Por Alfredo Leuco |
La caricatura de lucha de clases contra los sectores medios,
además de jurásica y antiperonista, suena patética en los labios de Cristina,
varios de sus ministros y algún paraperiodista subsidiado, porque lo hacen
desde arriba. Vomitan sobre los pequeñoburgueses desde su lugar de millonarios
y habitantes de Puerto Madero. Y en nueve días, será el primer paro nacional de
trabajadores. Todo esto encendió tres luces rojas:
1) El Gobierno perdió la iniciativa. Desde que la Presidenta procesó los
12 millones de votos como un cheque en blanco inmutable, no dejó error por
cometer. Y viene corriendo detrás de los acontecimientos. Apaga un incendio
tras otro, generados, en muchos casos, por su propia mala gestión. El 8N fue la
coronación del aumento incesante de su imagen negativa que algunos identifican
como un fin de ciclo. Eso está por verse. En dos ocasiones, Cristina resurgió
de sus cenizas. Luego de las torpezas seriales de la 125, fue derrotada
electoralmente en todo el país en general, y en Buenos Aires en particular,
pese a que la lista fue encabezada por Néstor Kirchner y Daniel Scioli. Había
perdido en la calle con los productores agropecuarios y en el Congreso con el
voto no positivo, y también fue derrotada en las urnas. Sin embargo, a favor
del consumo y la fortaleza económica pudo recomponerse y lograr un histórico
triunfo con más del 54% de los votos. Algo similar pasó después de la muerte de
Néstor Kirchner. Con este antecedente, se puede pensar que el fracaso electoral
la está esperando en la esquina de 2013. Porque esta vez también fue vencida en
el control de las plazas y avenidas y porque los que no quieren verla
presidenta más allá de 2015 además le arrebataron la agenda en las redes
sociales y hasta algunas consignas de los 70 con las que reclamaron pertenecer
al pueblo.
¿El gobierno K perderá en las urnas en 2013, igual que en
2009? ¿Y después, se recuperará como en 2011? Aquí nace otro drama para el
cristinismo sin Cristina. Acusan a los caceroleros de no tener proyecto ni
saber a quién votar. Y es cierto en parte. La mayoría no sabe/no contesta, y
otros votan por Binner o por Macri, por ahora. Pero Cristina no se dio cuenta
de que ellos también tienen ese problema. El 46% no tiene candidato. Y el 54%,
tampoco. Sólo un milagro o la violencia podría reformar la Constitución para
habilitar su eternidad. Deberían hacer una elección extraordinaria para
conseguir los dos tercios necesarios en Diputados pero, aun así, en el Senado es
casi imposible. Extraña paradoja, en un momento de hiperpolitización, con mucha
juventud de ambos lados, no hay un candidato cantado para suceder a Cristina.
2) Coprófagos: comen sus propios desechos. El oficialismo
malversó tanto la realidad como el Indec. La mentira no sólo tiene patas
cortas. Obliga a redoblar la apuesta para no reconocerla. Y la etapa superior
es el autoengaño. Que la jefa del Estado le haya ordenado decir a la Policía Federal
que hubo sólo 70 mil personas caceroleando es la expresión de un poder que
perdió el pudor de hacer trampa y de una fuerza de seguridad que aceptó por
obediencia debida.
Cristina defiende su proyecto cuando dice que necesita los
dólares que no se fabrican acá para pagar la deuda que ella no produjo y que,
por eso, limita la venta de los adorados verdes. Pero se autodenigra cuando
dice que el cepo es un mito urbano. Una pancarta chicaneó con eso: “No fue un
apagón, fue sensación de oscuridad”. Casi todas las banderas del Conurbano
reclamaron para que sus hijos puedan vivir seguros y en paz, y ése es un
derecho humano. Negar lo evidente es un signo de locura.
3) No identifican al enemigo. Una de las claves de la
política es ubicar con precisión al rival o al adversario. Eso ordena el
pensamiento y la militancia y refuerza la identidad propia. Pero Cristina
construyó un enemigo imaginario y funcional a sus deseos. Ella se considera la
expresión de la patria y, por eso, quienes la enfrentan deben ser una masa de
zombis llevados de las narices por el discurso de la ultraderecha golpista. No
puede entender que los autoconvocados son algo muy distinto. Por suerte, porque
sería nefasto para el país que semejante basura humana tuviera tanto poder de
convocatoria. Salvo algunos marginales energúmenos que defienden la dictadura o
patotean a un periodista, la inmensa mayoría hizo reclamos que podrían
resumirse como: “Más y mejor democracia y basta de democradura”. También se
sumaron demandas sociales contra el veto presidencial al pago del 82% móvil,
antes de que se mueran los jubilados o la insólita tozudez de robarles a los
trabajadores hasta un aguinaldo con la excusa de denominarlo “impuesto a las
ganancias”.
El que no reconoce contra quién pelea tira golpes al aire,
mamporros sin destino que le hacen gastar demasiada energía. Los que saltaron
de la realidad virtual a la movilización real, pura y dura, son
fundamentalmente ciudadanos independendientes. Muchos no la votarían jamás,
pero otros pertenecen a ese sector de la población que cambia sus simpatías de
acuerdo a las circunstancias, estado de ánimo y situación económica. En lugar
de intentar recuperarlos, Cristina los empujó para que se vayan
definitivamente, como viene haciendo desde hace tiempo con los no fanáticos,
incluso en su gobierno.
Algo nuevo nació en la Argentina. El parto
fue histórico y callejero. Son cientos de miles de argentinos dispuestos a
pelear por un país más igualitario y menos autoritario. Están buscando su
destino y construyendo una alternativa que no sea boba. Quieren desterrar el
maltrato al que piensa distinto.
Y marcharán hacia ese futuro con los dirigentes a la cabeza
o con la cabeza de los dirigentes.
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