Por Jorge Fernández Díaz |
Cristina improvisa y La Cámpora toca de oído, pero Carta
Abierta se toma la música insólitamente en serio y escribe la partitura. Los
documentos de los intelectuales kirchneristas revelan mejor que cien discursos
presidenciales lo que sucede en la mente de los que mandan.
Como la prosa de
sus autores es farragosa, los medios la sintetizan o simplemente la reproducen
a modo de ladrillo indigerible. Vaya entonces este artículo, que intenta
analizar el último envío, como traducción libre y, sobre todo, como un noble
servicio a la comunidad.
En principio, los profesores asumen "el dramatismo de
la hora" y la "extrema fragilidad" del proyecto. Todo es a
suerte y verdad, se trata de la Patria o el averno, y la culpa la tiene el
capitalismo "en estado de crisis, pero capaz de seguir imponiendo sus
decisiones y su hegemonía en la mayor parte del planeta". Y también
"el reforzado frente restaurador". ¿De qué se trata este enigmático y
monstruoso ente local? De cualquier expresión política que no sea el
kirchnerismo puro. La lista incluye, por supuesto, "las corporaciones
económico-mediáticas", pero se puntualiza muy claramente que cualquier
peronismo que no coincida es "conservador" y cualquier progresismo
disidente es "reaccionario". Todos somos desdeñables y culpables de
cerrar este "momento de reparación de la vida popular". En esta
imposibilidad de entender que la democracia está construida con partes de la
verdad y no con una verdad única se les escapa, como hipo indomable, un rasgo
de profunda antipolítica.
El texto trasunta a su vez un reproche hacia los votantes.
Los ciudadanos de a pie son desmemoriados y poco agradecidos, y se entregan a
opositores que los manipulan con recetas del pasado. El pueblo quiere más, es
veleidoso y sigue la lógica de la mercancía y del espectáculo, de la
fetichización del cambio y de la última novedad. Y todo eso le sucede por no
votar al Frente para la Victoria. "El riesgo nace de creer que lo
conquistado -dicen- no depende de la continuidad del kirchnerismo."
Los pensadores oficiales les caen una y otra vez a los
"bienintencionados", que son "socialdemócratas" estúpidos,
falsos "centroizquierdistas" dedicados a la difamación, pobre gentuza
que pretende la república. "Ofreciendo un rostro y una retórica
supuestamente progresistas, arropados en banderas de larga prosapia libertaria,
terminan por volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las
estrategias destituyentes." A continuación, les recriminan disputarles a
ellos "sentido común y opinión pública", trabajar a favor de la
"ola liberal conservadora" y ser antichavistas. Sacan de contexto a
Hermes Binner para degradarlo y practican un lenguaje marxista alucinado:
"Las oligarquías más poderosas del globo se apropian de la parte del león
de las ensanchadas plusvalías". De paso fustigan a la
"intelectualidad antipopular", que está compuesta por cualquier
persona que piense y que no pertenezca a Carta Abierta. La mera chance de
respetar y evaluar ideas distintas no entra dentro de sus planes. Ni siquiera
si provienen de un ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. Dicen de Massa sin
nombrarlo: "Un candidato que ha convertido su nombre en un algoritmo y
sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la pinta entradora de
vendedor de terrenitos a plazo, dispuesto a cualquier señuelo". Y a
continuación muestran la magnitud de la herida abierta, al criticar a quienes
desde sus filas "migran como miserables oportunistas".
Atrasan varios días cuando fustigan a los Estados Unidos por
apañar a los "fondos buitre" y por tener el presunto propósito de
castigar de manera ejemplificadora a la Argentina, cuna mundial de la
resistencia. Lorenzino viajó a Washington para pagar la deuda en el Ciadi y
retomar las promesas con el Club de París a cambio de que los norteamericanos
influyan de alguna manera para que los fallos a favor los holdouts no nos hagan
caer en un nuevo default. Carta Abierta ignora estas novedades y reivindica
"una reestructuración de deuda magníficamente lograda". Quienes
lograron precisamente esa reestructuración fueron Roberto Lavagna y Guillermo
Nielsen: ambos se encuentran hoy alarmados por las abismales torpezas que el
Gobierno cometió a nivel jurídico y diplomático durante estos años. El asunto
resulta muy grave, pero no es debido a la habilidad de los "malos",
sino a la irresponsable ineficiencia de los "buenos".
Algo similar ocurre cuando, como apocalípticos guerreros de
El Tony o D'Artagnan, las mentes brillantes del oficialismo denuncian culpas
cósmicas y no reconocen la verdadera situación de las exhaustas arcas del
Estado argentino. Se vanaglorian de la nueva Carta Orgánica del Banco Central,
cuyas reservas se pulverizan minuto a minuto. De la perfo r mance del Anses,
que gira el dinero de los jubilados al Tesoro para el gasto ordinario. Del
desendeudamiento, cuando la deuda pública es mayor que en 2001. De la
nacionalización de YPF (un fracaso de inversión), Aerolíneas (un desastre
gestionario) y Aguas (un déficit gigantesco). Nada dicen de los 100.000
millones de pesos que la maquinita debió emitir este año para que vivamos por
encima de nuestras posibilidades, ni de los 17.000 millones de dólares que
perdimos después del cepo cambiario. Sí se ocupan de la inflación, pero sólo
para explicar que los responsables son los empresarios, que deberían ser
disciplinados por el poder.
La "intelectualidad popular" cree, en definitiva,
que nada muy trascendental ocurre en esta materia, y que los "medios
hegemónicos" exageran. Deberían quizá leer el diagnóstico que esta semana
formula Aldo Ferrer, padre ideológico del modelo. Si el desequilibrio persiste
-razona-, el sistema "puede entrar en turbulencias" peligrosas que
culminen con un ajuste masivo de las principales variables y "una severa
contracción de la actividad económica".
Igualmente benignos fueron los intelectuales orgánicos con
la política ferroviaria y la crisis energética; admiten que se cometieron
errores, pero aseguran que ya están "en vías de corrección". Esas
vías no se conocen: llevará, por lo menos, una década conseguir dinero
suficiente para la infraestructura de los trenes, y nadie sabe muy bien cómo el
país logrará subsanar la catástrofe financiera de la energía y retornar al
autoabastecimiento, que los gobiernos kirchneristas se ocuparon en dinamitar.
Es sintomático que acusen a la oposición de pretender
"un país serio", que era la consigna inicial de Néstor Kirchner:
"Prometen un «país serio», reinsertado en el mundo, tan «moderno» como la
podredumbre que impúdicamente exhiben las economías del Norte
desarrollado". Manifestar este deseo significa lisa y llanamente abrazar
la "decadencia neoliberal". ¿Qué país de la Tierra será el modelo
ideal de estos literatos? ¿Venezuela, Angola, Seychelles?
En cuanto a la corrupción, una vez más es relativizada. A
los escritores les parece levemente condenable, aunque ellos mismos se han
ocupado de poner bajo sospecha a los denunciantes y a re-legitimar siempre a
los sospechados.
Dejo para el final una queja desgarradora. Se quejan de la
estrategia del odio que está instalada en la Argentina. Se sienten odiados. Y tienen
razón cuando dicen que "el odio sólo construye destrucción". Aunque
parece una broma pesada por parte de quienes han servido en bandeja sus teorías
divisionistas a estadistas vengativos que han azuzado el fuego de la discordia
social como no se veía desde los años 50.
Qué pena, ¿no? La partitura falla y la música desafina.
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