sábado, 12 de noviembre de 2022

Confiesen algo honesto

 Por Carlos Ares (*)

Sinceramente, Cristina, Para qué Macri, convertir la presentación de libros escritos por amanuenses en actos de campaña. Militantes cebados, funcionarios marcando tarjeta, plantas permanentes haciendo horas extras, ratones persiguiendo croquetas de queso, aves de rapiñar carguitos, aspirantes a colar en alguna lista. Fotito, abrazo, sonrisa, colmillo afilado, aplauso, ovación en el momento indicado, clamor al final. Para qué, Macri. Sinceramente, Cristina, ¿no pueden llenar de otro modo el vacío de ser, o es que tienen un ego sin fondo?

Nadie cree que revisando esas bolsas de excusas va a encontrar algo valioso ahí. Un testimonio auténtico, sin retoques, una herida abierta, un latido que sangra, algo dicho en contra de su voluntad. Las autocríticas editadas se amparan en las buenas intenciones. Suenan a declaración de actores, ricos, o famosos, del tipo: “Creí que podía con todo”, “confié en quien no debía”, “mi mayor defecto es ser demasiado bueno”. Letra, música de autor, inspirada en el cantor. Una revelación menor, una intriga no resuelta, un rencor encubierto, un chisme para decorar, nada que justifique el peso de cargar con esos ladrillos.

Si acaso, cuando ya se empiecen a quedar solos, escuchando de fondo un rumor de voces que aún los nombran, soñando con manos que todavía los aplauden, son capaces de recordar en carne viva, sin reparos, sin olvidos, tal vez recuperen una memoria verdadera, original, dura, dolida, de los hechos tal como sucedieron, eslabones en una cadena de consecuencias. Esas líneas borroneadas a destiempo, inútiles ya para todo, mantenerse vigentes, que les den bola, disputar poder, quedarán ahí como lamento de lo que pudo ser y no fue.

Para qué, Macri. Sinceramente, Cristina, qué sentido tiene seguir ahí, inflando de colágeno las mejillas, los labios, haciendo pucherito, tocando timbre, fingiendo cercanía, alentando fanáticos, sin un poquito de vergüenza, sin que les sobre para dar una gota del amor que se tienen a sí mismos. Flamean agarrados al mástil como banderas de barcos bucaneros. Se hunden sin dejar de disparar sus cañones. Pasaron por todos los cargos. Alcanzaron la cumbre. Fueron presidentes. Heredaron fortunas, hicieron fortunas, ganan fortunas. ¿Qué dejan? ¿Qué queda de ustedes?

Escriban algo honesto. Aún a distancia, discutiendo, corrigiendo los relatos. Tienen el ejemplo ahí, enfrente. El Horizonte: conversaciones sin ruidos entre Julio María Sanguinetti y José Mujica, que se publicó esta semana en Montevideo. “No somos lo mismo”, dirán. No hace falta aclararlo. Basta mirar con los propios ojos. No es lo mismo veinte años en el poder con mayoría en el Congreso que cuatro en minoría. Entregar el bastón que negarlo. Robar que fracasar. Será la Justicia antes, la historia después, la que en el viaje acomode los bultos. Pasa ahora con Alfonsín. Aún así, en cada parada, cuando se haga el recuento de pérdidas, las víctimas sí serán siempre las mismas. No importará cómo, ni quién, les quitó la vida.

Al menos no levanten la voz. No aviven el fuego del dragón que monta el sórdido Milei. Todavía se respiran las cenizas de otros incendios. Llamaradas de furia que dejaron miles de cuerpos cremados. No degraden aún más la democracia. Es todo lo poco que tenemos. No ladren consignas. Amparen, contengan. Expliquen cómo, por qué, durante cuánto tiempo, habrá que pagar con altos recargos de miseria la que se llevaron sindicalistas millonarios, empresarios cómplices, políticos abrojos, larvas de un Estado chupasangre ajena.

El único grito que debería oírse, el que ojalá les sobresalte de horror el sueño tranquilo, es el de los desesperados. El que precede al aullido de la agonía. Si fuera posible reunir en uno solo la descarga, el huracán caliente arrasaría con esas vocecitas airadas, impostadas, con las que ustedes acusan, culpan a otro, actúan indignación. Se los debería condenar por hablar sin saber, sin sentir, a cientos de madrugadas de “probation”. En los hospitales, en las villas, en la calle, revisando basura, vendiendo medias en el bondi, pidiendo ayuda, arrastrando carritos cartoneros, durmiendo en los umbrales.

Hasta que confiesen algo honesto.

(*) Periodista

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