sábado, 16 de junio de 2012

Promoción y descensos


Por Roberto García
Mientras se nubla el entendimiento por abultadas controversias o novedades inútiles –de Malvinas a las viviendas, del dólar a YPF, de la Corte a Moyano, de la rodilla de Máximo (o de Claire, si uno piensa en Rohmer) al mal humor de Cristina, de los medios hostiles a los felpudistas– algunos registran una evidencia: el crecimiento formidable de La Cámpora, dentro del Estado, con la designación de funcionarios de segunda línea o la revocación de otros que no pertenecen a ese núcleo cerrado.

Hay quienes imaginan este fenómeno como un asalto al poder merced a la gracia de una Presidenta que le otorga a su hijo, el presunto numen de la agrupación, la facilidad de colocar funcionarios con o sin antecedentes que hoy ganan experiencia en la gestión, auditan, patrullan y vigilan a sus jefes con la intención de reemplazarlos más temprano que tarde. Una guerra del cerdo, según Bioy Casares. Ideologías aparte, semeja esta influencia y organización a la Nomenklatura que imperó en el régimen de la URSS o la más facciosa depuración que imaginó la revolución cultural china. Curiosamente, la posible coincidencia con el proletariado internacional se desvanece con otro dato: el sistema de fidelidad no responde radial ni prioritariamente al Estado, más bien reconoce lealtad a una sola persona, como si fuera una derivación monárquica o feudal.

Abundan los ejemplos y en categorías diversas de esta creciente influencia: en la Cancillería proliferan las purgas (algunas con justificativos administrativos), De Vido es asediado y recortado, Alak hasta perdió dominio de su ministerio, Lorenzino parece un muñeco de pañolenci, la Garré debió entregar parte de su cartera (aunque en este caso, no exactamente a La Cámpora), el debilitado Fábregas del Nación soporta la introducción de nuevos directores casi en su primer trabajo, en Enarsa se sacude la mampostería hasta con denuncias de negociados, en la AFIP empiezan a vislumbrarse hendijas. Son, apenas, muestras de un rosario. Se sabe quiénes acompañan la conducción de Máximo Kirchner, poco de la tarea específica del estado mayor: a uno de los cuatro secundarios que regentean La Cámpora, Wado de Pedro, le corresponde la ocupación progresiva de los resortes del Estado, elección de nombres, candidatos y funciones. Una suerte de gerente de personal mientras el legislador a disgusto Andrés Larroque se dedica a la conectividad territorial del grupo y con otro tipo de responsabilidades funciona la también diputada Mayra Mendoza, ex pareja de José Ottavis y último del cuarteto que descendió a los infiernos en el organigrama y nadie sabe, aún, si será rescatado del fuego purificador oficialista. A este legislador bonaerense, ducho más que los otros en los resabios de la vieja política, lo incineró en apariencia el episodio de las presuntas coimas en la Legislatura y las denuncias de venalidad vertidas por su primera esposa, con quien mantuvo una reyerta judicial para quedarse con la tenencia de su hijo. Sin embargo, su caída política hoy parece obedecer a otras razones.

Es que Cristina distribuye las subas y bajas en su equipo, pondera poco, desgasta mucho, pero hasta ahora –como su ex marido en el pasado– no ejecuta retiradas ni permite deserciones (y si éstas se insinúan con timidez, como en el caso de Tomada, Lorenzino, De Vido y otros, Ella ni las contempla, por decirlo de un modo educado). Como si fuera indecoroso cambiar de elenco o estuviera prohibido hacerlo, aun atravesando la mandataria situaciones de manifiesta contradicción. Como la de recibir y dialogar de la Bolsa con Adelmo Gabbi, a quien no le reserva simpatía, luego de que habilitara a su vice Amado Boudou para que en su momento lo denunciara penalmente por extorsionador.  Más sorprendente, en todo caso, es la velocidad sin traumas que pasa la Presidenta de aceptar el asesoramiento in totum de un ex docente del CEMA, casi un hijo de Chicago como Boudou, para saltar sin transición a otro profesor, esta vez de la universidad pública y retratado como de izquierda, Axel Kicillof, el mismo que impávidamente compara la nefasta burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos con el globito de chicle –por cantidad y volumen de los créditos para vivienda– que impulsó Mauricio Macri para no perder la tutela del Banco Municipal. También adalid, con Guillermo Moreno, de apresurar partos y provocar crisis prematuras como la absurda que hoy vive la Argentina.

Por omisión o atrevimiento, construye Cristina su propio Estado dentro del Estado, a través del sello de La Cámpora. Como si ese núcleo, luego, fuera a heredarla. Un proyecto, tal vez, al que requiere ahora de nuevas destrucciones individuales, como la de Roberto Baratta, el maestrico o profesor antes preferido y al que se le endilgan todas las responsabilidades por el fracaso energético, como si Baratta hubiera sido un ideólogo y no un instrumento, como si no hubiera respondido siempre a las instrucciones de Néstor Kirchner. Simplismo colegial, o acaso alguien va a creer que la debacle de YPF o la quiebra de Edenor son estupideces de Baratta. No es este funcionario el único a lijar todos los días, junto a De Vido, al que debieron embarcarlo de urgencia a EE.UU. junto a Cristina para que no se suicide frente al psicólogo por el público desprecio presidencial de los últimos días (finalmente, alguna piedad merece la esposa de Julio, una amiga querida por la señora). Al ministro hasta lo suplantan en los diálogos con el sindicalismo, si es cierto que Facundo Moyano viajó a Santa Cruz en nombre del padre para verlo a Máximo cuando éste estaba delicado por la rodilla y horas antes de que lo derivaran repentinamente a Buenos Aires. Para que las partes, los dos hijos más tropicales de ambos matrimonios, acordaran una moderación en los actos de las familias, quizás –por ejemplo– la no realización de una huelga general con la que insiste Luis Barrionuevo frente a Hugo Moyano, idea que al sindicalista camionero –aun para preservar la unidad de la CGT– no le atrae en absoluto. Pero tal vez esta reunión no se produjo, como tampoco el encuentro entre Daniel Scioli y Eduardo Duhalde, en la que no conversaron sobre la eventualidad de promover un partido como Unión Popular para el caso de que la arremetida cristinista lo desaloje al gobernador hasta del propio peronismo.


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