domingo, 13 de noviembre de 2022

Gabriela Cerruti, Irene Montero y el fantasma de la derecha


Por Rogelio Alaniz

Dicen que lo dijo como al pasar, esas frases que se pronuncian en la intimidad de una amistad o de una afinidad o complicidad política. Gabriela Cerruti, funcionaria del gobierno de Alberto Fernández, le comenta a Irene Montero, dirigente de Podemos y funcionaria del actual gobierno socialista de España, que las piedras que los familiares "plantaron" en Plaza de Mayo para recordar a sus muertos por el Covid, las colocó la derecha.

Bien mirado, Cerruti no mintió; dijo lo que efectivamente cree: ella está íntimamente convencida de que las piedras del escándalo las colocó la derecha o la derecha inspiró a las almas simples de los duelistas. Según sus disculpas posteriores, ella no pretendió descalificar a los muertos y a sus familiares, sino imputar políticamente a los que instrumentaron lo que para ella fue una artera maniobra política de signo derechista. Se equivocó o lo expresó mal, pero ese error no nace de la torpeza sino del sentido común populista.

Cerruti confió esas palabras a una interlocutora que la iba a entender. Confidencias o comentarios entre izquierdistas. Un izquierdista sabe muy bien qué quiere decir ser de derecha; lo sabe más por prejuicio y dogma que por conocimiento histórico, pero lo sabe. Sobre estos temas no hay lugar a vacilaciones o ambigüedades. Para la izquierda, la derecha es la titular de la explotación del hombre por el hombre, de la represión, de la violación de los derechos humanos y del privilegio de la riqueza ostentosa y obscena. La derecha es el mal, para decirlo de una manera teológica. Y con el mal no se dialoga ni se tienen contemplaciones.

Irene Montero escuchó y no necesitó elaborar especulaciones complejas para saber a qué se refería la funcionaria argentina. Las piedras en Plaza de Mayo eran un estigma de la derecha como lo fue, por ejemplo, el Valle de los Caídos en España, esa suerte de altar levantado por Franco para honrar a sus muertos y humillar a sus enemigos. Irene Montero dice ser de izquierda; está o estuvo casada con Pablo Iglesias quienes durante un tiempo fueron en su país el arquetipo de la "pareja roja".

Más allá de repudios y golpes bajos de un lado y del otro, (la retórica política confrontativa no puede impedir esos desbordes verbales) pensemos algunos "detalles" del episodio, detalles que exceden una palabra de más o de menos. Gabriela Cerruti se equivocó políticamente. Ella misma, de alguna manera, lo admite. Y se equivocó de manera torpe al atribuir a la derecha la responsabilidad de las piedras.

También se habría equivocado si se lo hubiera imputado a la izquierda, porque el impulso de las piedras no estuvo alentado por consideraciones de derecha o de izquierda sino por el luto, por el dolor y, si se quiere, por la crítica a un gobierno al que se le atribuye no haber hecho lo necesario para impedir esas muertes.

Primer detalle a observar: la tentación de la izquierda, tentación que es en más de un caso un anacronismo, de explicar todo lo que sucede en el mundo y sus alrededores desde la categoría izquierda-derecha, lo que traducido a términos reales serían la categoría del bien contra el mal o la virtud contra el vicio.

Se sabe que la revolución francesa de 1789 fue la creadora de esa categoría "geográfica". En las gradas de la asamblea los enemigos del rey se sentaban a la izquierda y sus defensores a la derecha. El foso abierto en el medio se llamaba despectivamente "la charca". Era preferible estar en uno de los polos de la contradicción que ensuciarse en la charca nauseabunda. Observación importante: el origen de derecha e izquierda no es callejero, es parlamentario, una singularidad que merece destacarse, como también debe destacarse la legitimidad histórica de ambas categorías. La izquierda claro que la posee, y sobran los ejemplos para confirmarlo, pero también la posee la derecha, sobre la cual conviene detenerse porque esa legitimidad le es negada no solo por los izquierdistas sino por los propios derechistas que, en la Argentina, y no solo en la Argentina, se avergüenzan de esa condición.

Insisto: la derecha es una protagonista histórica legítima de la modernidad. Posee sus políticos, sus intelectuales, sus artistas, sus víctimas y también sus verdugos. Pienso en Mirabeau, Sieyes, Condorcet, Tocqueville, Thiers, Burke. Y en el siglo veinte en Churchill, De Gaulle, Adenauer, Aron, Revel, Berlín. La derecha, como la izquierda, incluyen sus diferencias internas, sus corrientes más extremistas y más moderadas.

Asimismo, son posiciones que en cierto punto se relativizan. Un liberal puede estar a la izquierda de un monárquico y a la derecha de un socialista. ¿La izquierda es la virtud y la derecha el vicio? Así lo piensan muchos. Por razones que exceden la posibilidad de esta nota, la izquierda siempre se atribuyó una superioridad moral, la que nace de su identificación con los explotados y los pobres. Pero no bien se presta atención a los hechos históricos, vamos a advertir que la derecha también estuvo preocupada por la pobreza y las desigualdades sociales.

Y al respecto, no deja de ser una ironía que el primer político que ensayó los beneficios del Estado de Bienestar fue el canciller de Alemania, Otto von Bismarck, el "Canciller de hierro", de quien se podrán decir muchas cosas, menos que sea de izquierda. Y en la Argentina, el primer ensayo de legislación laboral con descanso dominical incluido se realizó durante la presidencia de Julio Roca y la gestión de su ministro Joaquín V. González. ¿La izquierda es la rebeldía y la derecha es el orden? Depende. Según las circunstancias hay derechas rebeldes a un orden izquierdista, como hay izquierdas defensoras de un orden al estilo Castro, Chávez, Stalin o Kim Il-sung. Puede que la izquierda aliente más las rebeldías contra el capitalismo y sus costumbres, pero no bien llegan al poder se impone la autoridad y los rebeldes se someten o van al exilio, la cárcel o el paredón.

Todas estas consideraciones seguramente no estuvieron presentes en la cabecita de Gabriela Cerruti al imputarle a la derecha la autoría de las piedras en Plaza de Mayo, pero en lo que les importa, ella y Montero se entendieron sin abundar en demasiadas consideraciones. La izquierda está con los pobres, la derecha con los ricos; la izquierda defiende los derechos humanos, la derecha los viola; la izquierda se ve representada en naciones como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte; la derecha, con las detestables sociedades capitalistas explotadoras e injustas. Un mundo tal vez complicado, pero donde resulta fácil situarse.

Derecha-izquierda también son la representación del conflicto social y, en particular, la diferenciación entre amigo y enemigo, como le gustaba decir a ese nazi a quienes curiosamente la izquierda populista admira: Carl Schmitt.

Una pregunta se impone, aunque parezca obvia: ¿Gabriela Cerruti es de izquierda? Para muchos ser peronista y de izquierda es un oxímoron, algo así como declararse ateo y devoto del Espíritu Santo. De todos modos, creo que corresponde admitir que efectivamente existe una izquierda populista, una izquierda que Juan José Sebreli en su libro "El vacilar de las cosas", no "vacila" en calificar como "mala izquierda", en oposición a la "buena izquierda" con la que él se identifica.

La "mala izquierda" populista es nacionalista, autoritaria, violenta, premoderna o antimoderna, pobrista, irracional y antirepublicana. En esas condiciones, Irene Montero no es muy diferente a Cerruti. En España, Podemos alentó algunas ilusiones libertarias, pero pronto sucumbió a la tentación populista vía el chavismo.

Montero y Pablo Iglesias están casados, lo cual es un dato privado, pero al poco tiempo de contraer matrimonio, y en contradicción con su prédica pobrista, compraron una lujosa mansión en uno de los barrios más distinguidos de Madrid, mansión en cuyo dormitorio lucen dos retratos: Néstor y Cristina. Todo tiene que ver con todo.

© El Litoral

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