martes, 11 de diciembre de 2012

Per Saltum a la Realidad

Por Gabriela Pousa
Una postergación, un límite, una herramienta judicial, un sueño quizás… Una luz asomando por la minúscula ventana de la torre donde se nos ha encerrado hace tanto que no lo podemos contar ya.

Lo cierto es que la Corte Suprema ha rechazado el “per saltum” presentado por el gobierno nacional. Hay alivio, se percibe en cualquier red social. Es como si hubiésemos logrado que nos devuelvan el derecho a soñar…

Es un juego peligroso. Unos parecen ganar, otros parecen perder y “parecer” no es un verbo arbitrario. Hace tiempo que la Argentina venimos perdiendo lo más importante que tenemos: tiempo. No se recupera. Ese tiempo malgastado, desperdiciado se ha llevado demasiado.

Un país en bancarrota puede emerger de varias formas, sin embargo, de la destrucción cultural, del vacío de principios, de la inmoralidad no se regresa con facilidad. No hay préstamo de ningún organismo financiero internacional que otorgue lo que ya no hay.

Un cambio de ministros tampoco garantiza un soplido de aire fresco y cristalino. Ninguna persona de bien está dispuesta a sumarse a un ejército de sátrapas. Y aún quedan tres años por delante. ¿Cómo se hace?

De continuarse en esta senda de agresiones y mezquindades lo que sigue no es difícil de prever. ¿Cuánto más puede soportarse el atropello y la afrenta? ¿Cuánto la agresión gratuita y la venganza perversa? Escasean las respuestas.

Pensar que el escorpión cambiará su naturaleza es un error que ya se ha cometido en demasiados desvaríos. Apostar a la cordura y la razón, mientras gobierna la desmesura y la cólera es esperar que coseche un olmo donde se sembró algarrobo.

Si algo ha dejado en claro en gobierno ha sido su intolerancia y su desdén hacia todo aquello que escape a su propio interés. En diez años, las demandas perentorias de la gente se esfumaron de la agenda oficial. Los temas de Cristina no son ni remotamente los temas de la ciudadanía.

En su última alocución, frente a quienes se supone adhieren a sus modos, no hubo referencia alguna a aquello que esa gente prioriza: ni una sílaba sobre la inflación, ni un verbo sobre la inseguridad, ni una pista que devenga en una mejor calidad de vida asomaron mientras la Presidente festejaba una democracia adulterada.

La gente no come radios, ni periódicos, ni canales de TV. No ve ni siente los “fierros judiciales”, se topa en cambio con el arma tumbera de la delincuencia, el desabastecimiento de las góndolas, y los precios que ponen límite a su hacer.

Es factible que el fervor de las luces y los recitales mengüen las necesidades pero son apenas horas, después “con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”, como diría Serrat.

Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al porta, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. Se acabó, que el sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual…”

Por una noche. Y aún faltan mil noches más. Hay algunos atenuantes que, posiblemente, oxigenen un ambiente viciado y tóxico en demasía: el receso escolar, una o dos semanas en la costa, ese “recreo” que fue diezmándose a lo largo del tiempo sin que pueda percibirse ya, hasta qué punto era un derecho y ahora es casi un lujo que nos engalana en una posición irreal.

Se trata de la bonanza de la reina soja que ni siquiera es, a esta altura, una vaca atada con seguridad. Desde la presidencia se arrogan la maternidad del yuyo vendiendo un relato mágico de prosperidad que sólo se traduce en el conocido “pan para hoy, hambre para mañana”. Y ese mañana para muchos ya llegó.

En medio de esa ilusión veraniega se teje la tregua tan pasajera como mendaz. Luego, el regreso a la Argentina de las antinomias y ríspideces. A las diferencias que se impulsan y estimulan desde el poder, a la guerra de las sandeces.

Todo sigue dislocado, atado con alambre, nada se ha solucionado. El enfermo no está curado, apenas si se lo conecta a un respirador artificial para pasar el verano, como hace unos meses se pasó el invierno pero el organismo se está desgastando. ¿Cuánto más puede soportarse la vida artificial?

Las secuelas de esta última contienda contra el grupo Clarín dejaron nuevos villanos en el escenario. Era cantado: el gobierno no sobreviviría sin adversarios sean o no inventados. La Justicia ya no será lo que fue. Esto no implica que de la noche a la mañana, los juicios se resuelvan como se debe acorde a la sentencia de Ulpiano: dar a cada uno lo suyo. Tan simple y tan complicado…

No desaparecieron los Oyarbide ni los Sal Lari de este teatro, y hasta es factible que en breve veamos algún documento firmado por jueces obsecuentes respaldando a un Ejecutivo que los tiene de rehenes. Esperar milagros en un ateísmo como el que nos envuelve es un síntoma grave de infantilismo y candidez. De todos modos a un gran porcentaje de los argentinos les gusta vivir soñando.

Segismundo en estos pagos sería Gardel. “Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte (…)”*

Fin de año trae balances inevitables, esperanzas necesarias, cierto descanso a la rutina, aunque nada en definitiva cambia. Son rituales que subyugan, que permiten seguir siendo donde nada es lo que parece ser.

El problema no es pues que pasará el 15D, ni el 19D, ni cualquier otra fecha antojadiza que se disfrace de redentora donde la redención es utópica.

Hay apenas una postergación de este ahora, pero nada que garantice un final de perversión y deshonra. De todos modos, después de un año de afrentas y agresiones, una postergación de la cautelar, un rechazo de per saltum – aunque no solucione el hambre de los pobres, ni devuelva la paz usurpada hace tanto ya -, nos faculta a soñar. Es un derecho harto ganado.

Y, “¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”  (*)


(* ) Monólogo de Segismundo personaje de La Vida es Sueño, Calderón de la Barca.

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