Por Alfredo Leuco |
Yo se lo describo, le doy unas pistas para que entienda
porqué siento tanta admiración por ese hermano nuestro que está protagonizando
una epopeya.
De José de San Martín tiene el coraje para pelear por la
libertad de los pueblos y para enfrentar las más grandes dificultades, incluso
las que tienen el tamaño de la Cordillera de los Andes. Se siente un hombre
libre y quiere que todos los hombres sean libres.
De Manuel Belgrano tiene la obsesión por la educación, la
excelencia intelectual y la flexibilidad para moverse en todos los terrenos.
También es creador de una nueva bandera de la fe.
De Mariano Moreno tiene la voluntad revolucionaria. La
pasión por romper las burocracias del atraso y la apuesta al cambio de las
viejas estructuras. Por algo los conservadores ya lo pusieron en la mira.
De Hipólito Yrigoyen tiene su amor por los más humildes, su
lucha eterna para que la tortilla se vuelva, su profunda fe democrática. Su
segunda Biblia, su plataforma electoral, el documento más importante que
redactó, que sostiene que el Estado debe intervenir para suturar las heridas
que produce el mercado, es un producto colectivo. Se realizó en la conferencia
de Aparecida, con el aporte de pastores, peregrinos y obispos, pero tiene la
síntesis de un sabio. De un sumo sacerdote. De un pontífice que piensa con
ecumenismo y que no conoce lo que es el odio. Todo lo contrario, ayer proclamó
la cultura del encuentro y llamó a “rehabilitar la política como una de las
formas más altas de la caridad”. Dijo que “entre la indiferencia egoísta y la
protesta violenta hay una opción de los oprimidos: el diálogo, el humanismo
integral”.
De Juan Domingo Perón tiene su habilidad para conducir, ese
liderazgo carismático necesario para guiar la organización humana más grande
del planeta con 1.200 millones de fieles. Tiene una sensibilidad especial y
sabiduría popular que sólo se cosecha con mucho pavimento recorrido. La
picardía argentina en el mejor de los sentidos y no la viveza criolla. Tiene
humor. Se podría cantar una marchita que diga: “Por ese gran argentino/ que se
supo conquistar/ a la gran masa del pueblo/ con astucia clerical.
De Evita tiene su amor por los grasitas y la mirada en la
periferia. Su opción por los pobres, por los cabecitas negras de La Matanza a
Lampedusa. Ese abrazo que se dio con los qom que Cristina no recibió o con el
indio Pataxo que le regaló su cocar y no se arrodilló porque el Papa se lo
impidió. La arenga para que nadie acepte la humillación de nadie, para que se
pongan de pie y se rebelen. Por eso dice que quiere que los jóvenes hagan lío y
salgan de la Iglesia. Para que ocupen las calles con alegría y peleen por un
mundo más justo, más solidario y fraterno. Quiere que sean callejeros de la fe.
Siembra amor y esperanza y lucha a muerte contra los
asesinos que utilizan la droga para matar pibes y los que utilizan la trata
para esclavizar mujeres pobres. De aquellos que rezan: “Papa nuestro que estás
en el Vaticano, santificado sea tu nombre”.
De Arturo Illia tiene la austeridad republicana y
franciscana. Los votos de pobreza, el despojo de todo tipo de vanidad o riqueza
frívola. No vive rodeado de millonarios ni de estrellas mediáticas. Se siente a
gusto en las favelas del mundo porque conoce profundamente nuestras villas
miserias. Pinta su aldea y por eso es universal. No miente, predica con el
ejemplo. Tiene las manos limpias, no hace falta que presente su declaración
jurada porque vive como piensa. Por eso tiene autoridad moral para decir que se
puede perdonar a los pecadores pero no a los corruptos. No roba pero hace.
Es argentino como pocos y no solo porque nació en Flores en
una típica familia de tanos inmigrantes. Por el mate, el tango, su San Lorenzo
de Almagro y el culto a la amistad. Convoca multitudes apasionadas. Tiene olor
a oveja, pero no acepta el verticalismo ni la obsecuencia. Llama a que cada uno
construya su propio destino junto a sus hermanos más frágiles. Propone
cooperativas para recuperar la paz, el pan y el trabajo y combatir la inflación
y la inseguridad. Y si no me creen, lean el documento de Aparecida que es la
génesis de su papado. Reparte estampitas cargadas de futuro. Es emocionante ver
como emociona. Ya produjo su primer milagro: que todo el mundo quiera a un
argentino. Y que la juventud recupere su lucha por las utopías a su imagen y
semejanza. Francisco fue forjado por dos matrices que atravesaron la historia
de nuestro país. Por el catolicismo y el peronismo. En esas fraguas se formó.
En esas convicciones e ilusiones. Muchas veces me pregunto qué me despierta
tanta admiración el Papa si yo no soy católico ni peronista, aunque a veces me
gustaría serlo. Para tomar lo mejor de ambos. Para tener un oído en el pueblo y
el otro en el Evangelio o en la doctrina, como decía Monseñor Angelelli.
Ya sé que no lo puedo votar. Ya sé que no es candidato. Pero
es el espejo que refleja lo mejor de este país. Es el argentino que nos
transmite esperanza y capacidad transformadora. Es el Papa. Tranquilamente
puede ser un presidente y un prócer. Podrán imitarlo, pero igualarlo jamás.
Porque el país no está temblando. Esta latiendo patriotismo, solidaridad y
emoción. “Se siente, se siente, Francisco presidente”, podrían cantar las
tribunas, como si el país fuera el viejo Gasómetro Y si él no puede ser, que
sea algún argentino que se atreva a recoger su nombre y lo lleve como bandera a
la victoria.
Aclaración: Tenía pensado escribir sobre la política
doméstica. Pero hubo dos motivos que me “obligaron” a repetir con módicos
cambios, esta columna que leí el viernes en Radio Continental. Primero, que
tuvo una repercusión inédita por las redes sociales que superó cualquiera de
las más de cuatro mil editoriales que escribí en 15 años. Eso me hizo sospechar
que el texto tenía algún valor o representaba algún sentimiento. Y segundo, la
osadía que tuvo Cristina de comparar a Néstor Kirchner con el Papa sin que se
le cayera la cara de vergüenza. Confundir el día con la noche, me pareció too
much.
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