lunes, 7 de noviembre de 2022

Mauricio Macri frente a la ‘rebelión de los herederos’

 Por Marcos Novaro

Que no hay mal que por bien no venga se pudo comprobar una vez más esta semana en Juntos por el Cambio, cuando un nuevo escándalo interno llevó a Larreta y Bullrich a cambiarle el tablero a Macri. Si lograran forzarlo a decidir por el sí o el no cuanto antes, darían otro importante paso hacia la sensatez.

Nadie se vuelve jefe si no arrebata, conquista y transforma lo que recibe en herencia. Así hicieron Menem y Kirchner con la tradición peronista, así hizo Alfonsín con el radicalismo, y así hizo el propio Macri, más que con el grupo económico de su padre, con algo mucho más importante, su apellido.

¿Va a aceptar que Larreta y Bullrich hagan ahora lo mismo con él y con sus criaturas, el PRO y Juntos por el Cambio, o insistirá en que aún no llegó la hora de su sucesión porque está en la flor de la vida, su mejor momento todavía lo está esperando? Ese es el principal dilema que agita a la coalición opositora, de entre los muchos que tiene que resolver en el próximo año para volver al poder y, sobre todo, para gobernar mejor de cómo lo hizo.

Esta semana pareció estar devorándose sola, involucionando en vez de enfrentando esos desafíos. Pero después de varios papelones y tal vez precisamente forzados por ellos, sus líderes -o algunos de sus líderes, mejor dicho-, dieron un paso importante en la dirección correcta, que no habría que menospreciar.

Es que la táctica del ex presidente de abrir y cerrar al mismo tiempo la competencia interna, tanto en JxC como en el PRO, jugando a la incertidumbre con su candidatura, y volviendo por tanto inciertas y finalmente imposibles las alianzas y candidaturas de los demás, llegó a un punto de saturación.

Fruto de la virulencia verbal, y por suerte solo verbal, en que incurrió Patricia Bullrich, divulgada ampliamente por los medios y las redes, quedó claro, tanto para ella como para su principal contrincante, que si seguían como venían se iban a hacer tanto daño que terminarían anulándose como aspirantes dignos a la sucesión del liderazgo interno y, por tanto, a la presidencia.

Así que espontánea o coordinadamente -no importa mucho- dieron un giro decisivo y coincidente en sus estrategias, consistente en negarse a participar otra vez del juego que a Mauricio lo entroniza como gran componedor, e infantiliza a los demás.

¿Cómo lo hicieron? Rechazando su convocatoria a asistir a otra de sus recurrentes sesiones de reconciliación familiar. Esas que, en almuerzos o desayunos por él organizados, a los que él decide a quién invita y a quién no, reúnen a su descendencia, para llamarlas a la concordia y demostrarles que es todavía el único que puede mantenerlos unidos y llevarlos por buen camino.

En vez de eso, los aspirantes a herederos se pusieron a trabajar para reunir, no a la familia, sino a la institución que los reúne. El martes próximo se convocó, por su impulso, una reunión de la mesa de conducción de la coalición, hace casi medio año inactiva, para tratar de salir consensuadamente del pantano en que están.

Ya de movida al menos salieron de la indefinición e incertidumbre completas sobre quién, dónde y cómo decide, y retomaron el camino de las reglas. Larreta lo explicó claramente en un reportaje concedido estos días, al afirmar que en la mesa convocada ‘todos valemos un voto, y así debe ser’, algo muy distinto a lo que sucede en los desayunos de Mauricio, donde no se puede saber si alguien, además de él, vale algo.

La renuencia a someterse a reglas tiene un costado aún más complicado, cuando va acompañada del rechazo a las críticas. Algo de eso se transmitió en los debates internos de los últimos días en JxC.

En particular fue el caso de Bullrich, quien no solo en su choque exaltado con el jefe de gabinete porteño, sino en todas sus intervenciones posteriores, estando mucho más calmada y habiendo tenido tiempo para repensar el asunto, insistió en afirmar que a ella ‘no se la puede acusar de ser funcional al kirchnerismo’. Tan simple como eso.

La aspirante a la presidencia pretende marcarnos la cancha desde el vamos con lo que se le puede y lo que no se le puede decir, a riesgo de que nos rompa la cara. No tanto su inclinación a la calentura, ni su afán por mostrar que ‘tiene calle y se la banca’, sino esta forma de razonar y argumentar fue lo más preocupante del episodio.

Además de la evidente simpatía que esa forma de hacer las cosas genera en buena parte de la sociedad. Algo sobre lo que ilustra la buena fortuna que han tenido líderes en otros terrenos muy distintos, como Cristina, Berni, Milei o Moyano. Patricia sacó ventaja del cruce, seguramente, porque está de moda ser intolerante y virulento. Pero debería conocer los riesgos que acarrea asociarse a esa familia de liderazgos, ya que hace años que batalla contra el populismo y su desprecio hacia las instituciones.

Tampoco Macri fue muy comprensivo con las críticas. Entendió que Morales, cuando dijo que su gobierno fue un fracaso, le había ‘faltado el respeto’. Es cierto que el jefe del radicalismo no avisa que te va a trompear, como Patricia, directamente te la da. Y tiene la costumbre de plantear las cosas a lo bestia, con un ánimo poco constructivo, pero la discusión sobre el éxito o fracaso de la gestión de Macri no es solo conveniente, es imprescindible para que los votantes sepan qué pueden esperar de JxC el año que viene, si podrá o no hacerlo mejor y en qué sentido.

Una discusión que, volvemos a lo mismo, resulta por completo inviable si no se ordena mínimamente el mapa interno de la alianza y de los partidos que la integran. Porque el problema es hoy que ya no hay halcones contra palomas, ni macristas vs. radicales, sino que todos corren por la suya y nadie acuerda con nadie.

Pues, ¿qué sentido tiene sumarse a cualquier espacio, si no se puede saber si tiene chances de sobrevivir, si puede imponerse, o va a desaparecer a la primera de cambios? Por eso después de cada trifulca aparecen nuevos aspirantes a la presidencia, satélites desmembrados de cuerpos mayores que no lograron mantenerse unidos. Ahora fue el turno de Carrió y Pichetto, ambos aclararon que si ‘esto sigue así’ también se candidatearán, total no pierden nada.

Todo remite, mal que le pese a Mauricio, a que estirar su indefinición ya no es viable. Resulta cada vez más costoso para su partido y sus aliados, y lo está empezando a ser también para él y sus inmediatos o potenciales respaldos. Al revés de lo que piensa Carrió, es contraproducente demorar más la postulación de candidatos, en su lugar les convendría adelantarla, así al menos se ordena el escenario y se sabe quién va a competir, aliado con quiénes y contra cuáles otros.

¿Podrían Larreta y Bullrich convencer al fundador del PRO de cambiar de actitud, para un lado o el otro? Al menos podrían intentarlo, blanquear la situación y someterla a discusión, en vez de seguir escondiéndole el bulto, en la esperanza de que, si no irritan al ex presidente, éste terminará por ejercer el dedazo en su favor. Porque irritación generan igual.

Como le pasó esta semana a Larreta, por haber asistido al acto radical en que Morales se despachó con lo del ‘fracaso macrista’. El jefe de gobierno optó por el silencio, pero es evidente que, aunque no comparte el diagnóstico lapidario del presidente de la UCR, tampoco está conforme con la idea de Macri de encarar el 2023 ‘igual pero más rápido’ que el 2015, o como su ‘segundo tiempo’. Puede que le convenga explicar entonces su posición, así de paso aclara por qué estima que él sería mejor presidente que aquél, o que Patricia.

Como sea, que la situación se despeje dependerá más que nada de lo que haga Macri, de que se decida por sí o por no. Lo que se entiende le resulte muy difícil, aunque para motivarse tiene varias fuentes de inspiración. Para empezar, su propia experiencia, lo cuesta arriba que fue para él dejar de ser ‘hijo de’ y su complicada experiencia en las empresas de su padre. También, aunque no le guste la historia, tiene a mano las malas lecciones de algunos de nuestros líderes en su momento más exitosos, pero que no supieron retirarse a tiempo ni ayudaron a sus herederos a jubilarlos. Ahí lo tiene a Menem, que por insistir en seguir siendo la única tabla de salvación disponible, terminó regalándole el peronismo y el país a quienes destruirían su herencia. O al propio Perón, que lo hizo aún peor, obnubilado por su imagen de invencibilidad, hasta tal punto que anunció que su ‘único heredero sería el pueblo’ y nos dejó en manos de Isabel y López Rega.

Para no compararlo con los Kirchner, a cuya sombra nunca creció ni el pasto.

Ellos jamás promovieron figuras talentosas, ni les concedieron autonomía alguna a sus seguidores, así que no llama la atención que no haya habido ni vaya a haber en un futuro próximo alguien que pueda siquiera disputarles una interna. Macri tendió a comportarse de modo bien distinto al promover a otros dirigentes de su espacio a posiciones de poder, y ahora de nuevo en alguna medida lo hace, cuando los incita a competir para volverse candidatos con chances para la presidencia. Lo que nos asegura que, en ese entorno, no pueda prosperar, para poner solo un ejemplo, nadie parecido a Alberto Fernández.

Aunque también le convendría asegurarse de no estar generando una situación parecida a la que creó Cristina con su dedazo de 2019. Porque imaginemos lo difícil que sería para cualquiera de los aspirantes a heredarlo, aún tras ganar unas PASO, construir su liderazgo si Mauricio pretendiera seguir ejerciendo un rol de censor, supervisor o gran elector sobre él. Para eso, mejor que el presidente sea Mauricio, y los demás esperen.

Los paralelismos con el peronismo vienen a cuenta, porque desde Perón y las tensiones con sus seguidores, en particular con los neoperonistas y las distintas alas del movimiento, que no se vivía en la política argentina una situación como la actual en el PRO, un partido que es en gran medida obra de una persona pero llega a un punto en que trata de funcionar institucionalmente, prescindiendo progresivamente de ella, con miras finalmente a sustituirla.

Como se sabe, al PJ lograrlo le tomó décadas, y debido a las decisiones de Perón para demorarlo lo más posible, varios golpes de Estado, unas cuantas crisis y muchas, muchísimas muertes. Así que, comparativamente, Macri y sus herederos la tienen fácil, aun metiendo la pata hasta el fondo, lo único de eso que podrían endilgarnos sería otro gobierno demasiado débil, otra crisis. Aunque claro, tal vez con eso sea suficiente para que el PRO pierda su razón de ser.

Como sea, lo cierto es que esa fuerza está ante un dilema inescapable y de muy difícil resolución. De cómo lo encare, de que tome un camino serio y resolutivo, y no uno confuso y debilitante, dependerá en gran medida que tengamos o no un gobierno viable el año próximo. El problema es que es muy difícil saber cuál es cuál. Si la opción que nos lleva en la dirección correcta es con o sin Macri al frente, por la vía de la polarización o de la moderación, de la negociación o del shock.

© TN

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