martes, 29 de mayo de 2012

Hogar de historiadores

Por Gregorio A.
Caro Figueroa

Para filtrar lo afectivo, el convencionalismo manda utilizar el impersonal “lugar” cuando, en algunos casos, corresponde decir “hogar”. Despojado de ese filtro y sin incurrir en excesos creo que, desde hace 45 años, las páginas de “Todo es Historia” han sido mucho más que un mero lugar para difundir nuestra historia. Pocas veces un espacio físico que alberga palabras tiene posibilidad ser, además, un hogar hospitalario, acogedor y dotado de valores.

Esta revista que imaginó, construyó, abrió, sostuvo y alentó Félix Luna fue y sigue siendo un hogar para cientos de historiadores de diferentes edades, de distintas especialidades, de múltiples temas, con diversos enfoques, preguntas e ideas y, también, de variados orígenes y pertenencias geográficas. Nuestra revista permitió que miles de textos forjados en esa fragua, “pusieran la historia en manos de cualquiera”.

Desde hace 24 años, cuando comencé a colaborar con “Todo es Historia”–o sea en la mitad de camino de su trayectoria; su editor era entonces Emilio Perina- me sentí arropado no sólo por sus páginas sino por lo abierto, generoso y afable de su fundador y director, y del equipo que lo acompañó y que ahora, con el mismo espíritu, realimenta y mantiene encendida esta lumbre.

A lo largo de estos años, ellos y los colaboradores fueron conformando una vasta comunidad de personas que, aportando energía, conocimientos y capacidad, tejieron un sólido entramado de muchos colores y matices, haciendo que estas páginas se convirtieran en uno de los mayores registros de la memoria nacional, como reza el lema que la preside desde su primer número.

Desde mayo de 1967, en estas páginas Félix Luna no se limitó a predicar pluralismo, tolerancia e inclusión en una Argentina donde, en junio de 1966, se había abierto otro ciclo político que se proponía abolir tales valores. Luna no se limitó a enunciarlos: los practicó siempre, con naturalidad y firmeza, sin maquillajes, sin alardes ni cálculos políticos. La apuesta a esos valores fue un claro postulado inicial, desplegado, mantenido y ensanchando con los años.

“Contaremos la historia libremente, sin prejuicios de ninguna clase. Por eso no habrá exclusiones en nuestras páginas, ni de temas, ni de personajes, ni de épocas, ni de autores. No hay nada que no pueda ser dicho aquí, por prejuicios o reticencias”, escribió Luna en la editorial del primer número de “Todo es Historia”.

Con la perspectiva de 45 años, hoy podemos ver que entonces era una aventura editar todos los meses una revista con temas históricos, ganar espacio de ventas en kioscos de todo el país, conquistar lectores que fueran su principal apoyo, estimular a historiadores viejos y nuevos a saltar los muros de publicaciones académicas e incorporar temas aparentemente frívolos y pequeños mucho antes que lo hicieran los especialistas.

Era un riesgo abrir cauce a una divulgación histórica no sujeta a ideologías ni obsesionada por leer el pasado como un combate entre buenos y malos, y en cuyas páginas el pluralismo no se confundiera con promiscuidad o el compromiso con vestir la librea del poder, la amenidad no anulara el rigor y el concitar interés no apelara al golpe bajo ni a lo efectista de la crónica amarilla.

También lo era lanzarse a navegar sin más apoyo que un puñado inicial de colaboradores que desde los primeros números encontraron respaldo en miles de lectores que agotaron las primeras entregas y permanecieron fieles durante años.

Sin subordinarse a gobiernos, ideologías ni a grupos de poder, “Todo es Historia” mantuvo una distancia que le permitió eludir sucesivas oleadas de modas políticas o ideológicas, cuya aparente fortaleza se encargó de desmentir el tiempo.

Aunque esas modas seducían, daban lustre y réditos, contra corriente, Luna eligió el equilibrio, la moderación y la modestia que otorgan credibilidad y permanencia en épocas marcadas por la falta de apego a la verdad, por el desprecio a los valores y por la idolatría al corto plazo.

De entre varias, recuerdo dos ocasiones en las que Félix Luna dio testimonio silencioso de esos valores sobre los que construyó su vida, elaboró su obra y dirigió “Todo es Historia”. Ambas, fueron a comienzos de los años ’90. La primera, cuando se le ofreció encabezar la lista de candidatos a diputados nacionales por la Ciudad de Buenos Aires, que declinó. La segunda, cuando un empresario periodístico ofreció comprar la editorial “Todo es Historia”.

Las razones de su renuncia a aquella candidatura están en la conversación que esos años tuvo con Natalio Botana, que publicó ese diálogo en la revista “Criterio”. En esa entrevista Luna dijo: “Me di cuenta que ser historiador contemporáneo no combina con la política activa y opté por la historia, mi vocación”. Anteponer la vocación al interés material era entonces, y lo sigue siendo, “vivir en el error”.

Menos conocido es el episodio del ofrecimiento del dueño de un importante medio de comprar las acciones de “Todo es Historia”. Aunque la oferta era tentadora, Luna prefirió no aceptarla. “Creo que, en cuanto a su sencilla estructura, la revista debe seguir siendo una pequeña empresa con capacidad de innovar, crecer y mejorar, pero conservando este aire familiar que define su carácter. Incorporada a una empresa mayor, su carácter y su estilo se desvirtuarían”, me explicó entonces.

La marca de calidad no sólo no es ajena a los productos artesanales, sino que suele acompañarlos. Estos 45 años de “Todo es Historia” no son registro de una simple permanencia en el tiempo. Son un signo de vitalidad y de renovación.

En una Argentina expuesta a rupturas e inestabilidades, nuestra revista es un ejemplo de continuidad. Es también un ejemplo de apertura e inclusión en un país atravesado por vallas que separan a “amigos” que se premian, de “enemigos” condenados al ostracismo. “Todo es Historia” no podrá ser encerrada en el cepo de la “historia oficial” ni en el de la “contra historia”. Durante casi medio siglo, “Todo es Historia” acogió en sus páginas a autores de todo el arco historiográfico, ideológico y político. Lo hizo sin pedir otra credencial que la calidad de sus trabajos y el respeto a las pautas de estilo de la revista.

De esto puedo dar testimonio. En 1971 conocí a Luna durante una de sus muchas visitas a Salta. Lo saludé y escuché una conferencia suya. Pasaron años y muchas cosas en esos años. En junio de 1976, cuando llevaba algunos meses en Buenos Aires emigrado de Salta por amenazas, fui a proponerle una serie de notas para “Todo es Historia”. Me atendió con deferencia y me dijo que redactara esos textos, lo que no hice porque al poco tiempo tuve que salir del país emigrando a Madrid.

Seis años después, a poco de regresar del exilio, fui a verlo en una oficina de la revista en calle Florida, donde conocí a María Sáenz Quesada. Como si hubiera pasado una semana, desempolvé aquel plan de notas que aceptaron pero que tampoco entregué. En noviembre de 1987 ambos me pidieron unas líneas para el programa que “Todo es Historia” tenía en ATC Canal 7. El tema: los exilios argentinos, que fue nota de tapa en diciembre de ese año. Entonces, hace 25 años, comenzó mi relación con la revista.

Una revista que, pocos lo saben o recuerdan, es la publicación de divulgación histórica en lengua castellana más antigua y de más larga vida. La primera editada en España fue “Historia y Vida”, que comenzó a venderse en 1968. Recién en 1972 apareció “Historia 16”, la segunda de este tipo. Por estos 45 años de publicación ininterrumpida, sus 538 números y sus casi 55.000 páginas, “Todo es Historia” es la segunda publicación en su género en el mundo. La primera fue “Miroir de l’ Histoire”, que apareció en Francia en 1957.

 “Todo es Historia” no apareció en un desierto. Otras publicaciones argentinas habían roturado el terreno de la historia durante la segunda mitad del siglo XIX. Si bien estas revistas incluían la historia junto a otros temas, su circulación y su público eran reducidos, y su estilo era académico, todas ellas fertilizaron este campo. “La historia ocupó un lugar destacado en las revistas de la época junto a otras disciplinas”, señala Susana Romanos de Tiratel.

 “El Plata Científico y Literario” dirigido por Miguel Navarro Viola apareció en 1854: fue la primera publicación de este tipo luego de la caída de Rosas. A ella le siguieron la “Revista del Paraná” (1861) y la “Revista de Buenos Aires” (1863), ambas dirigidas por Vicente G. Quesada. Luego se publicaron la “Revista del Río de la Plata” (1871) sobre historia y literatura americana y la “Revista del Archivo” (1869) dirigida por Manuel Ricardo Trilles, para mencionar alguna de ellas.

En mayo de 1967, cuando el cartel con la imagen de Juan Manuel de Rosas anunciando la aparición del primer número de “Todo es Historia” empapeló las paredes, el gobierno de facto de la llamada “Revolución Argentina” estaba en vísperas de cumplir el primer año de un régimen que aspiraba la longevidad de las dictaduras de Francisco Franco en España y de Oliveira Salazar en Portugal.

Lejos de una celebración triunfalista, ese primer aniversario comenzaba a mostrar las grietas del régimen. La realidad será más terca que esos deseos: el llamado “tiempo económico” no tenía buen semblante y la irrupción de los conflictos sindicales alteraba las pautas de un gobierno que confiaba en postergar algunos años la llegada del “tiempo social” y varias décadas el advenimiento del “tiempo político”.

Los hechos derrumbaron esa pretensión de separar y gobernar cada uno de esos tiempos. Envuelto en sus propios conflictos internos, el gobierno de Juan Carlos Onganía interviene sindicatos, pone faja de clausura a los partidos políticos, silencia periódicos, controla las universidades, dicta una ley para reprimir las actividades comunistas y adopta medidas para regir la moral de los ciudadanos.

En Bolivia, ese mismo año, es capturado y muerto Ernesto Che Guevara; estalla la guerra árabe-israelí; se desencadena la hambruna en Biafra; los coroneles griegos se apoderan del gobierno e implantan una dictadura; recrudece la guerra en Vietnam; aumentan los conflictos raciales y la protesta estudiantil en los Estados Unidos, y China hace estallar su primera bomba de hidrógeno.

1967 es el año de la publicación de las primeras ediciones de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez; de “Cambio de piel” de Carlos Fuentes; de “Los cachorros” de Mario Vargas Llosa; de Tres tristes tigres” de Severo Sarduy; de “Doña Flor y sus dos maridos” de Jorge Amado; de “Los hombres de a caballo” de David Viñas; de “La vuelta al día en ochenta mundos” de Julio Cortázar y de “El libro de los seres imaginarios” de Jorge Luis Borges. En Europa, el año de “Antimemorias” de André Malraux.

Fue en ese clima de época que surgió “Todo es Historia”. La audaz apuesta de Luna pudo correr la suerte de miles de publicaciones que se apagaron a poco de nacer. Cuando se valora la obra de Félix Luna se mencionan sus libros y su producción poética junto a Ariel Ramírez. Quizás en ese recuento “Todo es Historia” sea reconocida, pero quede relegada aunque esta revista quedará como uno de sus más importantes aportes a la cultura argentina.

El tiempo no la esclerosó: contribuyó a modelarla y a madurar sus frutos. Es posible que, al trascender las modas y atravesar tantas turbulencias, la pátina del tiempo, además de hacer de ella un enorme depósito de información y de ideas, le vaya otorgando a “Todo es Historia” la condición de gran yacimiento de consulta y de una obra clásica colectiva con muy pocos precedentes en América latina.

Para griegos y romanos antiguos, hogar era el fuego encendido, conservado puro y perpetuamente reanimado. Era el sitio de la casa donde se encendía la lumbre. Más que un elemento físico que arde, brilla y calienta, era una divinidad situada por encima de otras, a la que rendían culto. “El fuego del hogar constituía, pues, la providencia de la familia”, dice Fustel de Coulanges. El fuego del hogar es una especie de ser moral que tiene pensamiento, conciencia, “concibe los deberes y vela para que se realicen”, añade.

¿Por qué no pensar una revista de este modo? En su diálogo con Natalio Botana, con motivo de un aniversario de “Todo es Historia”, Félix Luna recordó que la Argentina, de cuya historia la revista es uno de sus registros, había sido un país con valores, con modelos a seguir y con proyectos de futuro. Lamentó entonces “el panorama desolador que ofrece el país ahora en materia de valores éticos y morales”. La historia no enseña, añadía, pero debe servirnos para comprender el presente y para cometer menos errores.


Editorial del número de mayo de la revista "Todo es Historia"

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