sábado, 25 de febrero de 2023

Algo raro podría volver a ocurrir en octubre

 Por Pablo Mendelevich

A veces en la política pasan cosas raras. Y hay rarezas que no están relacionadas con el terraplanismo político versión siglo XXI. Son de orden histórico.

Por ejemplo: al revés de lo que es frecuente en los Estados Unidos, acá ningún vicepresidente ascendió en forma consecutiva a presidente por elecciones (salvo el coronel Perón, vicepresidente de una dictadura militar). Varios vices llegaron a ser gobernadores de la provincia de Buenos Aires (Duhalde, Ruckauf, Scioli), pero ningún gobernador bonaerense después de Mitre (1862) consiguió llegar por el voto popular a presidente.

Desde que existe el peronismo fracasaron en el intento Mercante, Alende, Cafiero, Duhalde y –si se computan amagues– también María Eugenia Vidal. La maldición de Alsina, como se le dice, intimida. Ahora mismo lo que más quiere Axel Kicillof es seguir otro mandato como gobernador bonaerense; cree que si le ordenaran ser candidato presidencial sería un castigo.

Todo esto viene a cuento de algo que hasta ahora pasó una sola vez, pese a lo cual la probabilidad de que se repita en octubre aparece con frecuencia en el centro de todas las especulaciones políticas. Es la máxima ilusión del kirchnerismo delante de la supuesta derrota presidencial: que haya un resultado electoral cruzado. Es decir, que Juntos por el Cambio gane la Nación y el Frente de Todos la provincia de Buenos Aires. La única vez que hubo un resultado cruzado fue hace 24 años, experiencia que, si bien por motivos variopintos, preludió al gran colapso nacional de 2001. Aquel domingo 24 de octubre de 1999 el radical Fernando de la Rúa le ganó la presidencia a Duhalde y el peronista Carlos Ruckauf la gobernación a Graciela Fernández Meijide. Dos años después, De la Rúa cayó. Ruckauf tampoco completó su mandato, pero porque se convirtió en canciller del nuevo gobierno peronista ungido por la asamblea legislativa y le pasó la provincia a Felipe Solá.

Con una superficie igual a la de Italia, la provincia contiene a tantos bonaerenses como holandeses hay en Países Bajos, 17 millones y medio. Lo que representa el 38 por ciento de la población argentina. El padrón provincial bonaerense, además, es mayor que el nacional debido a que incluye extranjeros.

Muchas provincias (este año serían 16) desdoblan las elecciones nacionales de las de nivel provincial porque sus gobernadores quieren despegarse del arrastre de su propio candidato (hipotético) a presidente cuando los pronósticos no son triunfalistas. Pero Buenos Aires sigue otra tradición: jamás desdobló. Si lo hiciera (habría que modificar una ley, Kicillof no controla la Legislatura y encima es tarde) nadie sabe qué sucedería con el comportamiento de los votantes.

Hasta que en 1994 se unificaron los mandatos de presidente y gobernador podía haber elecciones provinciales en años diferentes de los de las presidenciales. Eso fue lo que sucedió en 1987. Alfonsín llevaba cuatro años en la Casa Rosada y en la provincia ganó Antonio Cafiero. Pero Alfonsín y Cafiero no tenían enemistad manifiesta como el antikirchnerismo y el kirchnerismo. La convivencia política se degradó en el siglo XXI.

Lejos de sugerir un saludable equilibrio, el modelo de un solo paso De la Rúa-Ruckauf prefigura en el actual contexto un desafío a la gobernabilidad. Sobre todo a la luz de las feroces disputas por la coparticipación porteña, un insumo del extemporáneo juicio político a la Corte Suprema. Más que un sano reparto de poder, la particular cosmovisión de la democracia del kirchnerismo ve en el objetivo provincial una playa estratégica de “resistencia”, ya no un mero refugio como la municipalidad de La Matanza en tiempos de Macri.

¿Por qué algunos expertos dicen que podría repetirse la rareza del resultado cruzado? Primero, porque la Nación y la provincia tienen desde 1994 reglas electorales diferentes. En la Nación hay doble vuelta; en la provincia se gana de una sola vez apenas por un voto. Y segundo, porque la media del Frente de Todos en provincia es mejor que la media nacional, si bien en el interior provincial prevalece la oposición. Por cierto, todo depende de cómo se configuren las candidaturas, de la potencia de los presidenciables y del candidato a gobernador que cada uno lleve. En 2015 la candidatura de Aníbal Fernández favoreció ostensiblemente a Vidal y no hubo resultado cruzado.

Con las boletas electorales de más de un metro divididas en siete u ocho cuerpos el elector puede, en teoría, hacer las combinaciones que quiera. Pero hasta por razones prácticas lo corriente es cortar poco y en los extremos (presidente de un lado, intendente del otro). Aunque podría hablarse de extremos en varios sentidos. Ruckauf, candidato del PJ y también de la Ucedé y del cavallismo, hizo campaña diciendo que había que “meter bala a los delincuentes”. Pocos días antes de las elecciones Ruckauf calificó a Fernández Meijide de “anticristiana, abortista y atea”. Así obtuvo 3 millones y medio de votos. Fernández Meijide, en números redondos, tres millones. El tercero fue el subcomisario Luis Patti (actualmente con prisión perpetua en un country) con medio millón.

La pregunta cae de maduro: si la rareza ahora de nuevo es probable, ¿entonces la grieta tendría el futuro asegurado?

© La Nación

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