viernes, 17 de febrero de 2023

Juntos por el Cambio pampeano: una lección de democracia para el oficialismo, para Milei y para sí misma

 Por Marcos Novaro

La clave de las democracias pluralistas es que la competencia no anule la cooperación, porque de otro modo para, negociar intereses, conciliar criterios y perseguir objetivos compartidos sería necesario no solo derrotar sino sacar directamente del juego a los adversarios, para que no conspiren contra los ocasionales vencedores. Ese principio elemental no se ha cumplido casi nunca en la política argentina de las últimas décadas, y en gran medida eso explica nuestro flaco desempeño, tanto en materia institucional como en la economía y en general en la generación de bienes públicos.

Pero no toda la política argentina funciona tan mal como últimamente se tiende a pensar, ni está del todo ausente en ella la cooperación. Lo prueba lo sucedido en La Pampa el último fin de semana. Se enfrentaron duramente dos candidatos con chances por la candidatura a gobernador de JxC, uno del PRO y otro de la UCR. Triunfó el radical, Martín Berhongaray, y tanto el aspirante derrotado como los líderes nacionales de su partido felicitaron al vencedor y adelantaron que colaborarían activamente para ganar la provincia.

Hace un tiempo se temía que la creciente paridad de fuerzas que existe en la coalición opositora entre esas dos fuerzas pudiera dañar la convivencia entre ellas. Pero no es lo que está sucediendo. Y no debería sorprender, en general las coaliciones son más estables y potentes cuando sus miembros tienen recursos comparables, los usan para competir entre ellos tanto por cargos como por la orientación de las políticas, y logran así establecer un juego de suma positiva, en el que todos ganan, aún los que ocasionalmente pierdan una disputa. Es lo que entendieron Larreta y Vidal, los dos referentes del PRO que más enfáticamente salieron a felicitar a Berhongaray.

La negociación de la cooperación no va a ser sencilla

Lo dejó en claro Gerardo Morales apenas terminó el recuento de votos, planteando que con ese resultado se modificaban las condiciones para la distribución de cargos a nivel nacional. Planteo que cerró con una humorada, ofrecerle a Larreta el segundo lugar en la fórmula que él aspiraría a encabezar.

Morales necesita elevarse el precio, pero sabe seguramente que la recuperación del radicalismo como partido nacional competitivo es un proceso muy largo, al que le falta aún recorrer un buen trecho. De allí que siga siendo más exitoso en la disputa de cargos provinciales y locales, pero aún no logre instalar figuras presidenciales con chances efectivas. Ni él ni Facundo Manes lo son, según muestran todas las encuestas que se quieran consultar. Aunque eso no significa que tenga que resignarse a ser segundón en ese terreno, ni tampoco que le convenga a la coalición que lo haga.

En verdad, ese fue el camino que prefirió, o al que estuvo obligado, cuando se formó Cambiemos. Todavía estaba fresco el cisma cobista y las idas y vueltas con alianzas que sumaron tensiones internas y no duraban más que una elección, con peronistas disidentes, socialistas u otras fuerzas. Todo lo cual le significó perder cantidad de municipios, incluso provincias, como Mendoza, y llegar a un mínimo de representación legislativa, un piso de solo 24 bancas en 2008 que logró apenas elevar a 34 hasta 2015, pese al declive del kirchnerismo en esos años. Sumarse a la coalición con el PRO y la CC le permitiría empezar a revertir ese proceso de deterioro, para lo cual concentró con toda lógica sus esfuerzos en esos cargos subnacionales y legislativos. Para 2017 reuniría 55 diputados nacionales, y su bancada era por lejos la que más había crecido.

Pero intervenir lo mínimo indispensable en la gestión nacional, algo en lo que también incidieron las inclinaciones del entonces presidente, no le hizo bien ni al partido ni a la coalición. Seguramente esa situación no se va a repetir, el radicalismo participará, con fórmula propia, con fórmulas cruzadas o con una combinación de ambas, en las PASO presidenciales de este año. Va a querer intervenir en las decisiones de gobierno. Y haciéndolo puede contribuir, además de a un mayor equilibrio interno en la coalición, también a que la lógica cooperativa que va madurando dentro de ella se extienda fuera de sus fronteras. Como hizo en el Congreso en los últimos años cada vez que pudo, recordemos la última vez favoreciendo decisivamente las posiciones colaborativas con el gobierno nacional en sus tratativas con el Fondo. Una ayuda que lamentablemente nadie en el oficialismo se siente estos días obligado a recordar o agradecer, pero que la economía argentina sí agradece.

Fortalecer ese estilo resultará esencial para el éxito de la futura gestión. Porque Juntos por el Cambio puede que gane, y puede hacerlo además con mayor respaldo legislativo que en 2015, pero enfrente habrá fuerzas competitivas, que no van a dispersarse ni desaparecer, y si siguen ordenadas por un juego destructivo, porque su razón de ser y su unidad continúe consistiendo en descalificar y complicarle la vida a los demás, las chances de que se supere la decadencia serán escasas.

© TN

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