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Miles y miles de "indignados" siguen protestando contra el fútbol y piden inversiones en salud y educación. |
"Brasil no es solo fútbol y fiesta". La Copa
Confederaciones quedó eclipsada la noche del lunes como si fuera una escena
incómoda. Miles de personas ganaron las calles en las principales ciudades del
país para protestar nuevamente contra el aumento de precios del transporte
público y para reclamar al Estado un uso eficaz y transparente del gasto
público. La Copa del Mundo del 2014 se ha convertido, a los ojos de los
manifestantes convocados a través de las redes sociales, en objeto del escarnio
social.
"Más dinero para la salud y la educación", se ha
gritado en las protestas. En Sao Paulo, unas 65.000 personas han recorrido las
avenidas Paulista y Consolação. Una cifra mayor de personas, predominantemente
jóvenes, han llenado el centro de Río de Janeiro. En Belo Horizonte, los
manifestantes han intentado acercarse al estadio Mineirao, sede del partido de
fútbol entre Nigeria y Tahití. Las fuerzas de seguridad lo han impedido.
"El pueblo despertó", han gritado en Brasilia los manifestantes que
rodearon la sede del Congreso e incluso hubo quien se subió al tejado. Desde
principios de los años noventa no se veía tanta gente en las calles. En 1992,
la consigna que unificó a los brasileños tenía que ver con la dimisión del
presidente Fernando Collor de Melho, acusado de corrupción.
"Las manifestaciones pacíficas son legítimas y propias
de la democracia. Es propio de los jóvenes que se expresen", ha señalado
la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. La dirigiente sigue siendo favorita
para las elecciones del 2014 pero su popularidad ha caído, por razones
distintas, entre los sectores más pudientes y los jóvenes de la histórica clase
media e, incluso, la que se ha consolidado en los últimos años, como parte de
las políticas de promoción social del PT.
Actuación policial
Esta vez, la Policía Militar (PM) se ha abstenido de usar
gases lacrimógenos y balas de goma, salvo en Belho Horizonte. Ha habido, no
obstante, algunos conatos de violencia en Sao Paulo, cuando la manifestación ha
llegado a la sede de la alcaldía. Pero la saña de los uniformados no ha
alcanzado los niveles recientes. La represión de los últimos días había causado
estupor. La revista 'Istoe' la comparó con los tiempos de la dictadura
(1964-85). De hecho, la PM es una de las herencias del régimen castrense que la
democracia no pudo sacarse de encima. El servicio secreto de la PM llegó a
acusar a grupos punks, anarquistas y militantes del Partido Socialismo y
Libertad (PSOL), un desprendimiento del Partido de los Trabajadores (PT, en el
poder) de estar detrás de las protestas. Sus acciones, aseguró, en un temeroso
lenguaje, son "semejantes a las de una guerrilla".
"Ecos de la primavera árabe", han señalado algunos
analistas. "Como los indignados europeos", han apuntado otros.
"No, esto se parece a lo que ocurrió durante la ocupación de Wall
Street", se ha dicho también. "Ellos tienen algo que decir", ha
considerado la revista 'Epoca', sin buscar parentescos.
Las manifestaciones comenzaron hace una semana incitadas por
el Movimiento Pase Libre (MPL). Este grupo cuenta con pocos miembros orgánicos.
En su mayoría son estudiantes universitarios y profesores. Las redes sociales,
en un país con 50 millones de usuarios, se han convertido en su principal
herramienta política. Rechazan a los partidos tradicionales y creen en las
prácticas políticas horizontales. La situación del transporte público ha
centrado sus reclamos. "Cada aumento de la tarifa excluye más gente del
transporte público, y al mismo tiempo la excluye de la ciudad", ha
explicado Nina Cappello, del MPL. La tarifa acaba de pasar de 3 a 3,20 reales
(1,5 a 1,6 dólares). Desde el 2003, la inflación acumulada es de 81,7%, contra
un 88,2% de incremento de la tarifa en Sao Paulo y 182,5% del salario mínimo.
El incremento de 20 centavos de real, creen algunos observadores, debe mirarse
como la punta de un iceberg que esconde malestares de otro espesor.
“Límites para las
protestas”
El Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) había
imaginado una Copa Confederaciones pletórica de brillo. Ha sucedido algo
inesperado. "Quien crea que puede impedir la realización de esos eventos
se encontrará con la determinación del Gobierno de impedirlo", ha
advertido el ministro brasileño de Deportes, Aldo Rebelo. "Las
manifestaciones serán toleradas dentro de ese límite", ha añadido. La preocupación
excede lo que pudiera ocurrir durante el torneo de fútbol. Brasil se prepara
para recibir a más de dos millones de visitantes en julio en el marco del
encuentro mundial de la juventud, que contará con la presencia del papa
Francisco.
"Los gobernantes precisan entender el por qué de estos
acontecimientos", ha dicho el expresidente Fernando Henrique Cardoso,
haciendo uso de su antigua pericia sociológica. Los motivos del malestar
varían. Los ricos nunca simpatizaron con Luiz Inácio 'Lula' da Silva ni con su
heredera Roussef. Detestan sus programas en favor de los que menos tienen.
Parte de los jóvenes se sienten desencantados con un PT que, dicen, hace una
década se olvido del verbo "luchar" y solo mantuvo en alto las
banderas del combate contra la pobreza. Las protestas tienen lugar cuando
Brasil no termina de retomar la senda del crecimiento. Para este año se espera
un 2,3%, y esa cifra no alcanza para resolver las asignaturas de un país de
casi 200 millones de habitantes. Además del precio del transporte, el de los
alimentos ha experimentado un incremento mayor, del 13% anual.
Malestar
Cinco años atrás, cuando estalló la primera crisis
financiera internacional, Brasil salió adelante con una fuerte política de
fomento estatal a la inversión y el consumo. La obtención de la sede de la Copa
del Mundo 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016, en Río de Janeiro, ha sido en
principio vista como una bendición. Una oportunidad para profundizar el
desarrollo. Muchos brasileños lamentan, sin embargo, no estar en condiciones de
poder pagar una entrada (la más barata costará 60 dólares). Otros creen que se
está realizando un gasto tan ingente como innecesario.
El mítico estadio carioca de Maracaná irrumpe en estas horas
como un símbolo de lo indeseado. "Usted ya lo pagó", dice el portal
'Publica' y recuerda que, en 1996, y por recomendación de la FIFA, el estadio
fue sometido a reformas valoradas en 37,2 millones de euros. Diez años más
tarde, de cara a los Juegos Panamericanos, volvieron a gastarse allí 106
millones de euros. La adecuación del Maracaná para el Mundial significará un
gasto adicional de 310 millones de euros, lo que equivale a cuatro estadios de
Corea 2002. La concesión privada, por 35 años, tendrá desde 2014 utilidades
anuales de 36 millones de euros.
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