domingo, 7 de octubre de 2012

Del bochazo de Harvard a la semana dislocada

José Pablo Feinmann, el filósofo
del cristinismo.

Por Carlos Salvador-La Rosa
En estas mismas columnas, a los pocos días de fallecido Néstor Kirchner, el 31 de octubre de 2010 escribimos: "Los dos grandes intelectuales de la era Kirchner fueron Horacio Verbitsky y Ernesto Laclau; el primero apuntó el rumbo, el segundo la concepción. El cristinismo, sea consciente o no de ello, tiene un intelectual propio que lo expresa cabalmente en su pureza absoluta. Hablamos del filósofo José Pablo Feinmann".

Esta semana tal aserto se verificó cuando Feinmann abandonó un rato sus sesudos análisis filosóficos y habló de psicología de masas, mejor dicho, de psicología de la clase media argentina. Habló largo por radio para explicar las razones del odio a Cristina. Así calificó a los caceroleros:

De las mujeres dijo que hacia Cristina están "llenas de odio, de envidia y de resentimiento porque su mera existencia demuestra su mediocridad". Esas mujeres también la odian porque "no hicieron la carrera que quisieron hacer ni tienen la inteligencia que ella tiene ni podrían hablar en las Naciones Unidas como hace ella sin leer un solo papelito e hilando de un modo absolutamente deslumbrante".

También Cristina les da bronca porque "no es una viejita, no está fulera, no es un bagayo". Agrega que la odian porque -además de envidiosas, bagayos, brutazas y mediocres- son mujeres machistas que ven la política como cosa de hombres.

De los hombres dijo que la odian porque son "onanistas compulsivos que se excitan mucho con ella... El tipo tiene un odio tremendo porque sabe que esa mujer es imposible para él. Y ejemplifica: Para usted es tan imposible Charlize Theron, o si viviera Marilyn Monroe, como Cristina Fernández. Está totalmente alejada de sus posibilidades... porque es brillante... Usted cree que todas las minas tendrían que tirarse a sus pies y sabe que ésta no se va a tirar nunca a sus pies... Esto a usted le pone muy mal, que una mujer sea más inteligente que usted".

Finaliza denigrando por igual a mujeres y hombres: “Lo que usted quería era ser superior a todas las mujeres durante todo el transcurso de su vida. Sentirse superior a las mujeres y para eso se casó con la que tiene al lado”. O sea, cacerolero onanista se casa con bagayo envidiosa y tan machista como él.

Lo extraño de este brutal análisis de Feinmann es que siendo él un especialista en la figura de Eva Perón, de la cual siempre dijo que la clase media la odiaba por odio hacia la clase baja de la que ella provenía, con Cristina haya cambiado el análisis sociológico por el psicológico. A Cristina no se la odia, según Feinmann, por razones sociales, sino porque es una genia exitosa individualmente.

Evita se vestía como rica para humillar a los ricos (no por querer ser como ellos) y para mostrar a los pobres que eran tan bellos, dignos y capaces como los ricos. La aspiración personal de Eva nunca fue la de cambiar de clase y hasta el final consideró a los pobres como sus iguales. Podrá criticársela de mil modos, pero no por renegar de su origen. Ella quería que los pobres llegaran a donde llegó ella y los pobres le creían.

Cristina, en cambio, se muestra -lo dijo en Harvard- como alguien que tuvo éxito -público y privado- gracias a su talento individual. Pero lo cierto es que -más allá de su indiscutible inteligencia- al status al que llegó lo hizo no por ascenso individual ni social, sino por ascenso político. Es ella expresión cabal de los nuevos ricos argentinos y más cabal aún del modo en que hoy se llega a ser rico en la Argentina: básicamente a través de la política o de sus relaciones directas o indirectas con ella.

Mientras que Evita proponía a los pobres un ascenso social que en aquel tiempo era colectivamente posible, Cristina dice representar a los más humildes sólo porque cree que su ideología es la única popular. Pero no se siente como ellos porque nunca fue como ellos y ni siquiera imagina -como se imaginó Evita- que algún día ellos sean como ella. Los subsidia, quisiera mejorarles la vida, pero difícilmente promoverlos a la clase media... clase a la cual desprecia, aunque tenga todos los gustos personales que critica a esa clase. Mejor dicho, los peores gustos, esos por los cuales la clase media quiere fingir un status de clase alta.

Entonces, al no poder transformar a Cristina en una versión actualizada de Evita, al no poderla defender por su origen social ni por sus costumbres sencillas ni porque haya logrado el ascenso social de los humildes, Feinmann condena a la clase media porque ésta quiere ser como Cristina, pero no le da el cuero. Acusa a los que manifiestan en las calles. Si son mujeres, de envidiarle su belleza, inteligencia y éxito; si son hombres, de odiarla por no poder poseerla, obligándolos a calmar el deseo insatisfecho con la práctica sexual solitaria. Toda mujer que disiente con Cristina es envidiosa y todo hombre es impotente u onanista.

Así, Feinmann defiende la lógica con que los multimillonarios se defienden cuando son criticados: "Me envidian porque soy más exitoso que ellos, pero aquí llegué porque soy más inteligente y me lo recontramerezco". Feinmann defiende a Cristina con el mismo argumento que se defienden los “oligarcas” a los que él dice despreciar. Pero ideológicamente la defiende, porque los dos están convencidos de que los medios de comunicación los están volviendo locos. A él -que se cree un incomprendido aristócrata del espíritu- porque cualquier periodista vulgar e ignorante tiene más prensa que él. A ella -que se cree una emperadora- porque no la dejan gobernar de tanto criticarla.

Feinmann está convencido de que la prensa es el demonio que se apoderó de todo el mundo. Así lo dice en un singular e increíble artículo:

"¿De qué estaba hablando la Presidenta? Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del verdadero poder. ¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía occidental de los últimos 45 años se ha equivocado gravemente... El fracaso es terrible y hasta patético...

En tanto proponen la muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso sujeto de la filosofía y de la historia humana: el sujeto comunicacional. Y ésta -hace años que sostengo esta tesis que en Europa causa inesperado asombro cuando la desarrollo- es la revolución de nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un sujeto... bélico, enmascarador, sometedor de conciencias... creador de versiones interesadas de la realidad, de la agenda que determina lo que se habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de encubrir guerras, de crear la realidad...

Para eso debe formar los grupos, los monopolios... Para que sean sólo sus fieles periodistas los que hablen...Asombrosamente ningún filósofo importante ha advertido esta revolución. Foucault se pasó la vida analizando el poder. Pero no el comunicacional... Nadie vio -además, y se me antoja imperdonable- al nuevo y monstruoso sujeto que se había consolidado. Superior al sujeto absoluto de Hegel".

Feinmann dice que él -y sólo él en el mundo- descubrió el mal secreto, ése que ningún filósofo occidental ni imagina. Se trata de los medios de comunicación, que son los que impiden que la humanidad entera sea cristinista. Ahora bien ¿cómo un hombre culto y que ha leído a todos los filósofos que en este artículo ridiculiza (quedando él como ridículo) puede llegar a creerse este delirio de que el mundo, no sólo la Argentina, está  dominado por un mal que sólo él y Cristina ven?

Es que cuando uno se identifica con el bien en estado puro, enfrente sólo existen conspiraciones enemigas que cada vez que critican algo, eso sólo indica que se va por el buen camino. Desde esa lógica, desaparece todo error propio y se imponen las certezas definitivas. A Cristina y su núcleo duro mientras más mal les vaya, ellos creen que mejor les va. Porque el mal ha redoblado el ataque al estar temblando de miedo y entonces recurre desesperado a sus últimas trapisondas.

Así, en estas últimas semanas, el mal se desplegó territorialmente como nunca antes: Ocupó  las calles del país con gorilas; luego viajó a EEUU y copó dos universidades; después se fue al África y convenció a fondos buitres que embarguen la fragata Libertad. Volvió a la Argentina y se metió en los cuarteles para sacar los milicos a la calle, obligándolos a desestabilizar el gobierno. Y  no conforme con tamaña cantidad de desmanes, para rematar la semana, secuestró a un obrero ferroviario porque estaba contra la ley de medios.

Lo que no ven los que están llevando la lógica conspiracionista a tal nivel de delirio, es que cada vez les va peor porque el remedio con el que intentan curar la enfermedad, los está matando. Pero ellos no ven agravamiento en el agravamiento sino una reacción del mal que, desenmascarado, despliega sus últimas villanías antes de que el bien despliegue el asalto final a sus reductos demoníacos.

A los que se apegan a esa lógica política -si es posible llamarla lógica- no hay forma de decirles nada que los contradiga, porque sólo se escuchan a sí mismos, al creer que todos los demás conspiran contra ellos. Algunos comenzaron a sostener esta sarta de pavadas sin creérselas para echar a los otros sus propias culpas, pero como les pasa a los actores que sobreactúan, terminan creyéndose sus personajes hasta no saber diferenciar la realidad de la ficción, la mentira de la verdad.

Con tal lectura, toda crítica mediática (en realidad, toda crítica) es desestabilizadora por definición, no hay términos medios. Es un combate sagrado no político. La política contra el mal disfrazado de diario, radio, tevé o de clase media. Para el gobierno conducido políticamente por Cristina e ideológicamente por Feinmann, los medios son un poder oculto y terrible, mucho más poderoso de lo que ellos puedan llegar a ser jamás, por lo cual todo lo que se haga contra ellos es poco. Y contra todos los que se dejen influenciar por ellos. Al mal sólo se lo puede combatir con el mal, porque al enemigo, ni justicia. Esa lógica avanza con toda furia y no hay nada más contagioso que la furia.

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