miércoles, 29 de mayo de 2013

Nuestro berlusconismo con faldas

Por Carlos Gabetta (*)
Los resultados económicos, políticos e institucionales de la década de gobierno peronista en su versión K van quedando a la vista, del mismo modo que los del populismo venezolano y otros de por estos pagos, además de los de las distintas variantes que van apareciendo en Europa. En el marco de la crisis mundial, la situación argentina, aunque distinta en muchos aspectos, ofrece semejanzas en el plano institucional y político, en la corrupción y el descrédito de la dirigencia tradicional, con lo que ocurre en España e Italia. También en la orfandad de propuestas y el desconcierto de la izquierda y el progresismo en general.

Esperpento italiano. Si “el pasado es un prólogo” (Shakespeare dixit) y “el tiempo sólo tardanza de lo que está por venir”, según nuestro José Hernández, el progresismo argentino haría bien en seguir la evolución del esperpento que tiene lugar actualmente en la política italiana, ese país con el que tantas afinidades culturales tenemos. Esta advertencia es inútil para nuestros liberales y populistas, porque, como en Italia, son los responsables de la situación y harán –lo están haciendo– cualquier cosa para salir del embrollo lo mejor parados posible.
 El bunga-bunga argentino no está salpicado, al menos por ahora, de escándalos de fiestorras con menores de edad, aunque el antepenúltimo peronista en el gobierno, Carlos Menem, nuestro Berlusconi con pantalones, se ganó cierta aureola de parrandero contumaz. El peronismo kirchnerista se circunscribe, si así puede decirse, al enriquecimiento ilícito masivo; la impunidad mediante la manipulación de la Justicia, el monopolio mediático y la asfixia de la prensa independiente; la violencia política; los pujos por perpetuarse en el poder y, last but not least, la crisis económica.
 Dando por sentado que cada país resolverá los problemas económicos desde su situación particular y sus propias posibilidades, la clave para Italia y Argentina está en que aparezca una verdadera propuesta alternativa a la crisis, que no puede surgir sino de una renovación profunda de la política. La crisis política es reflejo de la económica, pero ésta depende de aquélla para su resolución.
 El proceso italiano está algo más avanzado en el tiempo. Puesto que la propuesta alternativa siguió sin aparecer, acabó cuajando en la ingobernabilidad, como se venía viendo y se vio en las últimas elecciones. Unos años atrás, el movimiento “antipolítica” de Beppe Grillo no existía. Pero desde las últimas elecciones es el primer partido del Congreso, con 108 diputados y 54 senadores. Lo lógico pareció ser un entendimiento de Grillo con la izquierda liderada por Luigi Bersani, pero Grillo se opuso; y además la alianza hubiese sido extremadamente débil a causa de la fragmentación política.
 Así se llegó a la ingobernabilidad. La izquierda italiana entendió que la urgencia era ésa y se aventuró a gobernar con socialcristianos y berlusconianos, los partidos que provocaron la crisis y a los que cualquier cambio serio en la economía afectaría en sus intereses, y cualquier cambio serio en la política pondría a sus dirigentes ante la Justicia. Giulio Andreotti, ese mafioso socialcristiano de la política, acaba de morir; pero Berlusconi está vivito y coleando.
 Y todos los demás, con lo que el baile no tardó en empezar. Apenas una fiscal milanesa pidió cárcel e inhabilitación para Berlusconi por un asunto de prostitución de menores (tiene otros, de otro tipo); Il Cavaliere contraatacó con insultos y acudiendo a su inmensa maquinaria propagandística. Antes, el vicepresidente y ministro del Interior, Angelino Alfano, había atacado a jueces y fiscales en un acto organizado por Berlusconi. Así, de la madre del borrego, la economía, casi ni se habla, si no es para reiterar cursos fracasados o formular tímidas proposiciones cosméticas.
 Como se ve, una alianza imposible, a menos que la izquierda acabe amoldándose a las necesidades y el estilo de la derecha, como suele suceder. El curso probable es que la crisis se profundice y el próximo Grillo resulte un líder de extrema derecha, tal como viene ocurriendo en otros países de Europa.
 Por el momento, el primer ministro socialdemócrata, Enrico Letta, sólo atina (¿adivinen qué?) a poner en marcha un complejo mecanismo para reformar la Constitución y disponer de otra representación electoral. Si nada cambia, esto último sólo podría ser un apaño para que gobierne cualquier mayoría, en minoría contra todos los demás. Y que siga el baile.

Los de acá. Compárese el movimiento antipolítica de Grillo con nuestros 14N y 18A, un movimiento opositor sin Grillo y que por ahora no pregona la “antipolítica”, pero tan despojado de propuestas como aquél. Sígase en perspectiva el curso de nuestro berlusconismo con faldas, del populismo “opositor” y de nuestros liberales; de la crisis económica, y se verá que el progresismo argentino vive el prólogo de una situación similar a la italiana. De enfrentar una alternativa semejante.
 Tardanza de lo que está por venir. De aquí a la probable ingobernabilidad argentina, habrá que distinguir alianzas puntuales –por ejemplo, para desbaratar la reforma de la Justicia– con la tentación, disfrazada de necesidad, de gobernar junto a quienes vienen conduciendo el país hacia la crisis económica e institucional.
 El Frente Amplio Progresista, que apoyado en el prestigio y los antecedentes de sus líderes pretende devenir la expresión política del progresismo argentino, de una alternativa de cambio decente y posible, no sólo no consigue ir más allá de las buenas intenciones; también se hace evidente la puja de personalidades e intereses individuales, además de las lógicas discrepancias políticas.
 Es que una alianza no surge de ideas e intenciones, sino del trabajo común; de un programa. Ante un plan concreto, se quedan los que lo aprueban y se van los que no.
 De un programa serio no surgen sólo candidatos a elecciones, sino la necesidad de gobernantes profesionalmente capaces de aplicarlo para cambiar las cosas. El Partido Democrático Italiano tenía un plan, pero lo fue abandonando poco a poco para terminar gobernando con el de la democracia cristiana y el populismo.
 Después de observar lo que pasa en Italia, convendría que el progresismo argentino se preguntase “¿por casa cómo andamos?”.

(*) Periodista y escritor


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