miércoles, 29 de junio de 2022

Melconian, Cristina y el diálogo prohibido

Por Pablo Mendelevich 

Varios sindicalistas del peronismo, no sólo Augusto Vandor, se reunían con Onganía en pleno apogeo de la “Revolución Argentina”. Respetables escritores, como Borges y Sabato, almorzaron con Videla dos semanas después del golpe de 1976. Hubo políticos que asistieron al “asado del siglo” para quince mil personas que organizó Galtieri (antes de Malvinas) en Victorica.

Son estampas que refulgen como momentos indignos, indecorosos errores de los asistentes en el mejor de los casos, cada vez que se recuerda que el diálogo como instrumento es saludable pero no debe ser irrestricto. Si en las dictaduras un amable diálogo con el poder resulta moralmente inaceptable, no es eso lo que sucede en la democracia, sistema basado en la discusión, en la negociación. En el diálogo continuado, precisamente. ¿Acaso después de cuatro décadas de democracia hace falta aclarar la diferencia? Pareciera ser que sí.

El encuentro de un economista opositor con la vicepresidenta de la Nación acaba de provocar un escándalo -acotado tal vez, pero escándalo al fin- y no por lo que allí hablaron o dejaron de hablar sino… por haber hablado. Se trata de Carlos Melconian y de Cristina Kirchner.

Melconian no es cualquier economista, mucho menos desde que hace tres meses se erigió en gran preparador de un programa económico para el próximo gobierno, tarea encomiable en la que si bien tiene competidores, son mucho menos visibles. Probablemente Melconian merezca ser clasificado como el más simpático, futbolero, llano y didáctico de cuantos economistas frecuentan la radio y la televisión. Además de su robusto perfil técnico, recuérdese que él también es un político (en nombre del Pro hasta compitió por una senaduría) y fue funcionario en el equipo económico de Macri, de quien se considera amigo. El 15 de marzo asumió como presidente del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (Ieral), de la Fundación Mediteránea. Allí amasa su plan y desde entonces se proclama profesional ante todo, hasta abrevia las líneas partidistas de su curriculum. Su aporte programático será apartidario, promete. El plan estará a disposición del que venga, sea el que fuere. Lo que no significa, cabría acotar, que él haya perdido sus ideas originarias ni que quiera cambiarlas.

Pero el tema que importa no son las ideas ni las características políticas de Melconian sino las de Cristina Kirchner. De ahí viene todo el malentendido.

Nacido hace 19 años, el kirchnerismo hizo una causa de no hablar con quienes piensan diferente, porque no los considera equivocados sino enemigos. Y no enemigos propios, solamente, sino del “pueblo”, cuya representación exclusiva el sector -de a ratos ensamblado con el peronismo- se arroga. Por supuesto que ese modo altisonante, dramático de entender la democracia no privó a los Kirchner, que en el siglo pasado fueron seguidores de Domingo Cavallo, de los servicios de valiosos economistas como Roberto Lavagna, Martín Redrado o Martín Lousteau. Es decir, de profesionales ajenos a la hiperideologización, cuyo arquetipo panfletario hoy no se dedica sólo a asesorar sobre economía a la vicepresidenta sino que es el gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Ya se sabe, el kirchnerismo es una rara amalgama de ideologización y pragmatismo. Su inconmovible estalinismo, sayo que le colgó durante la primera guerra con el campo José Manuel De la Sota, sufre de vez en cuando ciertas intermitencias. Es que el dogma, como tantas veces se dijo, es marxista de Groucho: las ideas pueden adaptarse de acuerdo con los cambios del estimado inestable público o si eventualmente se hace necesario atender la ciclotimia de los despreciables, hediondos mercados.

Investido ahora con la representación de una Fundación Mediterránea deseosa de promocionar su ecumenismo, Melconian seguramente no halló buenas razones para excluir a Cristina Kirchner de la ronda de gobernantes y potenciales gobernantes con los que tenía y tiene diálogo. ¿Debìa decir que a ella no la tendría en cuenta porque el pero-kirchnerismo en realidad tiene pocas chances de seguir en 2023-27? ¿Que en la lejana hipótesis de que continúe en el poder igual este plan no le va a calzar?

Delante de los factores de poder, el espectro completo de interlocutores -que pocos consiguen- sube el prestigio de cualquier predicador. Melconian se cansó de explicar sus razones en los medios después de que su encuentro con la vicepresidenta generara críticas de variado tenor, la mayoría procedentes de la vereda propia. Lo hizo con más destreza política y locuacidad de la que habría tenido en su lugar cualquier otro economista, si bien no pudo evitar incurrir en una curiosa contradicción. Si él dice en privado exactamente las mismas cosas que dice en público, como argumentó cuando se concentró en neutralizar la maledicencia referida a una supuesta claudicación en sus convicciones, ¿para qué estuvo tres horas con la vicepresidenta? ¿Ella no mira televisión? ¿Cómo se explica el interés de Cristina Kirchner de gastar tres horas de su valioso tiempo para escuchar lo mismo que su interlocutor dice siempre en todos lados?

Tal vez esa fue la rendija por donde se colaron más suspicacias, agraciadas por los antecedentes de Cristina Kirchner, quien en la tribuna lleva años explicando -y mandando decir- que todo, todo lo malo que sucede en la Tierra, es por culpa de Macri. Es cierto, Melconian no es un macrista disciplinado sino un crítico parcial de la política económica del gobierno anterior, del que formó parte, pero cuanto menos se ocupó de dejar claro que después del escándalo de su entrevista lo llamó un amigo suyo: Macri.

A primera vista resulta extraño que a la vicepresidenta le interese cambiar ideas (una expresión incluso ajena a su léxico), mucho menos con interlocutores antagónicos, sobre todo horas después de haber brindado otra de sus clases magistrales de economía para explicarle en público al Presidente lo que tiene que hacer. Desde luego, si se hubiera reunido con Melconian horas antes del discurso de Avellaneda, de 8140 palabras, y no horas después, otro habría sido el cantar. Ahí sí Melconian habría tenido que dar explicaciones acerca de sus dotes pedagógicas.

El Instituto Patria enseguida hizo trascender que ella está hablando con más “distintos”, pero si así fuera no se terminó de explicar por qué lo hace. Una hipótesis sería que le vino un arrebato de pluralismo. Tal vez habría que descartarla. Otra, que no sabe cómo salir del entuerto en el que colocó al país a partir de la reposición del virreinato. No es lo que dice en sus discursos: si algo quiere mostrar cuando habla es que sí sabe. Sabe todo.

Pero hay otro tema al analizar las tres horas de conversación de Cristina Kirchner y Melconian y es el hecho de que éste no es sólo un economista sino también un político. Él mismo contó el análisis que le hizo a la vicepresidenta para fundamentar la idea de que al gobierno actual sólo le queda administrar la sobrevivencia.

Aun así, aunque no se haya tratado de un técnico de una fundación que fue a exponer cursos de acción para resolver problemas específicos de la economía, no parece razonable enojarse en plena democracia con quien tuvo una desacostumbrada conversación con una autoridad del Estado. Lo que está fuera de lugar es que esa autoridad haya hecho política durante años predicando e imponiendo la confrontación, organizando la vida política como una guerra. Que se queden tranquilos los críticos de la oposición: riesgo de que le haya adelantado mágicas fórmulas salvadoras no parece existir.

© La Nación

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