuando quiere– olvidó
que su apellido integró las listas de Carlos Menem en siete comicios. Qué bien
le vendría un Granma ahora a Cristina. ¿O ya tiene varios?
Esta distancia inmensa que existe entre la problemática
cotidiana del ciudadano y las batallas culturales obsesivas que da Ella tiene
la misma longitud que hay entre la ficción y la gestión. Cualquier experto le
explicaría a la Presidenta (si ella lo permitiera) que cuando se tiene algo
potente y positivo que comunicar, ese mensaje debe emitirse limpio y directo.
Que nada ensucie el canal entre el emisor y el receptor. Que nadie haga ruidos
innecesarios. Y eso fue lo que pasó esta semana.
La verborragia y las obsesiones presidenciales la llevaron a
dar su opinión en varios temas. Llegó al extremo al exponer su propia intimidad
constipada por culpa del arroz. Habilitó chistes de todo tipo, como el que ahora
explica el grito militante de: “¡Fuerza, Cristina!”. Y casi no dedicó tiempo a
destacar una de las mejores acciones que realizaron en los últimos tiempos: la
renovación total de 24 locomotoras, 160 vagones y 80 mil metros de vías del San
Martín les van a cambiar la vida cotidiana a miles de argentinos. Los
sociólogos que estudian los humores ciudadanos dicen que hoy la transformación
de las condiciones de viaje es un tema fundamental. Bachelet tuvo la gran
crisis de su primera presidencia por un mal rediseño de los recorridos de los
colectivos. Forza Sindical, la segunda central obrera después de la CUT en
Brasil, entre sus reivindicaciones gremiales, además de las tradicionales como
el salario y las condiciones de trabajo, incluye el traslado de sus afiliados a
las plantas industriales en San Pablo. Calculan que la mayoría pasa alrededor
de dos horas diarias de su vida arriba de cachivaches, viajando como ganado y
siempre al borde de un accidente. Gran parte del crecimiento de Macri en las
encuestas es por “culpa” del Metrobus.
La Presidenta, sin embargo, citó las cifras de la inversión,
ignoró al realizador del milagro, el ministro Randazzo, entró a un vagón como
si fuera una boutique y se dedicó a lo que más le gusta: el show de la pelea.
Les metió fichas a los empresarios y al enfrentamiento virtual que –según ella–
generaron los medios, al noventismo, retó por cadena nacional al que le llevó
tardíamente un vaso de agua (“gracias, se acordaron”), se comparó con una
locomotora y, así como al pasar, dijo lo realmente trascendente: que en un
trienio tienen previsto renovar todas las líneas ferroviarias del área
metropolitana con una inversión de 1.630 millones de dólares.
Gobernar es fijar prioridades. Comunicar, también.
Randazzo lo entendió y enseguida largó su candidatura
presidencial por radio. “No quiero ser funcionario de nadie”, alertó. Y sacó a
relucir la eficiencia y la velocidad para sacar el DNI y el pasaporte, la
Agencia de Seguridad Vial, las PASO y la tarjeta SUBE, entre otros logros.
Incluso no dijo “La Nación miente” cuando se le preguntó sobre el escandaloso
agujero negro de hasta 600 millones por año que se habían ido por la
alcantarilla de los subsidios a los colectivos. Confirmó la información y
redobló la apuesta porque dijo que “no me va a temblar la mano ante ningún
empresario o sindicalista” para hacer la denuncia correspondiente ante la
Justicia.
Randazzo no es el único. Tal vez sea el que más rápido está
pegando el salto apoyado en sus realizaciones. Peronista al fin, prefiere
realizar porque sabe que es mejor que decir. Pero son varios los funcionarios y
dirigentes de matriz peronista que ya se están reciclando con vistas a 2015.
Dicen que después del Mundial se larga la carrera.
La brecha entre la fantasía de “Cristina eterna” y la
realidad es cada vez más grande. Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es
remedio.
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