Por Gabriela Pousa |
Lo cierto es que la Corte Suprema ha rechazado el
“per saltum” presentado por el gobierno nacional. Hay alivio, se percibe en
cualquier red social. Es como si hubiésemos logrado que nos devuelvan el
derecho a soñar…
Es un juego peligroso. Unos parecen ganar, otros
parecen perder y “parecer” no es un verbo arbitrario. Hace tiempo que
la Argentina venimos perdiendo lo más importante que tenemos: tiempo. No
se recupera. Ese tiempo malgastado, desperdiciado se ha llevado demasiado.
Un país en bancarrota puede emerger de varias
formas, sin embargo, de la destrucción cultural, del vacío de principios, de la
inmoralidad no se regresa con facilidad. No hay préstamo de ningún organismo financiero
internacional que otorgue lo que ya no hay.
Un cambio de ministros tampoco garantiza un soplido
de aire fresco y cristalino. Ninguna persona de bien está dispuesta a sumarse a
un ejército de sátrapas. Y aún quedan tres años por delante. ¿Cómo se
hace?
De continuarse en esta senda de agresiones y
mezquindades lo que sigue no es difícil de prever. ¿Cuánto más puede
soportarse el atropello y la afrenta? ¿Cuánto la agresión gratuita y la
venganza perversa? Escasean las respuestas.
Pensar que el escorpión cambiará su naturaleza es
un error que ya se ha cometido en demasiados desvaríos. Apostar a la
cordura y la razón, mientras gobierna la desmesura y la cólera es esperar que
coseche un olmo donde se sembró algarrobo.
Si algo ha dejado en claro en gobierno ha sido su
intolerancia y su desdén hacia todo aquello que escape a su propio interés. En
diez años, las demandas perentorias de la gente se esfumaron de la agenda
oficial. Los temas de Cristina no son ni remotamente los temas de la
ciudadanía.
En su última alocución, frente a quienes se supone
adhieren a sus modos, no hubo referencia alguna a aquello que esa gente
prioriza: ni una sílaba sobre la inflación, ni un verbo sobre la
inseguridad, ni una pista que devenga en una mejor calidad de vida asomaron
mientras la Presidente festejaba una democracia adulterada.
La gente no come radios, ni periódicos, ni canales
de TV. No ve ni siente los “fierros judiciales”, se topa en cambio con
el arma tumbera de la delincuencia, el desabastecimiento de las góndolas, y los
precios que ponen límite a su hacer.
Es factible que el fervor de las luces y los
recitales mengüen las necesidades pero son apenas horas, después “con la
resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y
el señor cura a sus misas”, como diría Serrat.
“Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al
porta, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. Se acabó, que el sol
nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada
cual…”
Por una noche. Y aún faltan mil noches más. Hay algunos atenuantes que,
posiblemente, oxigenen un ambiente viciado y tóxico en demasía: el receso
escolar, una o dos semanas en la costa, ese “recreo” que fue diezmándose a lo
largo del tiempo sin que pueda percibirse ya, hasta qué punto era un derecho y
ahora es casi un lujo que nos engalana en una posición irreal.
Se trata de la bonanza de la reina soja que ni
siquiera es, a esta altura, una vaca atada con seguridad. Desde la presidencia
se arrogan la maternidad del yuyo vendiendo un relato mágico de prosperidad que
sólo se traduce en el conocido “pan para hoy, hambre para mañana”. Y ese
mañana para muchos ya llegó.
En medio de esa ilusión veraniega se teje la tregua
tan pasajera como mendaz. Luego, el regreso a la Argentina de las antinomias y
ríspideces. A
las diferencias que se impulsan y estimulan desde el poder, a la guerra de las
sandeces.
Todo sigue dislocado, atado con alambre, nada se ha
solucionado. El enfermo no está curado, apenas si se lo conecta a un
respirador artificial para pasar el verano, como hace unos meses se pasó el
invierno pero el organismo se está desgastando. ¿Cuánto más puede soportarse la
vida artificial?
Las secuelas de esta última contienda contra el
grupo Clarín dejaron nuevos villanos en el escenario. Era cantado: el gobierno
no sobreviviría sin adversarios sean o no inventados. La Justicia ya no
será lo que fue. Esto no implica que de la noche a la mañana, los juicios se
resuelvan como se debe acorde a la sentencia de Ulpiano: dar a cada uno lo
suyo. Tan simple y tan complicado…
No desaparecieron los Oyarbide ni los Sal Lari de
este teatro, y hasta es factible que en breve veamos algún documento firmado
por jueces obsecuentes respaldando a un Ejecutivo que los tiene de rehenes. Esperar
milagros en un ateísmo como el que nos envuelve es un síntoma grave de
infantilismo y candidez. De todos modos a un gran porcentaje de los argentinos
les gusta vivir soñando.
Segismundo en estos pagos sería Gardel. “Sueña
el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y
este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le
convierte (…)”*
Fin de año trae balances inevitables, esperanzas
necesarias, cierto descanso a la rutina, aunque nada en definitiva cambia. Son
rituales que subyugan, que permiten seguir siendo donde nada es lo que parece
ser.
El problema no es pues que pasará el 15D, ni el
19D, ni cualquier otra fecha antojadiza que se disfrace de redentora donde la
redención es utópica.
Hay apenas una postergación de este ahora, pero
nada que garantice un final de perversión y deshonra. De todos modos, después
de un año de afrentas y agresiones, una postergación de la cautelar, un rechazo
de per saltum – aunque no solucione el hambre de los pobres, ni devuelva la paz
usurpada hace tanto ya -, nos faculta a soñar. Es un derecho harto
ganado.
Y, “¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es
la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que
toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son” (*)
(* ) Monólogo de Segismundo personaje de La Vida es Sueño, Calderón de la Barca.
(* ) Monólogo de Segismundo personaje de La Vida es Sueño, Calderón de la Barca.
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