miércoles, 17 de mayo de 2023

Diez sinsentidos de la Argentina contemporánea

 Por Pablo Mendelevich

Como al 2023 todavía le quedan 228 días (y para que haya nuevo gobierno faltan 207) es demasiado temprano para hablar de los sucesos descollantes del año. Esos sucesos, se cree, todavía no ocurrieron. Pero van a ocurrir. Sobran conjeturas. Que en general no pertenecen al campo del optimismo. En el discurso público la esperanza, al revés de la inflación, surge como una de las variables que se han venido encogiendo, si bien esta no es tangible como las reservas del Banco Central.

Las anormalidades se apilan, sólo que nadie las llama así. Quizás eso se deba a un fenómeno de acostumbramiento. El acostumbramiento viene cuando lo anormal sobreabunda, se integra al paisaje y deja de parecer extraordinario.

He aquí un recordatorio de diez cosas difíciles de entender, disparates o sinsentidos de la Argentina actual, con las que convivimos sin que llamen la atención. Desde ya que esta lista, tal vez arbitraria, podrá ser más extensa. Es una lista en desarrollo.

1) El presidente y la vicepresidenta no se hablan. La historia registra, es cierto, fórmulas que dejaron de hablarse, pero nunca sucedió con un presidente débil y una vice fuerte, quien además, en contra de lo habitual en estos casos, no demuestra interés alguno en reemplazarlo para completar el menguante mandato. Sólo quiere debilitarlo: lo considera un inútil y finge no saber cómo consiguió el puesto. Casualmente la última vez que una fórmula dejó de dirigirse la palabra también estaba integrada por Cristina Kirchner. Hace quince años ella se enojó para siempre por el voto no positivo con su vice Julio Cobos, con el argumento de que un vicepresidente que opina contra el Poder Ejecutivo es un traidor descartable. En base a ese razonamiento la militancia kirchnerista fue enviada a las calles durante los funerales de Néstor Kirchner a cantarle al vicepresidente “andate Cobos, la…”.

2) Al Frente de Todos se le dice coalición aunque en los hechos no lo es, porque sus tres socios fundadores pertenecen al mismo partido. Mientras los Fernández desempeñan los máximos cargos del país, Sergio Massa se convirtió hace nueve meses y medio en el ministro más importante de Sudamérica. Incluso se dice que, al revés de lo que la Constitución prescribe, su poder supera al del Presidente. Aunque los tres triunviros gobiernan el país, no se sientan a una misma mesa. Se viene barajando, por suerte, la posibilidad de una cumbre extraordinaria, como la que en su momento celebraron Churchill, Roosevelt y Stalin, aunque no para discutir los problemas y el rumbo del gobierno sino la estrategia electoral del Frente de Todos, un tema verdaderamente acuciante. Mientras Massa actúa como ministro casi autónomo, el ministro del Interior directamente no responde al presidente. Reporta a la vicepresidenta, lo que lo convierte en una especie de ministro del Senado. Es un caso que en los últimos 150 años no se había visto. Pero puede ser comprendido en el marco de una administración que tiene los ministerios loteados y donde las jerarquías partidarias –en realidad, las facciones peronistas- prevalecen por sobre los organigramas ministeriales.

3) La mayoría de los indicadores económicos y sociales empeora a medida que pasa el tiempo -con la inflación, la pobreza, la indigencia y la caída de las reservas a la cabeza-, lo que para nada afecta la autopercepción positiva del Presidente respecto de la eximia calidad de su administración, sólo afectada, entiende él, por la guerra de Ucrania, la sequía y lo que dejó Macri. Alberto Fernández era hasta hace poco un resuelto y decidido candidato a la reelección, pero desistió para poder dedicarse, como lo explicó en un video, a gobernar, verdadero gesto de altruismo. Que bajase su candidatura era una de las mayores batallas políticas que emprendió el kirchnerismo. Cuando por fin logró que la bajara se esperaba que pasase algo. No pasó nada.

4) El rubro está en boga. Nunca nadie se había bajado de una candidatura con la sonoridad que usó para hacerlo, dando el ejemplo primero que nadie, Cristina Kirchner. Lo hizo con tanta vehemencia como universalidad -su renunciamiento abarcó todas las candidaturas posibles- y lo atribuyó a una condición de “proscripta” que luego pusieron en duda hasta reconocidas voces del oficialismo. También sus seguidores, quienes no pararon de reclamarle que sea candidata a presidente. Eso significa que no tomaron en serio ni el renunciamiento ni la excusa de la proscripción, aunque también debe tenerse en cuenta que “los pibes para la liberación” no acostumbran a hacer nada sin recibir instrucciones. He aquí lo más curioso de todo: el clamor lo organizó ella misma. Pero ahora se desconoce si fue una estrategia muy bien pensada (como en 2019 la decisión de ser la vice de Alberto Fernández) o una expresión inconfesable de desconcierto. Los seguidores de la líder resiliente siguen esperando que ella le haga un restyling al relato, diga que dejó de estar proscripta –o que ya no le importa estarlo- y anuncie que será candidata a algo, aunque sea a una concejalía. Cosa que su nombre aparezca en las boletas del Frente de Todos y que la oferta peronista, carente de figuras convocantes, no acentúe la fuga de votos que los encuestadores anticipan.

5) También el ministro de Economía tiene una excelente opinión sobre los resultados de su propio desempeño, si bien él no quiere saber nada con ser precandidato a presidente. Lo que quiere es ser el candidato único del oficialismo. Entre sus méritos para semejante sueño se destaca haber llevado la inflación a 108 por ciento interanual, que convierte a la Argentina en el segundo país más inflacionario del mundo. Massa no consiguió tener más inflación que El Líbano. Habitualmente Massa les cuenta cómo se autopercibe a los funcionarios del FMI, a los grandes empresarios y, especialmente, al propio equipo de márketing, que es el que más organizadamente distribuye la autopercepción a la prensa: si él no estuviera al frente del Ministerio de Economía la impiadosa hiperinflación ya se habría apersonado y todo habría volado por los aires, como decía Néstor Kirchner cuando metía miedo con una vuelta a 2001. En otras palabras, Massa pide que se lo evalúe por todo lo que gracias a él no pasó, no por lo que gracias a él está pasando y va a pasar.

6) Aunque al peronismo le gusta poner en valor el relato antimperialista que denuesta con particular fruición al “hediondo” Fondo Monetario Internacional, se trata del sector político que más acuerdos con el FMI firmó desde 1958: nueve sobre un total de veintiséis. Nunca como ahora el peronismo fue tan fondodependiente: en un año electoral, el peor último año de un gobierno peronista que haya habido, necesita que el FMI le suelte dólares (técnicamente un adelanto, no muy distinto del que imploran a sus patrones a principios de mes miles de trabajadores para comprar alimentos) si quiere que la economía no estalle antes de que se vote. Toda la economía argentina está hoy pendiente de lo que se resuelva en Washington. En estas circunstancias cabría esperar del kirchnerismo, que en el Congreso se cortó solo y votó en contra de sostener el acuerdo con el FMI (una ley que el grueso del peronismo sólo aprobó gracias a los votos de la oposición) se llame a silencio. Pero sigue haciendo actos y pronunciando encendidos discursos, mientras la líder lo sostiene a Massa. En los discursos dice que no va a aceptar condicionamientos del FMI.

7) La Corte Suprema de los santafecinos peronistas –la mitad de sus miembros es de Santa Fe, uno es de Córdoba; el peronismo es la ideología mayoritaria en el tribunal- está acusada por el gobierno peronista de ser la corte enemiga, proporteña, antidemocrática y mafiosa. Horacio Rosatti, el presidente, ganó experiencia política como ministro de Justicia de Néstor Kirchner, cuando coordinaba su tarea con el jefe de Gabinete de entonces: Alberto Fernández. Precisamente Kirchner –lo que son las vueltas de la vida- lo mandó a Rosatti en su nombre a la jura de Ricardo Lorenzetti, a quien, huelga decirlo, lo puso Kirchner. Juan Carlos Maqueda como político era hombre de Duhalde; después de tenerlo como vicepresidente de hecho lo nombró en la Corte. El gobierno repite que a Rosatti y Carlos Rosenkrantz (asesor de Alfonsín en materia constitucional) Macri los nombró por decreto, pero es falso. Intentó hacerlo, dio marcha atrás y ambos fueron designados por acuerdo de más de dos tercios del Senado, una mayoría especial que sólo fue posible construir con votos de senadores peronistas y kirchneristas. ¿Les dieron acuerdo a juristas mafiosos y antidemocráticos?

8) Milei parece empeñado en satisfacer a quienes dicen que la mejor forma de enfrentarlo es dejarlo hablar. Por más que en su caso la diferencia entre hablar y descargar ira es escasa (y la ira es el insumo esencial de su exitosa promo “venza a la casta y dolarice”), episodios como el del reciente descuartizamiento público de Ricardo López Murphy, un reconocido economista de su zona ideológica, lo exhiben políticamente verde. Lo estrambótico fue que todo el mundo creyó que el gran abanderado de la libertad insultaba a un liberal (José Luis Espert) y en realidad estaba insultando a otro, que había osado formularle críticas técnicas a la dolarización. Desajuste que podría sugerir a potenciales votantes que como presidente Milei resultaría algo desordenado, además de un intolerante de dudosa puntería.

9) Juntos por el cambio finalmente dio un gran paso al organizar sus dos principales internas, pero no consiguió disimular que la definición llegó cerca del abismo, dada la acelerada deserción de posibles votantes que cantaban los encuestadores. De la vaca atada a paremos con las internas que nos hundimos, sin escalas.

10) Pese a todo, el peronismo gana elecciones (en realidad gana reelecciones) en el interior. Eso se debe fundamentalmente a que los gobernadores acertaron al desacoplar los comicios provinciales de los nacionales para que el desastre de la economía no les arruine sus continuidades. Pese a las esporádicas (y muchas veces inútiles) visitas a las provincias y a los alineamientos de dirigentes nacionales, las campañas versaron sobre asuntos locales. Salvo pocos casos, como el de la radical Jujuy, el problema es que en un punto lo provincial y lo nacional se tocan: en los armados provinciales para la oferta electoral de todo el año. Eso ahora lo saben bien Javier Milei y Juntos por el cambio, que en los primeros domingos electorales coincidieron en exhibir sendas insignificancias respecto de las expectativas que habían sembrado en el país. Los premios consuelo que obtuvieron fueron el 15 por ciento de Martín Menem en La Rioja (Milei) y la intendencia de San Juan (Juntos por el cambio), magros para quienes pretenden aparecer ante la sociedad como el imbatible próximo gobierno nacional.

© La Nación

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