domingo, 6 de agosto de 2023

Consentimiento ¿o peligrosa confusión?

 Por Carmen Posadas

Aviso spoiler: La idea que voy a exponer es aún más incorrecta de las que yo suelo exponer por lo general. De hecho, ni siquiera tengo claro que la suscriba al cien por cien, pero me parece interesante como tema de debate. Existe ahora en Gran Bretaña una corriente feminista formada por mujeres muy jóvenes que comienzan a cuestionar postulados relacionados con nosotras que hasta ahora todos dábamos por inapelables. Sus integrantes comienzan por afirmar que la gran revolución social del siglo xx fue sin duda la sexual de los años sesenta. 

Gracias a la comercialización de la píldora anticonceptiva se redujo el temor de las mujeres a embarazos no deseados permitiéndoles gozar de una actividad sexual más frecuente y también carente de compromiso y/o ataduras. Una nueva realidad social que lógicamente fue más que bienvenida por los hombres, encantados –a diferencia de otras épocas más pacatas de tener mayor acceso a relaciones puramente físicas, sin más. Hasta aquí todo muy bien y muy sano y nosotras fuimos las primeras en celebrarlo. Pero, según estas jóvenes feministas, con el correr de los años se ha descubierto un efecto colateral indeseado. A pesar de que muchas mujeres aseguran disfrutar de este tipo de sexo abundante y desprejuiciado, esta afirmación no es del todo ajustada a la realidad. “Puede ocurrir y de hecho está ocurriendo” –argumentan estas neofeministas británicas– “que así como no se considera tabú que un hombre trate rudamente a una mujer durante el «juego sexual», siempre que se trate de una relación consentida, sí es tabú que la mujer exprese su malestar por estas prácticas, so pena de quedar como una mojigata que no entiende las reglas del juego que ella misma ha aceptado. ¿No ha afirmado que le gusta el sexo por el sexo? ¿No presumía de ser mujer liberada?  ¿De qué se queja entonces?”. Esta contradicción entre lo que las mujeres dicen que les gusta y lo que les gusta en realidad es especialmente dramática cuando hablamos de adolescentes. Muchas veces nos asombramos al enterarnos por los medios que chicas de catorce o quince años se han ido voluntariamente con un grupo de muchachos que acabaron violándolas de la manera más brutal. El foco mediático se pone –y con razón– en la delictiva conducta de los chicos. 

Pero para tener toda la dimensión de lo que está ocurriendo con nuestros adolescentes, también deberíamos preguntarnos por qué esas menores aceptan acompañarlos sabiendo que el plan no será jugar al parchís, precisamente. La respuesta, según sexólogos y médicos expertos en la materia, tiene mucho que ver con el hecho de que, gracias el fácil acceso a las redes sociales, la educación sexual de los jóvenes se hace actualmente por esta vía, en especial con el visionado de películas porno. Según las estadísticas actuales, el consumo de pornografía comienza –como media–hacia los once años, mientras siete de cada diez adolescentes ve regularmente vídeos de este género. Obviamente el sexo por internet está destinado a adultos y es un negocio (multimillonario, además). Por tanto, lejos de ser didáctico e informativo, procura enganchar al espectador con escenas lo más impactantes y duras posible lo que, inconscientemente, acaba legitimando la violencia sexual y también normalizando viejos estereotipos de género como el del macho dominante y el de la mujer sumisa y sometida haciendo permisible incluso la violación. En consecuencia, y contrariamente a todo lo que los chicos pueden aprender por otras vías, los y las adolescentes acaban asumiendo como normales estos modelos de conducta pensando que el sexo entre adultos consiste en eso. Al fin y al cabo, si los actores se comportan de este modo y si las actrices lo aceptan y parecen disfrutarlo tanto, será lo normal ¿no? La nueva corriente feminista de la que antes hablaba argumenta que para los chicos y peor aún para las chicas es muy difícil sustraerse a estos patrones de conducta. Más aún cuando la sociedad –y por supuesto también las autoridades– ponen el foco solo en el consentimiento. ¿Pero qué pasa cuando una niña de trece, catorce o quince años consiente prácticas que ha visto en internet? ¿Y qué ocurre con esos muchachos menores de edad que adoptan conductas brutales escudándose en que el consentimiento todo lo normaliza? Me temo que preguntas tan políticamente incorrectas nadie quiere plantearlas.

© www.carmenposadas.net

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