sábado, 22 de julio de 2023

La democracia que supimos conseguir

 Por Pablo Mendelevich

Democracia, como se sabe, viene del griego y significa “gobierno del pueblo”, aunque a veces la curiosidad etimológica puede arrastrar sinsabores. Demagogo, por ejemplo, es de la misma familia que democracia.

Hubo un tiempo en que las decisiones eran tomadas por el conjunto de los ciudadanos, sin las molestias, como escribió Homero Alsina Thevenet, de tener que elegir representantes, diputados o senadores. 

Pero en la democracia ateniense, la de Pericles, los ciudadanos que decidían eran menos de la cuarta parte de la población. A las mujeres y a los extranjeros no se les daba cabida y para algunas cosas, como los cargos importantes, tampoco a los pobres, mientras los esclavos ayudaban con su sacrificio diario a que los auténticos demócratas tuvieran más tiempo para meditar sobre los problemas colectivos.

Por suerte, del siglo V a. C. al XXI se acumuló experiencia como para retocar la democracia original, tan glamorosa y venerada como imperfecta. Cuando las sociedades crecieron y las tareas de gobierno se complicaron el ágora quedó chica: se hizo necesario inventar la democracia representativa. Surgieron entonces algunas complicaciones semánticas.

La democracia formal de Occidente pasó a ser la despreciable democracia burguesa para los marxistas, un sistema destinado a imponerles a las masas, explicaban ellos, los intereses de las clases dominantes. Según ese criterio, en la verdadera democracia la igualdad era el altar. La libertad, una extravagancia capitalista. Hubo célebres “democracias” fallidas: la República “Democrática” Alemana. Hoy mismo llevan la palabra mágica en el apellido la República Popular Democrática de Argelia, la República Democrática del Congo, la República Popular Democrática de Corea, la República Federal Democrática de Etiopía, entre otros países a los que no se le recomendaría emigrar a ningún interesado en conocer las delicias de la vida en democracia.

Según el último índice sobre calidad de las democracias de The Economist, ranking que encabezan los países nórdicos, la Argentina está en el puesto 50 en el mundo. Es sexta en la región. Con una nota de 6,85, tiene una “democracia defectuosa”, asegura el estudio. Chocolate por la noticia, dirán millones de usuarios.

Con menos de seis puntos se habría caído en la categoría “regímenes híbridos”, pero para eso la condición es exhibir irregularidades en las elecciones. Que no sean libres ni justas. Y ahí, mal que les pese a los desencantados, estamos bien. El electoral, que incluye grados de pluralidad, es el rubro argentino mejor calificado. Habrá que ver qué nota nos pondrá The Economist en el próximo examen tras evaluar el fenómeno del superministro de Economía, que dice que solo trabaja de candidato después de las 18.

Se trata del hombre que puede premiar y castigar a gobernadores e intendentes, volcar de mil formas los recursos del Estado al autoproselitismo. Eso sí, gracias a una ética estricta, el Gobierno le sacó al ministro del Interior (candidato presidencial por un día, ahora candidato a senador) el manejo de la Dirección Nacional Electoral y se la dio a la Secretaría General de la Presidencia. Una garantía de la imparcialidad.

Vísperas del aniversario redondo de la democracia, ¡ya se lo festeja! Poco importa que hace ahora cuarenta años gobernaba el Ejército a través del general Reynaldo Bignone, quien a esta altura de 1983 ni siquiera había escrito su mayor legado, la autoamnistía militar (que el Congreso fulminó con la primera ley de la democracia gracias a que Ítalo Luder resultó derrotado). El anticipo de los festejos, vista la envergadura de la conmemoración, tal vez sea atribuible a la ansiedad argenta. O tal vez a la certeza de que el domingo 10 de diciembre, cuando llegue la efemérides, la expectativa sobre lo que haga en esas horas el nuevo presidente se robe todas las miradas. Pero lo más probable es que se deba a que en esta campaña electoral no hay mucho para prometer y que desde Pericles la democracia, supravalor consolidado, paga.

Contra lo que puedan creer muchos jóvenes a quienes se les simplificó la comprensión de la historia mediante resúmenes binarios, la democracia liberal, republicana y pluralista recién devino consensual en 1983, cuando el peronismo perdió las elecciones nacionales por primera vez.

Es un anacronismo hablar de democracia en el período 1973-76. Ocupado en la discusión nada pacífica entre “la Patria peronista” y “la Patria socialista”, aquel gobierno constitucional despreciaba los mecanismos formales de la democracia, que ni en su acepción “popular” era muy nombrada. La Tendencia y los Montoneros, por ejemplo, la aborrecían.

Las vueltas de la vida. Después de 40 años de democracia continuada el pueblo soberano se encoge por motu proprio. Los días de elecciones unos prefieren quedarse en la casa porque no creen en el presente y menos en el futuro. A otros, quizás, los ahuyenta “la derecha”, pero además los desconcierta el candidato oficial. Primer candidato del peronismo que va a la CGT a pedir perdón por la caída del salario real. 

© La Nación

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