lunes, 7 de mayo de 2012

Sinfonía de la ganancia


Por Roberto García
Semana jocunda para Cristina, quizás la de mayores satisfacciones en los últimos tiempos. En rigor, completa un círculo generoso de buenas noticias desde que lanzó la reivindicación petrolera de YPF –ya hace casi un mes–, un desenlace nacido más de la nula capacidad negociadora de los españoles de Repsol (y, seguramente, también de la familia Eskenazi) que del imperio de convicciones guardadas en el alma, el corazón o la cabeza desde hace años.

Si en diciembre Brufau & Cía. hubieran concedido un retiro menor de dividendos, no estarían hoy en la ganchera de la fiambrería. Y los argentinos se habrían privado de la épica nacionalista que acompañó la expropiación de la compañía, un sentimiento común que el Gobierno ha convertido musicalmente en sinfonía, sin interesarse siquiera en el eventual costo de la decisión. Hoy por hoy, pura ganancia para el oficialismo.

Comienza ahora otro capítulo. Bajarán los decibeles sobre el nuevo orden en la compañía y este fenómeno burocrático no podrá ocultar que se caigan algunos naipes del reciente castillo encantado. Hoy nada dura. Por ejemplo, la inminente y porfiada batalla por la recomposición salarial de los trabajadores registrados, una de las más arduas desde que el kirchnerismo se encuentra en el poder. No menor es la situación famélica de las provincias, algunas sin siquiera la cuchara para raspar el fondo de la olla, grandes e insolubles como Buenos Aires y Córdoba (futuras creadoras de nuevas monedas, como en otros penosos tiempos), también pequeñas y mal administradas, como la del héroe por un día, Daniel Peralta, en Santa Cruz, que ha sido cuestionado hasta por la propia familia de La Cámpora. Candidato este funcionario para el ingenuo juego infantil de cuál es el colmo de cierta actividad. Peralta, como gobernador, viene a ser el colmo no querido del oficialismo (al que no se le niega responsabilidad por la violenta y poco divulgada huelga petrolera del año pasado, que provocó pérdidas, según los entendidos, por más de 700 millones de dólares). Más de uno del Gobierno y de la oposición se distrajo entonces de esa contingencia.

Se puede incluir con menor relevancia y para desaliento próximo de la mandataria la complicada designación de Daniel Reposo como sucesor de Esteban Righi en la Procuración (no alcanzan los números para imponerlo, aunque sean débiles las causas judiciales que ahora lo comprometen) o el revuelo interno que se desató, otra vez, entre la ministra Nilda Garré y su ascendente segundo, el médico y militar Sergio Berni. Fricción entre las partes con altura de escándalo que ha incluido hasta observaciones críticas sobre la performance del hermano de la ministra por un lado y, por el otro, la excesiva protección que el teniente coronel –con licencia desde hace varios años y con la pretensión de convertirse en general si regresa al servicio activo– intenta brindar a todos los actuales uniformados. Como en Economía (Axel Kicillof y Hernán Lorenzino), el segundo dispone de mayor autoridad que el primero, salvo en la formalidad; y para no confundir prioridades conviene señalar que no se discute por derechos humanos: más bien por los ingresos del personal.

Ese rubro, la discusión salarial, parece de incontenible dureza entre los obreros, en la que no median el nacionalismo, los colores celestes y blancos ni la constante mención a la “patria”. Cada parte requiere su cuota, como corresponde. Los empresarios, convencidos de que no pueden sostener determinados incrementos; y el sindicalismo, alarmado por el crecimiento inflacionario de estos últimos meses (a pesar de que el año pasado los sueldos le ganaron al costo de vida).

Aunque no se reconozca, una buena noticia para la Casa Rosada sería que los gremios cierren convenios por 18%. Como ficción, puede realizarse un spot publicitario al respecto, pero en los hechos la situación se revela diferente. Por ejemplo, un gremio cercano a la Administración, como el de los telepostales, seguramente rubricará una suba por ese porcentaje. Pero ese ascenso salarial ofrece un matiz: se aplicará sobre el promedio, no sobre el básico. El número final entonces estará más cerca del 30%.

Otro modelo más sofisticado de negociación puede ser el de los metalúrgicos, cuyo jefe –Antonio Caló– había sido elegido por el Gobierno para reemplazar a Hugo Moyano en la CGT. Con este ex favorito, ya no lo sería, se desea consensuar un 21% en el discurso (creyendo en esa pauta como ordenamiento para las otras organizaciones sindicales), al menos así resulta de la última propuesta atribuida al Ministerio de Trabajo, ni siquiera a la patronal. En esa moción, como en el caso de los telepostales, se disimulan otros aportes. Por ejemplo, $ 2.400 de adicionales no remunerativos del año pasado y la incorporación durante el año de los $ 300 mensuales que ya se otorgaron en este primer trimestre. El jeroglífico contable sube entonces el ingreso a 36,60%. Para la Unión Obrera Metalúrgica de Caló, no es aceptable esa oferta del 36,60% disfrazada para el público o la Casa Rosada de 21%; ellos demandan 23% que, a la postre de los adicionales culmina en un 43,28% de aumento. Para ortodoxos y heterodoxos de la economía, esa novedad eriza los pelos.

Habrá quienes, sin embargo, con otros objetivos dirán que esas trepadas salariales favorecen al fifty-fifty del reparto del PBI que aspira el sindicalismo, sea el de Moyano, Caló, Barrionuevo o “los Gordos”. Y de los que cantaban en el último acto de Vélez sin saber si Cristina, al menos hoy, piensa igual.


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