miércoles, 16 de octubre de 2013

La fractura entre Insaurralde y Cabandié anticipa los puntos de fuga del kirchnerismo

Por Ignacio Fidanza
Cabandié se aferró a un ultrismo bobo que amenaza con hundir la última semana de campaña del oficialismo. Una fisura que crece el interior del poder.

Martín Insaurralde encarnó ese pragmatismo despiadado en el uso del poder que tanto fascina a los peronistas. Como en una escena sacada de El Padrino de Coppola –el de Marlon Brando, por supuesto-, abrazó a la pobre niña víctima del maltrato y sin desacomodarse la corbata ejecutó en el mismo acto al funcionario al que seguramente antes le habían pedido que la echara. Política profesional.

Frente a esa reacción lógica de control de daños, Cabandié expresó la racionalidad camporista: Ellos, los iluminados que tratan de salvar a la patria de “estos hijos de puta”, son víctimas de una conspiración del poder permanente, en este caso la Gendarmería. No hay autocrítica posible y todos los argumentos valen para justificar la gesta, expresada en la resistencia a una multa de tránsito: “Soy hijo de desaparecidos, me banque la Dictadura”.

Cabandié transparentó la visión que La Cámpora tiene de si misma: Son un dispositivo político que se ubica por encima del Estado, al lado de la Presidenta, entendida esta como jefa revolucionaria de una “orga” que es en definitiva el último y más importante bien a preservar.

"Esta es una operación política de Gendarmería contra nosotros o contra el Gobierno", dijo el joven camporista. Interesante distinción: Una cosa es el Gobierno, otra La Cámpora, acaso igual de importantes.

Por eso se entiende que Cabandié se sienta con la suficiente autoridad política para desoír los pedidos del jefe de Gabinete, del gobernador de Buenos Aires, del intendente de Lomas de Zamora, del senador por la Ciudad y de tantos otros que le rogaron durante cuatro días seguidos que se limitara a lo obvio: Pedir disculpas y callarse la boca.

Sin embargo, cargar las tintas sobre Cabandié es una estupidez. La gran responsable de esta distorsión es la Presidenta. Ella creó este Golem que se le volvió en contra en el momento más inoportuno. Fue ella quien erigió a La Cámpora en el rol de guardianes de la revolución, con poderes plenipotenciarios para atravesar todas las jerarquías del Estado.

No es un secreto que camporistas como “Wado” de Pedro o “Cuervo” Larroque dan órdenes a ministros, jefes de bloque del Congreso nacional, gobernadores, intendentes y cualquier otro integrante del elenco oficialista. Son los heraldos de la sacrosanta palabra presidencial, los illuminati del kirchnerismo, los únicos autorizados a transmitir de manera inapelable los deseos de la Presidenta, porque: “Hablan con Ella”.

Bypass al Estado, bypass al partido, bypass a las trayectorias de dirigentes votados en sus territorios. Demostración al extremo de centralismo monárquico: Yo mando con los que no tienen pensamiento propio ni legitimidad electoral, porque el poder soy yo.

“Somos la agrupación de la Presidenta”, se enorgullecía ante LPO un camporista. Bill de indemnidad, patente de Corso al uso nostro, que justifica todas las tropelías, todas las torpezas; incluso aquellas que no están permitidas para el resto de los mortales, porque ellos son portadores del ADN puro de la revolución kirchnerista.

No importa que gestionen mal, que pierdan todas las elecciones en las que se presentan, que no tengan razón, que embarquen al gobierno en peleas que inexorablemente terminan en derrotas. Nada importa, porque Ellos son Ella.

El futuro ya llegó

Pero el mundo cambió. Cosas de la política. Cristina ya no es eterna y el peronismo necesita como el agua, reinventarse para seguir en el poder. Llegó la hora de tirar lastre por la borda. Y con sus inagotables torpezas, La Cámpora ha decidido mimetizarse en el más espléndido saco de arena que sea posible imaginar.

Eso es lo que expresa, como en un maravilloso degradé, la toma de distancia que empieza en el mutismo malhumorado de Jorge Taiana, pasando por la tibia condena de Daniel Filmus, hasta la impiadosa carnicería de Insaurralde. “Yo no maltrato a las mujeres”, dijo sin que se le alterara un segundo, la sonrisa suave. Movimiento que se concretó luego de un reservado diálogo con Daniel Scioli, otro de los interesados en buscar un horizonte de vida más allá del kirchnerismo.

Insaurralde llegó a encabezar la lista bonaerense en gran medida gracias a la buena relación que trabó con La Cámpora –en un largo ejercicio de paciencia que confirma su madera-, en especial con “Wado” de Pedro. Fue el salvoconducto para pasar los vetos cruzados que esa organización suele desplegar, alimentando con conspiraciones reales o imaginarias la fantasía presidencial. Recurso fácil que sin embargo da resultados: Hasta ahora.

“La paranoia a veces es sencillamente tener toda la información”, decía burlón William Burroughs. Sin embargo, no parece ser este el caso. La Cámpora es una organización que sobre todo se destaca por su falta de rigor, de mínimos estándares profesionales.

Y el nuevo entorno político esta convirtiendo esa impericia en un costo insoportable para la maquinaria oficialista. Insaurralde inició un camino que ya insinuaban otros. Ellos se lo buscaron a fuerza de destrato y soberbia. Logrando así que se sume lo necesario y lo agradable, en una rara coincidencia para la política.

Los lujos ideológicos quedarán para los que creen encarnar una ideología. El resto del peronismo tiene una tarea más urgente: Cuidar los votos.

© LPO

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