Por Ignacio Fidanza |
Sergio Massa quedó plantado en el centro de la escena
política nacional.
Es un dato de la realidad tan ineludible como los casi 4
millones de votos que cosechó. El 44 por ciento y la distancia de 12 puntos que
le sacó al candidato del Gobierno y Daniel Scioli.
El ex jefe de Gabinete es hoy el hombre más votado de la
Argentina. Pero su triunfo trasciende los números.
Lo más interesante y lo que
están mirando los factores de poder es otra cosa: Su capacidad para articular
casi desde el llano un entramado político con lo que tenía a mano –un puñado de
intendentes del Conurbano- que le alcanzó para marcarle a fuego un límite al
kirchnerismo.
Demostró jefatura y audacia, dos cualidades muy valoradas en
el peronismo. Por eso, el triunfo de Massa se proyecta por encima de otros
ganadores de la jornada como Mauricio Macri, Hermes Binner o Julio Cobos.
Porque Massa no es sólo el 44% de la provincia –que ya es un piso altísimo para
arrancar una carrera presidencial-, sino sobre todo, un potencial relevo en el
liderazgo peronista.
Daniel Scioli intentará resistir esta ola ofreciéndose como
el garante de la supervivencia de ese 30% a nivel país que suma el peronismo
que hoy jugó con el Gobierno. Esa es la pelea de fondo.
Macri ganó muy bien la Ciudad, en parte por la buena
tracción de Gabriela Michetti pero también por una gestión que transformó
Buenos Aires con el mayor nivel de obra pública que se haya visto en el
distrito desde la recuperación democrática.
Está claro que el problema del jefe de Gobierno no está en
la ciudad que gobierna, sino en la todavía floja estructura nacional del PRO,
que se ancla en algunas figuras rutilantes –Del Sel, Baldassi, De Angelis- y no
mucho más.
Cobos y Binner ganaron muy bien sus distritos y acaso se
encaminen a una interna del espacio de centroizquierda, en la que quedó en un
segundo escalón Lilita Carrió, luego de su caída ante el rabino Bergman. Son
una opción, que acaso crezca según qué tan mal le vaya al peronismo gobernante.
Es decir, un mal final para la actual gestión podría empujar el desencanto
hacia todo el peronismo.
Esta hipótesis encontraría a Massa mejor parado que Scioli.
El exjefe de Gabinete está ubicado ahora en la franja opositora y se cuidó de
integrar en su flamante espacio a radicales y dirigentes de otros orígenes, en
una apuesta de futuro que trabaja el surco que alguna vez soñó Macri para el
PRO, pero con un diferencial importante: Base peronista y despliegue
bonaerense.
Acaso por eso, en su discurso Macri haya apuntado
especialmente a Massa. Cerca suyo preparan nuevos golpes: El anuncio público de
regreso al PRO de los diputados que entraron por el Frente Renovador y de los
intendentes Gustavo Posse y Jorge Macri, que estuvo en el palco macrista.
Está claro que Macri detectó que Massa le estaba ocupando su
espacio político y reaccionó en consecuencia. Pero en el massismo tienen una
lectura más conspirativa: “Macri ya cerró con Scioli para el 2015”, afirman
convencidos. Una curiosidad: Macri prometió que si es presidente no sumará a su
gobierno a ningún exministro del Gobierno nacional –como Massa-, nada dijo de
exgobernadores.
El kirchnerismo enfrentó su peor hora con una fractura expuesta.
El acto del Obelisco fue la consagración de la simulación que atraviesa el
Gobierno: El vicepresidente Amado Boudou ofició de maestro de ceremonias y
orador de fondo, escoltado por Scioli y Abal Medina, mientras que Carlos
Zannini, el verdadero poder, se camuflaba entre las segundas líneas del palco,
lejos de las cámaras y sobre todo, de los costos.
La necesidad de rotar el micrófono, de las teleconferencias,
del palco interminable, es la mejor descripción de un espacio que sufre la
ausencia de su líder y no logra procesar sus diferencias ni aún en una
instancia crítica, como lo es la derrota electoral, que acaso las agrave.
Fue un discurso que se encerró en la aritmética de los
números fríos de diputados y senadores, eludiendo una lectura política,
generosa, inteligente, de la votación. Misma tozudez que los llevó a este
resultado.
Una reacción previsible pero que se espera sea revisada. Si
no hay nada que cambiar –como insinuó la presidenta del Banco Central, Mercedes
Marcó del Pont-, lo que viene no será agradable.
El ciclo que se abre, de transición inevitable, será sobre
todo de discusión económica. El costado que más le aprieta al actual modelo y
acaso la fisura por donde se fueron millones de votos en apenas dos años.
No parece casual que Sergio Massa, haya construido en
paralelo a su red territorial –que esta noche anunció extenderá con intendentes
de todo el país-, un equipo de economistas de primera línea, con Roberto
Lavagna a la cabeza.
La elección ya trazó una línea roja a las fantasías más
delirantes del kirchnerismo que se soñó como revolución y terminó en las manos
de Scioli y Boudou. Se abre entonces una instancia de salida de ese proceso,
montada sobre crecientes dificultades económicas, en medio de una campaña
presidencial. Es decir: Nada será más político que esto.
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