martes, 14 de junio de 2022

Argentina, la nave fantasma

 El Holandés Errante. En el barco, capitán y primera oficial están enfrentados.

Por Sergio Sinay (*)

Suena repetido comparar a la Argentina con el Titanic en su última y trágica noche, con sus pasajeros bailando mientras el buque enfilaba hacia el iceberg que lo hundiría. Pero inevitablemente las imágenes de barcos a la deriva se repiten al hablar del país. Hubo muchas naves en esas condiciones a lo largo de la historia y varias de ellas alientan la metáfora.

Por ejemplo, el Mary Celeste, bergantín que zarpó desde Nueva York a Italia el 5 de noviembre de 1872 con un valioso cargamento de alcohol industrial. Un mes después fue hallado navegando a la deriva frente a las Azores, sin rastros de su tripulación (el capitán, su esposa, su pequeña hija y siete experimentados marineros). Todo se veía en orden e incluso la mesa estaba servida. Nada faltaba, no había huellas de violencia y jamás se supo qué pasó. De los tripulantes nunca hubo rastros. En el cuaderno de bitácora la última anotación era intrascendente y estaba fechada el 24 de noviembre. El barco volvió a la actividad, pero se hundió 12 años después y recién fue encontrado en 2002, cerca de Haití.

Otro caso clásico es el de la nave neerlandesa El Holandés Errante. Entre los muchos misterios marítimos que se cuentan posiblemente se trate del que mejor remite a la travesía argentina. Partió de Ámsterdam hacia Batavia, colonia ubicada en las Indias Orientales. A la altura del Cabo de Buena Esperanza enfrentó una tremenda tormenta. El capitán, Hendrick Van der Decken, decidió seguir adelante. El primer oficial se opuso. El capitán lo mató y continuó la travesía. Se dice que había pactado con el diablo para obtener protección. La cláusula oculta del contrato fue que el barco jamás volvería a tocar un puerto. Se hundió en medio del vendaval, toda la tripulación murió y hasta hoy no cesan de aparecer pescadores y marineros que juran haberlo visto navegando.

Si se piensa a la Argentina como un barco, bien puede sumarse al nutrido catálogo de leyendas oceánicas. Como en El Holandés Errante también aquí capitán y primera oficial están enfrentados en una lucha terminal, solo que con los papeles invertidos. Es la segunda de a bordo quien actúa como comandante y parece dispuesta a eliminar al capitán que ella misma (cosa insólita en la historia de la política y de la navegación) designó, en una de sus habituales elecciones desafortunadas. El supuesto conductor de la nave extravió hace tiempo la hoja de navegación (o acaso nunca la tuvo) y en el afán de salvar su propia vida va arrojando tripulantes por la borda, en especial aquellos que le son más fieles y de quienes se dice amigo o hermano. En algún momento, descubierto en una grosera transgresión del protocolo de la nave, llegó a empujar hacia la borda a su propia mujer, culpándola de la falta que él mismo había protagonizado (una fiesta a bordo). Mientras continúa la riña en el puente de mando, los tripulantes sienten que penden de un hilo, de un tuit, de un cambio de humor, y que están absolutamente indefensos ante cualquier revés. Ni al capitán ni a la primera oficial parecen importarle en lo más mínimo el destino de la nave. Cada uno a su manera trata de salvar la propia ropa (amenazada por juicios de corrupción en un caso o por el final indigno de una patética comandancia en el otro). Mientras tanto el barco se interna en el corazón del vendaval, en plena oscuridad, con vientos en contra y sin un faro orientador, el que podría estar representado por una visión de porvenir capaz de movilizar al pasaje y hacerlo partícipe del rescate de la nave. Ese pasaje (47 millones de personas) así como la valiosa carga (riquezas naturales, potencial productivo y capacidad humana) son presas de la deriva, el desaliento cunde y se cierne la ominosa certeza de que, ante la inminencia del naufragio, no hay botes ni salvavidas para todos.

Como ocurrió con el Mary Celeste, El Holandés Errante, u otros, como el Octavius (1775), el Lady Lovibond (1748), el SS Valencia (1906), además de tantos más, la Argentina parece navegar hacia un destino de barco fantasma. Aunque sin misterios. Se sabe quiénes y por qué son culpables de su naufragio.

(*) Escritor y periodista

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