sábado, 1 de julio de 2023

Otra afrenta contra la memoria y el dolor

 Por Norma Morandini

Donde hay dolor hay un territorio sagrado. Acudo a esta frase de Oscar Wilde por el dolor que siento ante una nueva profanación, el lunes, durante un acto en el que participaron la vicepresidenta y el flamante candidato presidencial del oficialismo: convertir en objeto electoral el avión que arrojó al agua a los presos desaparecidos en la tenebrosa ESMA. Entre ellos, mis dos hermanos menores, Néstor y Cristina. Muertos insepultos, sin tumbas ni rezos porque no los vimos morir. Sin los rituales de muerte, el silencio y el respeto despojados de toda ideología, como son los rituales de muerte cuando son verdaderos. Ceremonias que se repiten en todas las sociedades donde las guerras fratricidas dejaron dolor y sufrimiento, y por eso respeto y silencio.

Desde que el pasado trágico se utiliza para fortalecer las políticas del presente, aumentar el poder de un matrimonio en la presidencia, propagandizar a una agrupación juvenil, hacer política con nuestros muertos, la profanación ha sido una constante. Desde aquel 24 de marzo de 2004, en la primera conmemoración del gobierno del presidente Néstor Kirchner, al frente de los portones de la ESMA, la memoria de nuestros muertos se convirtió en materia de actos políticos con discursos, consignas y festivales musicales. Nunca lo que sucede en países que también debieron lidiar con el pasado trágico, en los que las conmemoraciones de Estado son ecuménicas, con el propósito de sellar el “nunca más” para dar, también, un sentido pedagógico al sacrificio de toda una sociedad. ¿Qué hay más traumático en la vida de una Nación que las guerras civiles y los golpes de Estado? Entre nosotros, además, la humillación de una guerra perdida.

A nuestro lado, nuestros vecinos uruguayos, al recordar esta semana los cincuenta años del golpe militar que sufrieron en junio de 1973, evocaron la última sesión en el Senado, horas antes de la asonada militar. En una ceremonia tan solemne como emotiva, se reunió todo el sistema político, dirigentes del oficialismo y la oposición, así como también muchos extupamaros. Todos evocaron la primera consecuencia del golpe militar, la cancelación de la política. Ahí estaban, en el majestuoso edificio de la Asamblea Legislativa, la casa política de la democracia, los expresidentes, los que ayer fueron enemigos y hoy hacen una interpretación diferenciada de la historia, como el padre del actual presidente Luis Lacalle Pou, Pepe Mujica y Julio Sanguinetti ¿Hipocresía? No. La democracia, la institucionalidad está por encima de las rencillas políticas, partidarias, personales. Porque donde hay dolor hay un territorio sagrado. Un ritual cívico cargado de enorme significación. Los rituales compartidos crean comunidad sin necesidad de la palabra. Lo sagrado impone silencio. Consagrar significa etimológicamente “cerrar”. Cerrar también la boca.

El actual presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, al que calificaríamos de derechas, ha presentado un proyecto de ley para que se abran todos los archivos de la dictadura.

En España, donde la memoria también se disputa políticamente en tiempos electorales, al conmemorarse los diez años del fin de la ETA los exterroristas no pidieron perdón (como dice el personaje de la novela Patria, de Fernando Aramburu, pedir perdón requiere de más coraje que empuñar un arma). Sin embargo, reconocen que causaron mucho dolor y por eso se comprometieron públicamente a mitigarlo. ¿Cómo? Comprometiéndose con la legalidad democrática.

Entre nosotros, los que fueron perseguidos nos persiguen. En nombre de la cancelación, nos cancelan. Pero si eso, en mi caso, es lo menos relevante, siento un profundo dolor cuando constato que la banalización de nuestro sufrimiento profana la política y debilita la democracia.

La vicepresidenta inauguró la campaña electoral con el candidato del oficialismo a su lado y sus seguidores escucharon la reprimenda de la líder por las internas partidarias. Atrás, a lo lejos, el Río de la Plata, donde fueron arrojados numerosos presos desaparecidos en la ESMA. A sus espaldas, una grotesca presencia, el avión militar Skyvan PA-51, que pervierte el espectáculo de la memoria. Los argentinos no necesitamos piezas de museo para recordar lo que nos sucedió, sino una auténtica democracia que nos garantice nuestro derecho a la verdad completa. No la matrícula del avión y toda su trayectoria hasta llegar a los Estados Unidos, sino toda la verdad de lo que sucedió realmente en la ESMA. ¿Por qué hay tanta certeza respecto de las víctimas, o del mismo avión, si el río también devolvió el cuerpo de otros desaparecidos, como sucedió con Elena Homberg, tal cual relató ante el juicio a las Juntas el expresidente Alejandro Lanusse, amigo de la diplomática. Si durante la dictadura todo fue oculto, clandestino, ¿de donde surge la información?

La verdad es compleja; en cambio, la mentira es sencilla. Como haber convertido en compromiso con los derechos humanos la orden del presidente Kirchner de mandar a quitar el cuadro del dictador Videla en el Colegio Militar. Un vacío en la pared que oficia como una buena metáfora. Una dramatización de lo que nunca existió: su combate a la dictadura. Y su olímpica falta de reconocimiento del Juicio a las Juntas, cuando en el discurso se arrogó la potestad del Estado y pidió perdón porque, según dijo, la democracia nunca había hecho nada. Con eso borró al primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín, la tarea de la Conadep, la primera comisión de la verdad del continente, que recogió los testimonios de los sobrevivientes y permitió la acusación del fiscal Julio Strassera y finalmente las condenas en el Juicio que hoy se evoca como histórico, pero se elude la mención del indulto de un presidente peronista, Carlos Menem.

La verdad completa. No las cosas a medias con la intención de aumentar el poder y conseguir la adhesión de jóvenes hijos de la democracia a los que se adoctrina como nietos de la dictadura. El avión “repatriado” se convertirá en una pieza para exhibir en el Museo de la ESMA. Al lado, en el mismo predio, el museo de las Malvinas. ¿No serán los mismos aviones? Al menos fue la misma dictadura.

Mientras no tomemos conciencia de lo que nos sucedió para hacernos cargo de la responsabilidad que cada uno de nosotros tuvo en esa tragedia colectiva, más se perpetúa la maldad y la mentira. Llevo años con la misma obsesión: ¿qué tiene el alma herida de la Argentina? Un país movido a muertes que ocupan la plaza pública o los noticieros carece, a cuarenta años del fin de la dictadura, de rituales de muerte del Estado democrático.

Como grotesco y doloroso ejemplo de la banalización del pasado, ahí está ese primer acto de campaña electoral, usando ese avión, símbolo de los “vuelos de la muerte”, sin compasión ni respeto para los que tenemos lágrimas de verdad.

© La Nación

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