martes, 4 de septiembre de 2012

Hágase viejo, es lindísimo

Por Esteban Peicovich
El médico blande delante de mí una didáctica columna vertebral de plástico, blanca, de intersticios impecables, de imposible dolor. Da ganas de sacarla a bailar o tragársela como un sable para que desplace a la tullida mía y ocupe mi espaldar y mi lumbar, desde la nuca noble hasta el innoble cóccix. Verla y soñarla es lo mismo. Estoy ante ella como Adán después del mordiscón. No hay vuelta atrás. Nunca podré contar con una igual. La columna que muestra el osteópata está fatalmente fuera de mí. Podría ser la de Kate Moss de tan bella que es. Fue hecha para clases de anatomía en la Facultad, y de melancolía para descolumnados como yo. Ahora, oyendo al médico, me veo cursando Historia Ósea E.P. 80, parte I.

Pide que le describa cómo sufro de la mía y desde cuándo. Ya son dos años de dar esta lata a nietos de Esculapio y a lectores. Dígole: son como relámpagos de vidrio cada tanto, como cuchillos de ir y venir, seguido, de aquí hasta acá. Y muéstrole, señalando el fémur, trocanter, rótula, el dedo sur derecho y regreso. Y de allí en más, el argumento de siempre: la edad, la humedad y el stress. A la argentinitis no la menciona nadie. Con lo que influye y la medicina sin jugarse. Nunca la incluyen en las causales. ¿Cómo no advierten, por ejemplo, la influencia que tiene sobre la nuestra, "la columna vertebral del peronismo"?


La vejez no es tema, dicen. Pero es. "La vejez es el hecho más inesperado de todos los que le suceden al hombre", dijo, en queja, el mismo León Trotsky. Y sí que lo es. Aunque tampoco es para morirse. Lo que hay que neutralizar ¡es la columna! Por lo demás, todo bien. En mi caso, integro la tozuda minoría de los Octos. Según el censo, son unas 400 mil las biografías de futuro breve que hay en el país. Entre ellas, esas que por infernales encanutadas están. De los que siempre fueron humanos los hay de variados colores y destinos. Desde los fabulosos León Ferrari, Mario Bunge, Mariano Mores, Quino y siguen ls firmas, a los que viven la suya sabios de tiempo, sea el nonagenario campesino de Areco o la cuasi centenaria de Tartagal. La Humanidad envejece más que antes y en esta azarosa carrera de salto de décadas B.B. King toca guitarra con 86, Charles Aznavour canta con 87 y Oscar Niemeyer, "creador" de Brasilia prosigue sus proyectos arquitectónicos en la línea futurista que sus 105 años le dictan.

El siglo apunta a traernos la gerontocracia más veterana de la Historia. No es fantasía. Próxima está la Juvencia por la que tanto se clamó, sea en mitos, en Fausto o Dorian Grey. En 1900, la expectativa de vida rondaba los 40 años. Hoy estabilizan la eternidad media en los 75. Y según predice la ciencia, los bebés de hoy podrían soplar sus 120 velitas en el muy lejano siglo 22. Lo que inquieta es saber cómo hará la tanta gente centenaria y tranqui, para que esa amplitud de vida les cunda y no se pierda, como le sucede a la nuestra por corta. Cuando la longevidad ya venga asegurada en el orillo del primer pañal, se podrá ser niño hasta los 30. Adolescer mucho más, tal vez hasta los 50. Y entrar a pensar en tener esposa a los 60. Y casa propia, a los 70.

¿Y el medio siglo restante? Lo más probable es que sea dedicado a lamentar el haber nacido antes de tiempo. Por entonces, ya se andará anunciando que la media de vida va camino de los 250 años y que la infancia trepa hasta aquietarse en los 70. Futurista que se pone uno cuando siente que el tiempo (la eternidad cuando se mueve, según Platón) viene a destiempo y las dos "columnas" (la íntima y la pública) lo llevan a delirar un rato.

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