viernes, 19 de julio de 2013

Tres films sobre América Latina

Por Liliana Bellone
En el excelente ciclo de historia y cine que brinda la Televisión Pública, pude ver tres  films que aportan una mirada sumamente importante y lúcida para comprender la realidad de nuestro continente americano, dos de ellos pueden ser considerados clásicos: Queimada del italiano Gillo Pontecorvo y Yo soy Cuba del director ruso Mijail Kalatozov. El tercero, Zona Sur del realizador boliviano Juan Carlos Valdivia, filmado en La Paz en 2009 es una valiosa obra de arte que muestra de un modo consistente y bello las cuestiones étnicas y sociales que configuraron y configuran un  núcleo problemático en la historia de nuestros pueblos.

Queimada (quemada en portugués) narra la terrible lucha por la libertad de un pequeño país del Caribe donde la mayor riqueza es la caña de azúcar, oro blanco, monocultivo que arrojó tanta explotación y miseria a las poblaciones americanas como riqueza y brillo a los dueños y amos de los ingenios y cañaverales, al comienzo en manos coloniales (España , Francia o Portugal) y luego en las celebérrimas y depredadoras  compañías azucareras, auspiciadas y respaldadas por el capitalismo de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Es el caso de Queimada, la pequeña isla, que pasa del coloniaje portugués y el esclavismo más feroz a la situación de república independiente gracias a la intervención inglesa que no tardará en imponer sus intereses de un modo brutal. Nada detendrá la rebelión de los esclavos negros, en un principio útil a los fines del imperialismo inglés, cuyo primer paso era lograr la independencia de Portugal para irrumpir con su compañía, la Royal Sugar Company, en las desvastadas tierras, tan expoliadas como bellas.

En un marco épico y de fresco social, Marlon Brando encarna a Sir William Walter, un noble inglés, agente del reino británico, aventurero y desalmado que finalmente- como los grandes personajes novelescos- muta la crueldad y el cinismo en piedad. Algo irrumpe en el alma del noble, precisamente aquel sentimiento que otorga fortaleza y debilidad; la piedad, virtud inaceptable para los déspotas. Sir William siente piedad, comienza a ver al “otro” como a un par, como un semejante. El “otro”, el valiente esclavo José Dolores, encarnado por un actor no profesional, Evaristo Márquez, no aceptará redimir y perdonar al inglés, no le permite esa última salida: lavar su conciencia, expiar su culpa, pues no desea deber al dominador su libertad. José Dolores es “dueño” de su libertad y elige, no acepta la caridad del otro, ni la ayuda, elige morir por la causa que ha abrazado. En ese punto se sitúa un verdadero duelo ético: el negro José Dolores no negocia su libertad, prefiere la soga antes de seguir siendo esclavo, no solamente en el sentido social e histórico, sino esclavo del engaño y la falta de ética.

En medio de lo épico, este magnífico film, rodado en Cartagena de Indias y luego en Marruecos,  instala la cuestión ética.

También ocurre lo mismo en Yo soy Cuba, donde los protagonistas anónimos de la Cuba prerrevolucionaria, admiten lo ético al erigirse en dueños de sus destinos. La libertad se toma, como en Queimada, no se negocia, no se pide, se conquista, parece ser el mensaje de esta gran película que fue olvidada durante años hasta que los realizadores Coppla y Scorsese la redescubrieron. Fresco social e histórico, Yo soy Cuba es un film extraordinario no solamente por las acrobacias que realiza la cámara, sino por el mensaje humano e histórico que propone. Las historias particulares de los personajes ficticios comparten la historia social y colectiva, los difíciles y heroicos momentos de la revolución. De este modo, sus fisonomías se inscriben en lo que Georg Lukács denomina el “tipo”, esto es, confluencia de lo estrictamente individual con lo social. El campesino explotado y engañado, la joven acuciada por la necesidad y que elige la vida ligera, el universitario, la familia trabajadora olvidada y sumida en la miseria, logran su redención a través del acto solidario, comunitario y liberador, logran su libertad en una visión enaltecedora del “otro”, un otro mancomunado y fraterno, el camarada y el amigo, en pos de una causa común.

Zona Sur del director boliviano Juan Carlos Valdivia, muestra la realidad latinoamericana en una dimensión hondamente humana. Situada en un barrio acomodado de La Paz, la historia de Zona Sur narra la cotidianeidad de una familia de la alta burguesía boliviana, atravesada por los avatares personales. Pero debajo del entramado particular de la anécdota en la que puede advertirse cierta semejanza con los films de Lucrecia Martel, es posible leer la intención de mostrar la convivencia de culturas: lo indígena y lo hispánico, lo atávico y lo moderno dialógicamente dispuestos. Los criados hablan en aimara y su cultura no subyace, está a la vista. Dos culturas que confraternizan. El mensaje de Valdivia, atraviesa el simplismo determinista de ciertas miradas: advierte ese algo que puede permitir que los seres humanos convivan a pesar de los diversos orígenes, lo que era impensable en siglos y aun en décadas anteriores, cuando la única salida ante el distinto, ante el “otro” no semejante, era la extinción o el dominio. Todorov señala muy bien en su libro La conquista de América  que la apropiación de España sobre el Nuevo Mundo fue una cuestión asentada en la cuestión del “otro” (menospreciar, ultrajar, desestimar, disminuir, para poder explotar y dominar). Quizás Bolivia está dando el ejemplo de un nuevo modo de convivencia, dejando a un lado el colonialismo y los prejuicios, para lograr un pluralismo cultural propicio al desarrollo y a la construcción de una organización social nueva y justa, donde los valores de igualdad y fraternidad no sean solamente las fulgurantes declaraciones de las repúblicas liberales  burguesas, sino una constante y sólida realidad.

© Agensur.info

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