viernes, 10 de septiembre de 2021

Una apuesta a mantener la grieta para evitar fugas


Por Claudio Jacquelin

Los otros son peores y eso nos hace mejores. En ese enunciado puede resumirse el contenido de los cierres de campaña de las dos coaliciones hasta ahora mayoritariasComo si nada hubiera cambiado. Como si, otra vez, se estuviera en la antesala de una elección general y no de unas primarias.

La antinomia cristaliza, consolida. De eso se trata y eso explica el tono y el fondo de los principales actos, que se hicieron en la provincia de Buenos Aires, aunque con pretensiones de nacionalización. Discursos para los propios, destinados a evitar fugas de votos. Ellos y nosotros. La política agonal sigue vigente para los dirigentes, aunque la sociedad muestre hartazgo, enojo, frustración y desesperanza. Aunque el pueblo versus la república sea para muchos apenas algo más que un eslogan. O, en el mejor de los casos, significantes vacíos que cada uno llena con sus creencias.

Sin embargo, demasiadas cosas ya cambiaron desde el momento en que la antinomia del siglo XXI dividió la política nacional. Es más, se habían modificado antes de la pandemia que cambió el mundo. Un elemento distintivo de lo que cambió es que los dos polos ya gobernaron y ambos ya se alternaron en la gestión (o perdieron elecciones), como suele señalar el consultor Pablo Knopoff. Motivo suficiente para arrojarse piedras desde cada lado de la vereda y evitar que alguien ocupe el centro de la calle.

La incertidumbre atraviesa a las principales coaliciones y provoca temores paralizantes. Por eso, prefieren pescar en la pecera, sin certezas de qué es lo queda de una pecera rota y reparada demasiadas veces.

Como los instrumentos de medición quedaron obsoletos, mejor no arriesgar. Es lo que hicieron los principales oradores del Frente de Todos, que se unificaron bajo la consigna “Dos modelos de país”, más precisa y diferenciadora que la ambigua “La vida que queremos”.

También optaron por jugar sobre seguro dirigentes y precandidatos de Juntos, en sus diferentes vertientes, aunque tengan competencia interna. Apenas Facundo Manes, en su rol de challenger, arriesgó un poco más, obligado a buscar incorporaciones, pero sin romper el frágil continente que lo alberga, al que más de una vez golpeó, menos por cálculo que por emoción. Motivo de angustia de sus asesores, que temen que los deslices pasionales resten en vez de sumar a la hora de las urnas. Se lo dijeron al finalizar su última aparición televisiva.

En los principales actos, los interpelados fueron los propios de cada espacio y los que sienten espanto por los otros. Lo explicitó el Presidente cuando reclamó votar las listas oficialistas: “A los que nos votaron y ahora dudan”. En ese registro sobresale siempre Cristina Kirchner, sin competencia en el protagonismo, con su retórica inflamada, su manejo a gusto de la historia, su intacto dominio de la escena, su liderazgo interno indiscutible e indiscutido y su capacidad para condenar y absolver con sus propios códigos. Todo lo que exalta a sus fieles espanta a sus críticos y quema a los tibios. Ella marca el tono y define los ejes temáticos.

Otra vez los medios de comunicación, los empresarios y la Justicia junto al macrismo fueron los otros, los malos. Como indica el rito cristinista y como mandan las preocupaciones de la jefa, que su criatura presidencial sigue sin resolverle.

Fernández debió reconocer su fracaso en esa materia, al reclamar (en el cierre de campaña primaria legislativa, vale destacarlo) el juicio a magistrados por fallos que no son de su agrado. Se refería a un caso en el que se mantuvo el procesamiento de Cristina Kirchner y se sobreseyó a empresarios. Si no fuera reiterado sería curioso que siga recordando que es profesor de Derecho. Los jueces no pueden ser enjuiciados por sus sentencias, sino por la comisión de algún delito o irregularidad en los procesos. Detalles académicos.

Por eso Fernández se ajustó al dogma que abrazó desde que volvió a la casa materna después de casi una década en la orilla de los otros. Hace tres años que no deja de dar muestras de su conversión, aunque a veces ensaya alguna diferenciación frente al espejo. Pero el espejo tiene dueña. Lo dijo hace un año y ayer lo representó: “Cristina y yo somos lo mismo”. A ella, la asimilación parece hacerle ruido. La relación es y será siempre asimétrica.

Aunque parezca paradójico, tanto Fernández como Cristina Kirchner, al igual que Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli y Facundo Manes, concluyeron sus alocuciones con llamados a superar la grieta, a buscar consensos, después de arrojarse mutuamente todo tipo de acusaciones. No hay contradicción ni es solo una forma de disimular la búsqueda de nuevas hegemonías, un propósito que el kirchnerismo, sobre todo, jamás oculta y sigue siendo su leitmotiv.

Los llamados a acuerdos implican reconocer debilidades, incapacidad de imponerse, temor a que los bordes se contraigan y que su conjunto sea más chico. Un riesgo demasiado grande para el Gobierno.

A Fernández le queda por delante la segunda mitad del mandato, y nada indica que será más fácil, aunque la pandemia parezca cerca de estar bajo control. Para los problemas estructurales de la Argentina no se ha descubierto una vacuna eficaz ni estamos inmunizados.

Por eso, Cristina Kirchner dice que el partido que empezó el 10 de diciembre de 2019 no se pudo jugar. Por eso Fernández insiste en que solo pudo gobernar 99 días con normalidad. Sueña con la renovación del plazo de 100 días de luna de miel, aunque para muchos ya se haya perdido el arrebato pasional que absuelve defectos y defecciones. Esta elección no puede ser un plebiscito de la gestión porque no hay gestión que plebiscitar. Ese es el mensaje. “Lo que hay que plebiscitar es lo que somos y lo que fuimos”. Ese es el metamensaje. Un acto de fe. Demasiado puesto en juego. En el teatro de las campañas electorales, no puede faltar el drama.

Nada de eso impidió que, aunque fuese en los márgenes de los discursos, se procurara reivindicar algunas políticas públicas o decisiones de gobierno. Expresión de que hay conciencia del malestar social que existe ante las crecientes necesidades insatisfechas, transversales a toda la sociedad.

En el manejo de las sombras chinescas, la proyección buscó recortar la historia para que reluciera algún logro y se opacaran muchos errores. Consecuencia de la singularidad de que en las coaliciones mayoritarias todos tienen un pasado y que en ese pasado (reciente o remoto) los pesares argentinos no se solucionaron, sino que se agravaron. Los que encabezan fracciones nuevas de esos espacio llevan en sus listas dirigentes con historia. Mejor que miren afuera o enfrente.

Abstención y voto en blanco

También quedó expuesto en los cierres que el temor al rechazo convive con el medio a la abstención. En el caso de las fuerzas menores es una obviedad. Si los que dudan de ir lo hacen por desencanto resulta lógico suponer que podrían inclinarse por sus candidatos. Para las fuerzas más consolidadas, la preocupación radica en la deslegitimación que trasuntaría una baja participación, sobre todo para el oficialismo. También podría propiciar una mayor fragmentación política. Abundan los casos en el vecindario regional.

Otro tanto inquieta en esta instancia el voto en blanco, ya que, a diferencia de lo que ocurre en las generales, se cuenta como voto válido e impacta en la distribución porcentual. Para los menos votados puede significar que no alcancen el piso del 1,5% que debe superarse para poder participar de la elección general. Para los más votados implica una reducción de ese porcentaje que todos miran para medir la fortaleza de cada uno y que crea climas de opinión capaces de influir en la decisión de noviembre.

La extrema polarización por la que siguen optando el oficialismo y la coalición cambiemita implica un enorme desafío tanto como una gran oportunidad para las terceras fuerzas, que aspiran a tener representación en el Congreso y, también, a construir un camino que las tenga como jugadoras de algún peso en 2023.

Las primarias arrojarán así indicios claros para saber si después de tantos cambios sufridos por la sociedad algo se está modificando en la dimensión de la representación política.

En buena medida se trata de un ensayo general, pero tendrá consecuencias para todos, como si fuera un estreno. De los resultados dependerá quién se mantiene en cartel en noviembre y si hay cambios en los elencos y en las estrategias para mejorar la performance dentro de dos meses. Después del domingo pueden pasar muchas cosas. Dentro y fuera del Gobierno.

© La Nación

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