sábado, 25 de junio de 2022

¡Mirá!

 Por Carlos Ares (*)

La mirada no envejece. No es que un día dice: hasta acá llegué, no doy más, ya vi bastante. Demasiados años ya de estar atento al cruzar, al semáforo, a la pelota en un centro, a la hora que vuelven los chicos, a la cara en el espejo, al índice de inflación. 

Me cansé de leer títulos, anuncios, declaraciones, no doy más, amigo, me voy a dormitar en un banco de la plaza. Adiós, hasta otro sueño.

No le sale. Nació para ver. La mirada funda la curiosidad, el deseo. Aún distraída, filma. Archiva imágenes en su álbum infinito. Nadie puede explicar cómo, ni porqué, detecta una mínima relación de hechos o personas y, al instante, a la velocidad de la sombra, revisa, rescata, reproduce una escena con la que estableció vínculos.

Su registro es arbitrario. Un ligero desliz del naranja al rojo en el crepúsculo le evoca el resplandor de la vergüenza propia, o ajena, por un golpe dado, o recibido. A veces es una cicatriz apenas insinuada la que remite a un dolor sin consuelo. En ocasiones, una ofensa injusta, una mentira alevosa, un discurso perverso, abre una secuencia de fotografías. La sumisa sonrisa en la cara de Alberto, los mofletes como nalgas en la cara de Cristina, el gato peluche de Milei. Dos viejas focas estatales, De Mendiguren, Eduardo Valdes, aplaudiendo al de turno.

En días como los que nos tocan, el desprecio de los datos que reflejan el fracaso, la hipocresía de echar culpas sin hacerse responsables de nada, el cinismo de negar lo evidente, la mediocridad manifiesta de los que se embanderan con relatos heroicos en defensa de sus carguitos es la causa de la erupción violenta de lava ardiente que lanza la mirada volcánica.

En el cuarto oscuro de la mirada se revelan los responsables del latrocinio. Recuerda, observa, compara, piensa: ¡mirá, son esto! Si logramos ver lo que hicieron lo que hacen desde ¿cuarenta, sesenta, setenta años? Si podemos ver las consecuencias, las vidas definitivamente perdidas, el tendal de personas en estado miserable que dejan, tal vez un día, de tanto mirar, nos veamos al fin capaces de cambiar.

Con vocecita diáfana, serena, discreta, la mirada consulta para confirmar: ese Gerardo Martínez, de la Uocra, el que se abraza con el Presidente: ¿no era informante de los militares durante la dictadura? ¿Massa no es el que firmó, juró, que no volvería con esos ñoquis, a los que iba a meter presos? ¿Ese vulgar incapaz de Aníbal Fernández, que no fue votado ni para concejal en Pinamar, es el que Felipe Solá y Daniel Arroyo vincularon al tráfico de drogas?

No mira para otro lado. No se deja domar. Convencer. No se hace adulta, razonable, mayor. No se justifica. No inventa excusas. Insiste con sus preguntas de niño como cuando era niña. Los que se creen reyes, o reinas, los que cobran jubilaciones millonarias, acumularon fortunas cobrando solo del Estado, aquellos que dicen someterse al juicio divino, pero no pueden enfrentar la Justicia humana, siempre estarán desnudos ante una mirada decente. ¿Por qué Cristina, los empresarios y todos los acusados por delitos graves de corrupción no demuestran con pruebas su inocencia en vez de declararse perseguidos? ¿De dónde sacó la plata el secretario de Néstor para comprar más de cien propiedades? ¿Este Alberto no era el que hace unos años decía que todo el gobierno de ella fue patético? ¿Es el mismo de la fiesta en Olivos cuando la gente moría sola? ¿El que, renegando de su pasado, ahora considera enemiga a “la derecha”, a la vez que se abraza con Ishii, Insfrán, Manzur, Moyano, y los sindicalistas millonarios que recaudan de los trabajadores? ¿Esos serían “la izquierda”?

Abusa, quizá, la mirada, del superpoder que tienen los sentidos, el de viajar al pasado. El tacto roza unas teclas y de inmediato el oído escucha aquella canción. El olfato tira de la nariz y el resto del cuerpo vuela como un dibujito animado en la estela del perfume que lleva hasta ella. La lengua relame el sabor cuando se entera que el domingo la abuela hará su mítica salsa. Pero es la mirada la que puede, además, viajar al futuro. Su curiosidad, el deseo, fundan también la esperanza. Por eso no envejece.

Ya verás. A la edad que tengas, ella seguirá mirando más allá.

(*) Periodista

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