domingo, 20 de octubre de 2013

Traduciendo a los profetas de Carta Abierta

Por Jorge Fernández Díaz
Cristina improvisa y La Cámpora toca de oído, pero Carta Abierta se toma la música insólitamente en serio y escribe la partitura. Los documentos de los intelectuales kirchneristas revelan mejor que cien discursos presidenciales lo que sucede en la mente de los que mandan. 

Como la prosa de sus autores es farragosa, los medios la sintetizan o simplemente la reproducen a modo de ladrillo indigerible. Vaya entonces este artículo, que intenta analizar el último envío, como traducción libre y, sobre todo, como un noble servicio a la comunidad.

En principio, los profesores asumen "el dramatismo de la hora" y la "extrema fragilidad" del proyecto. Todo es a suerte y verdad, se trata de la Patria o el averno, y la culpa la tiene el capitalismo "en estado de crisis, pero capaz de seguir imponiendo sus decisiones y su hegemonía en la mayor parte del planeta". Y también "el reforzado frente restaurador". ¿De qué se trata este enigmático y monstruoso ente local? De cualquier expresión política que no sea el kirchnerismo puro. La lista incluye, por supuesto, "las corporaciones económico-mediáticas", pero se puntualiza muy claramente que cualquier peronismo que no coincida es "conservador" y cualquier progresismo disidente es "reaccionario". Todos somos desdeñables y culpables de cerrar este "momento de reparación de la vida popular". En esta imposibilidad de entender que la democracia está construida con partes de la verdad y no con una verdad única se les escapa, como hipo indomable, un rasgo de profunda antipolítica.

El texto trasunta a su vez un reproche hacia los votantes. Los ciudadanos de a pie son desmemoriados y poco agradecidos, y se entregan a opositores que los manipulan con recetas del pasado. El pueblo quiere más, es veleidoso y sigue la lógica de la mercancía y del espectáculo, de la fetichización del cambio y de la última novedad. Y todo eso le sucede por no votar al Frente para la Victoria. "El riesgo nace de creer que lo conquistado -dicen- no depende de la continuidad del kirchnerismo."

Los pensadores oficiales les caen una y otra vez a los "bienintencionados", que son "socialdemócratas" estúpidos, falsos "centroizquierdistas" dedicados a la difamación, pobre gentuza que pretende la república. "Ofreciendo un rostro y una retórica supuestamente progresistas, arropados en banderas de larga prosapia libertaria, terminan por volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las estrategias destituyentes." A continuación, les recriminan disputarles a ellos "sentido común y opinión pública", trabajar a favor de la "ola liberal conservadora" y ser antichavistas. Sacan de contexto a Hermes Binner para degradarlo y practican un lenguaje marxista alucinado: "Las oligarquías más poderosas del globo se apropian de la parte del león de las ensanchadas plusvalías". De paso fustigan a la "intelectualidad antipopular", que está compuesta por cualquier persona que piense y que no pertenezca a Carta Abierta. La mera chance de respetar y evaluar ideas distintas no entra dentro de sus planes. Ni siquiera si provienen de un ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. Dicen de Massa sin nombrarlo: "Un candidato que ha convertido su nombre en un algoritmo y sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la pinta entradora de vendedor de terrenitos a plazo, dispuesto a cualquier señuelo". Y a continuación muestran la magnitud de la herida abierta, al criticar a quienes desde sus filas "migran como miserables oportunistas".

Atrasan varios días cuando fustigan a los Estados Unidos por apañar a los "fondos buitre" y por tener el presunto propósito de castigar de manera ejemplificadora a la Argentina, cuna mundial de la resistencia. Lorenzino viajó a Washington para pagar la deuda en el Ciadi y retomar las promesas con el Club de París a cambio de que los norteamericanos influyan de alguna manera para que los fallos a favor los holdouts no nos hagan caer en un nuevo default. Carta Abierta ignora estas novedades y reivindica "una reestructuración de deuda magníficamente lograda". Quienes lograron precisamente esa reestructuración fueron Roberto Lavagna y Guillermo Nielsen: ambos se encuentran hoy alarmados por las abismales torpezas que el Gobierno cometió a nivel jurídico y diplomático durante estos años. El asunto resulta muy grave, pero no es debido a la habilidad de los "malos", sino a la irresponsable ineficiencia de los "buenos".

Algo similar ocurre cuando, como apocalípticos guerreros de El Tony o D'Artagnan, las mentes brillantes del oficialismo denuncian culpas cósmicas y no reconocen la verdadera situación de las exhaustas arcas del Estado argentino. Se vanaglorian de la nueva Carta Orgánica del Banco Central, cuyas reservas se pulverizan minuto a minuto. De la perfo r mance del Anses, que gira el dinero de los jubilados al Tesoro para el gasto ordinario. Del desendeudamiento, cuando la deuda pública es mayor que en 2001. De la nacionalización de YPF (un fracaso de inversión), Aerolíneas (un desastre gestionario) y Aguas (un déficit gigantesco). Nada dicen de los 100.000 millones de pesos que la maquinita debió emitir este año para que vivamos por encima de nuestras posibilidades, ni de los 17.000 millones de dólares que perdimos después del cepo cambiario. Sí se ocupan de la inflación, pero sólo para explicar que los responsables son los empresarios, que deberían ser disciplinados por el poder.

La "intelectualidad popular" cree, en definitiva, que nada muy trascendental ocurre en esta materia, y que los "medios hegemónicos" exageran. Deberían quizá leer el diagnóstico que esta semana formula Aldo Ferrer, padre ideológico del modelo. Si el desequilibrio persiste -razona-, el sistema "puede entrar en turbulencias" peligrosas que culminen con un ajuste masivo de las principales variables y "una severa contracción de la actividad económica".

Igualmente benignos fueron los intelectuales orgánicos con la política ferroviaria y la crisis energética; admiten que se cometieron errores, pero aseguran que ya están "en vías de corrección". Esas vías no se conocen: llevará, por lo menos, una década conseguir dinero suficiente para la infraestructura de los trenes, y nadie sabe muy bien cómo el país logrará subsanar la catástrofe financiera de la energía y retornar al autoabastecimiento, que los gobiernos kirchneristas se ocuparon en dinamitar.

Es sintomático que acusen a la oposición de pretender "un país serio", que era la consigna inicial de Néstor Kirchner: "Prometen un «país serio», reinsertado en el mundo, tan «moderno» como la podredumbre que impúdicamente exhiben las economías del Norte desarrollado". Manifestar este deseo significa lisa y llanamente abrazar la "decadencia neoliberal". ¿Qué país de la Tierra será el modelo ideal de estos literatos? ¿Venezuela, Angola, Seychelles?

En cuanto a la corrupción, una vez más es relativizada. A los escritores les parece levemente condenable, aunque ellos mismos se han ocupado de poner bajo sospecha a los denunciantes y a re-legitimar siempre a los sospechados.

Dejo para el final una queja desgarradora. Se quejan de la estrategia del odio que está instalada en la Argentina. Se sienten odiados. Y tienen razón cuando dicen que "el odio sólo construye destrucción". Aunque parece una broma pesada por parte de quienes han servido en bandeja sus teorías divisionistas a estadistas vengativos que han azuzado el fuego de la discordia social como no se veía desde los años 50.

Qué pena, ¿no? La partitura falla y la música desafina.

© La Nación

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