domingo, 5 de noviembre de 2023

Está por sonar el despertador

 Por James Neilson

No se equivocaba Patricia Bullrich cuando, en vísperas de la eliminación, acaso provisoria, del centro moderado como una opción viable para una sociedad inmersa en una crisis profunda, dijo que si no fuera por la proximidad de las elecciones el país ya hubiera volado por los aires. Es que el larguísimo culebrón que siguen protagonizando integrantes del elenco estable de la política nacional ha servido para distraer la atención de muchos de la extrema gravedad de lo que está sucediendo en un país que parece preferir dejarse morir a intentar curarse de sus muchos males.

Con sus conflictos, traiciones y alianzas inesperadas, el melodrama político ha funcionado como un soporífico pero, mal que le pese al eventual ganador del balotaje entre Sergio Massa y Javier Milei, cuando por fin la gente abra los ojos, se encontrará en un país que será muy distinto del imaginado por quienes tomaban en serio la retórica de los dos personajes que aún han quedado en pie. Muchos se sentirán estafados. ¿Cómo reaccionarán? Se trata de una pregunta que pocos están dispuestos a plantearse.

Además de correr el riesgo no meramente teórico de ser aplastada por otro huracán hiperinflacionario que, de producirse, depauperaría a millones de familias más, la Argentina está en bancarrota. No hay nada en el Banco Central. La falta de combustible que está causando tantos problemas es una metáfora perfecta para lo que le aguarda al país: con el tanque vacío, no podrá ir a ninguna parte. Con su hasta ahora muy exitoso “plan platita”, Massa, que según parece corre con ventaja en la carrera que está acercándose a su fin, logró hacer pensar que las perspectivas no eran tan malas como harían pensar los números, pero entenderá muy bien que si le toca ganar no le será dado mantener viva la ilusión así supuesta.

Por su parte, Milei aprovechó la convicción difundida de que, sin reformas estructurales que tendrían que ser drásticas, el país no tardaría en convertirse en lo que dice sería “la villa miseria más grande del mundo”, pero pasó por alto las dificultades enormes que enfrentaría un gobierno resuelto a llevar a cabo el programa ultraliberal que tenía en mente. Lo que lo hizo tan atractivo a casi el tercio del electorado que se dio el trabajo de ir al cuarto oscuro hace un par de semanas era su vehemencia rabiosa y su desprecio visceral por “la casta”, pero, como todo político sabe, conseguir votos es una cosa y gobernar con un mínimo de eficiencia es otra muy pero muy distinta.

Para los muchos que no comulgan ni con Massa ni con Milei, se trata de decidir cuál de los dos es el menos peligroso. Algunos temen que el peronista movedizo se haya propuesto emular a Néstor Kirchner que, alternando en la presidencia con su esposa, buscaba eternizarse en el poder, razón por la cual creen que sería mejor apostar al libertario “loco” y, si es elegido, tratar de encorsetarlo en una camisa de fuerza legislativa y de tal manera impedirle provocar desastres.

Fue por tal motivo que Mauricio Macri y Bullrich se apuraron a apoyarlo, lo que les mereció el previsible repudio instantáneo de radicales como Gerardo Morales y Martín Lousteau que se sienten afines a Massa, y de otros, incluyendo a miembros del Pro, que los criticaron por no consultar orgánicamente con los demás integrantes de Juntos por el Cambio, algo que, en vista de las tradiciones radicales en la materia, les hubiera obligado a participar de discusiones de comité interminables.

Es imposible prever lo qué hará Massa sí se transforma del presidente de facto en el presidente de jure con todos los atributos del cargo. Lo único cierto es que reemplazaría al político manirroto de la extraordinariamente costosa campaña proselitista que lo ha llevado a la puerta de la Casa Rosada, por uno llamativamente menos generoso porque no dispondrá de dinero suficiente como para satisfacer a quienes creen merecer ser recompensados por los servicios que le han brindado, para no hablar de los millones que rezan para que los ayude.

Mucho dependería de lo que -además de la presidencia de la República- el hombre más quiere. ¿Aspira a ser el mandatario de un país paupérrimo, corrupto y caótico que se vea condenado a andar por el mundo intercalando diatribas contra el sistema financiero internacional con pedidos conmovedores de ayuda humanitaria? ¿O es que, sin haberlo mencionado a los kirchneristas que lo acompañan, sueña con dar comienzo a una epopeya signada por el renacimiento del capitalismo nacional?

Lo más probable sería que un eventual presidente Massa optara por una postura que complacería a los norteamericanos, europeos y japoneses que conforman el círculo rojo internacional pero que se vería resistida con furia creciente por los kirchneristas, sus aliados piqueteros y la progresía local que están comprometidos emotivamente con el vetusto modelo corporativo que está desintegrándose bajo su propio peso.

En tal caso, un gobierno encabezado por Massa elegiría una estrategia bastante similar a la que Macri, que tiene motivos para odiarlo, quisiera que adoptara Milei después de darse cuenta de que tratar de desbrozar el panorama sociopolítico con su motosierra emblemática sólo serviría para desatar una conflagración inmensa que sería fatal para su gestión y para la causa de la que se ha erigido en paladín.

Desde el punto de vista de Macri, el que hace mucho celebró la irrupción de Milei al convencerse de que encarnaba un ideario que era una versión extremista del suyo, el libertario merece su respaldo porque cambió radicalmente la conversación política del país al reivindicar principios económicos que son respetados en el resto del mundo pero que suelen considerarse heréticos en la Argentina populista y congénitamente inflacionaria. Así las cosas, no debería haber sorprendido a nadie la rapidez con que el ex presidente, que dista de ser un novato político, manifestó su voluntad de apoyarlo. Parece creer que, siempre y cuando logre tranquilizarlo, Milei podría ser el líder formal de una coalición de la centroderecha parecida a aquellas que, en Europa, durante años lograron impulsar la modernización económica y conservar la paz social; si bien hoy en día tales agrupaciones están en apuros, los problemas que están aquejándolas comenzaron a hacerse sentir después de un periodo de crecimiento vigoroso por el que la Argentina aún no ha pasado.

De todos modos, la historia no terminará el 19 de noviembre. No hay garantía alguna de que, terminada la competencia electoral, el país entre en una etapa que se vea signada por la estabilidad, como sucedía en otros tiempos. Para consolidarse en el poder, el gobierno que asuma en diciembre tendrá que persuadir a quienes temen caer en la miseria más absoluta que será capaz de mantener cierto orden y que muy pronto aliviará las dificultades económicas que, debido en buena medida al despilfarro de recursos de los meses últimos, están destinados a agravarse mucho en las semanas próximas.

De más está decir que no le será nada fácil. Es por lo tanto de prever que el próximo presidente decepcione a sus simpatizantes; si resulta ser Massa, tendrá que encargarse de un ajuste doloroso que, claro está, atribuirá a las presiones del FMI; si es Milei, aun cuando desista de despedazar el Estado, dolarizar todo y dinamitar al Banco Central, cualquier medida que tome para ordenar la economía desataría protestas masivas.

Sin entrar en detalles, Massa, que es uno de los artífices principales del país que efectivamente existe, insinúa que tratará de perpetuar el statu quo hasta que, por fin, haya una buena cosecha y Vaca Muerta genere cantidades inmensas de petróleo y gas que, además de llenar las arcas gubernamentales de dinero contante y sonante, atraigan inversiones en gran escala,. Aunque el ministro de Economía no puede sino saber muy bien que sería suicida continuar por la ruta elegida por socios gubernamentales que se han borrado, entiende que es de su interés fingir creer en la posibilidad de hacerlo hasta que, por fin, todos los votos hayan sido debidamente contados. Para él, engañar a la gente es lo que hace todo político profesional que se precie. ¿Lo mismo podría decirse de Milei? Los radicales y las palomas del Pro no son los únicos que temen que tome muy en serio sus ideas más extravagantes acerca de lo bueno que sería provocar un Big Bang anarco-capitalista.

Además de obligar a la ciudadanía a elegir entre dos personajes que, por distintas razones, motivan mucho miedo en sectores muy amplios, los resultados electorales mostraron que la sociedad en su conjunto no se ha preparado para enfrentar los problemas que ocasionará la colisión con la dura realidad socioeconómica y política que está por producirse. Parecería que el estado de ánimo mayoritario se ve dominado por una mezcla de voluntarismo por parte de quienes creen que su candidato preferido será capaz de salvarlos de lo peor y escapismo por la de aquellos que se resisten a reconocer que es insostenible la situación actual que, para la mayoría, ya es calamitosa. Muchos se aferran a la esperanza de que el país logre recuperarse sin que ellos mismos se vean perjudicados por lo que haga -o no haga- quien se vista de presidente, otros se limitarán a expresar su angustia votando en blanco o negándose a participar en lo que a su entender es una farsa, todo lo cual hace temer que diste de haber culminado el ruinoso ciclo populista que tanto daño ha hecho al país.

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