lunes, 6 de septiembre de 2021

Jolgorio en el manicomio oficial

 Por James Neilson

Hace un par de meses, los kirchneristas aún confiaban en ganar las PASO primero y las elecciones auténticas después por un margen respetable, uno que sería lo bastante amplio como para permitirles continuar remodelando la Argentina a su imagen y semejanza. Creían que el grueso de la gente del conurbano bonaerense y del norte paupérrimo entendería que Alberto Fernández y los demás eran víctimas de una combinación tóxica de macrismo y una pandemia despiadada y que sería muy pero muy injusto culparlos por el estado desastroso del país. Pero entonces algo cambió. 

Aunque nadie, ni siquiera los responsables de confeccionarlas, toma demasiado en serio lo que dicen las encuestas de opinión, asustaron a los fieles a Cristina Kirchner las que de un modo u otro insinuaban que el oficialismo podría sufrir una derrota parecida a la que, por un rato, dejó comatosos a Mauricio Macri y sus colaboradores en agosto de 2019. Huelga decir que el revés apabullante del oficialismo en las elecciones que el domingo pasado se celebraron en Corrientes no contribuyó a restaurar el clima de optimismo que había prevalecido antes de que, para alarma de la supuestamente todopoderosa vicepresidenta, Alberto empezara a cometer un error garrafal tras otro.

También habrá de preocuparlos el renovado interés de la Cámara Federal en los vacunatorios VIP que, lo mismo que aquella fiesta que se organizó en la residencia presidencial de Olivos, llamó la atención de la ciudadanía rasa a la hipocresía de un gobierno que se ufanaba de su sentir popular. Con razón o sin ella, casi todos dan por descontado que miembros de la familia judicial suelen ser los primeros en adaptarse a los cambios del clima político.

¿Sienten miedo los kirchneristas por lo que está sucediendo? Parecería que sí. Será por tal motivo que algunos, desde el presidente de jure hasta los humildes militantes de a pie, están comportándose de manera tan extraña. La conducta de aquella docente platense que disfrutó de un momento de fama luego de reaccionar con furia incontrolable al enterarse de que un alumno suyo no comulgaba con el peronismo era un síntoma del estado de ánimo que se ha apoderado de la grey oficialista, de ahí la voluntad de reivindicarla de Alberto. Además de compartir el rencor que manifestaba la profesora que, para sorpresa de algunos, no resultaba ser una actriz cómica contratada por macristas para poner en ridículo a los militantes K sino una fanática genuina de la causa, Alberto se ha habituado a maltratar a todos aquellos que se atreven a criticarlo, calificándolos de “miserables”, “idiotas” y muchas cosas más. De acuerdo común, el aval presidencial a la maestra caricaturesca era aún más grave que lo que ocurrió en el aula de la Escuela Técnica N°2 María Eva Duarte de Ciudad Evita en el reducto kirchnerista de La Matanza.

Mientras tanto, la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, nos aseguró que es terriblemente aburrido vivir en paz como hacen los pobres suizos, que a diferencia de los argentinos no temen ser asesinados por ladrones armados toda vez que abren la puerta blindada de su casa; como decía Benito Mussolini, hay que “vivere pericolosamente”. Y para que la gente se divierta más, la precandidata a diputada nacional Victoria Tolosa Paz quiere liderar una nueva línea interna peronista “hot”; con palabras que en otros tiempos la mayoría hubiera considerado groseras, habla de los beneficios eróticos que, según ella, han estado entre los aportes principales del movimiento a la vida del país. Según parece, espera seducir así a los adolescentes que se sienten abandonados a su suerte por quienes aún viven en los años setenta del siglo pasado.

¿Es éste el futuro que les ofrecen los soldados de Cristina? ¿Quieren la docente matancera, la antropóloga a cargo de la seguridad y la rubia platense que la Argentina sea un campo de batalla violento en que los jóvenes encuentren en el sexo un buen sustituto por un puesto de trabajo o una educación que les permita abrirse camino en la vida? Puede que no, que los resueltos a aferrarse al poder por vaya a saber cuántas décadas más tengan en mente algo menos heterodoxo, o acaso sea que los kirchneristas no tienen la menor idea de lo que harían si, para su propio alivio y perplejidad de la oposición, después de gastar toda la plata disponible lograran superar indemne las PASO y seguir dominando el Congreso.

Sea como fuere, a juzgar por la forma en que están comportándose en vísperas de la gran encuesta nacional los jefes kirchneristas, estamos ante un caso extremo de bancarrota intelectual. Es como si quisieran recordarnos que no les interesa nada más que conservar el poder que el electorado les devolvió hace un par de años sin que se les ocurra más argumentos para justificar su postura que los resumidos por su grito de guerra favorito: “¡Macri!”. Somos malos, malísimos, mascullan, pero los del otro lado de la grieta son todavía peores.

Por desgracia, los kirchneristas no son los únicos políticos que se sienten desconcertados por la situación en que se encuentran. Tampoco está resultando fácil para los demás integrantes de la clase política nacional, para no hablar del resto de la población, adaptarse a la nueva realidad.

Aunque es de suponer que, con la excepción de los congénitamente irresponsables, los políticos profesionales saben que resignarse a la decadencia permanente con la esperanza de que otros sufran las consecuencias no es una alternativa aceptable, por razones comprensibles los más son reacios a pensar en lo que sería necesario hacer para que la Argentina finalmente se pusiera de pie, como hicieron otros países, entre ellos Italia, España, el Japón y Corea del Sur, en circunstancias que eran mucho más crueles que las imperantes aquí. Por ahora cuando menos, los pocos que están dispuestos a enfrentar los problemas estructurales del país carecen del apoyo que necesitarían para aplicar las medidas draconianas que recomiendan.

¿A qué se debe la depauperación de la Argentina? En buena medida, a la acumulación progresiva -y en cierto modo progresista- de derechos adquiridos por parte de distintos grupos corporativistas hasta que financiarlos excedió la capacidad del llamado aparato productivo y, andando el tiempo, la de endeudarse del gobierno de turno. Para asegurarse el apoyo electoral que necesitarían para gobernar, políticos de todas las diversas facciones, incluyendo a los del partido militar, se sintieron obligados a jurar que respetarían tales derechos adquiridos o, como los kirchneristas en la campaña electoral de 2019, que los aumentaría para que más sectores organizados llegaran a depender de la benevolencia oficial, lo que los hizo desafiar la matemática en nombre de la guerra santa que dicen estar librando contra “el neoliberalismo”.

Los frutos de tales esfuerzos por mantener funcionando un modelo socioeconómico intrínsecamente disfuncional están a la vista; la miseria, agravada día tras día por la inflación, sigue cobrando más víctimas, y aquellos empresarios que todavía cuentan con recursos, además de una multitud de jóvenes que creen estar en condiciones de empezar una nueva vida en el exterior, están tratando de salir del país por los medios que fueran, privándolo así de lo que necesitaría para recuperarse. Para algunos políticos, el “pobrismo” puede ser una opción viable, pero se trata de una que sólo atrae a cínicos que no vacilan en intentar sacar provecho personal de los millones de tragedias ajenas que ellos mismos siguen provocando.

En un esfuerzo por convencer al electorado de que sí son capaces de formular propuestas concretas, los estrategas de Juntos por el Cambio acaban de difundir una lista de compromisos. Para sorpresa de nadie, no son más que vaguedades bien intencionadas. Es fácil afirmar que es necesario bajar la inflación para que la economía pueda crecer, pero en campaña no lo es del todo defender las medidas drásticas que un gobierno tendría que tomar para frenarla. Asimismo, aseverarse resueltos a instalar un modelo que “esté al servicio de todos”, que no sufra “crisis recurrentes”, que incorpore las nuevas tecnologías y así por el estilo es claramente positivo, pero lo sería aún más que nos dijeran exactamente lo que haría una hipotética administración no kirchnerista para lograr lo que tienen en mente los deseosos de hacer pensar que la oposición cuente con un plan realista.

Para diferenciarse del gobierno actual, los dirigentes de Juntos por el Cambio suelen dar a entender que lo que más importa es “el rumbo”, por lo que quieren decir que al país le convendría mucho más elegir el camino que ya han transitado las democracias ricas que perder el tiempo fantaseando con lo revolucionario que sería acompañar a Venezuela y Cuba en su viaje hacia la ruina. Si bien en el mundo actual hay una alternativa a la democracia liberal que conforme a los números disponibles ha sido muy exitosa, se trata de la sumamente autoritaria variante china del capitalismo de amigos que, en el fondo, es mucho más “derechista” que cualquier esquema occidental. Así y todo, no extrañaría que los kirchneristas intentaran acoplarse al gigante asiático, aunque sólo fuera porque a sus ojos representa un modelo que es radicalmente distinto de los que quisieran replicar aquí sus adversarios locales.

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