sábado, 7 de agosto de 2021

Una historia de Europa (VIII)

 Por Arturo Pérez-Reverte

Entra ahora en escena un pueblo que dejó su impronta en las orillas del Mediterráneo y configuró buena parte del escenario de la Europa antigua: marinos, viajeros, comerciantes más listos que los ratones colorados, con una cultura puesta al servicio de lo práctico, esos hombres fueron llamados phoínikes por los griegos y de ahí se les quedó el nombre de fenicios con que los conocemos hoy, aunque ignoremos el origen de esa palabra (que significaba rojos, tal vez por el color cobrizo de su piel o las telas púrpura con que comerciaban) e incluso cómo se llamaban a sí mismos. 

Encajonados entre el mar y las montañas del actual Líbano, eligieron el mar como camino; y en torno al siglo XI antes de Cristo empezaron a expandirse a partir de dos ciudades, Tiro y Sidón. Lo hicieron desarrollando técnicas de navegación muy avanzadas para la época y siguiendo el camino de los antiguos Pueblos del Mar. Intermediarios entre Oriente y las poblaciones mediterráneas, los fenicios conocían las rutas comerciales como la palma de su mano. Primero negociaron con Mesopotamia, Egipto y las islas y costas del Egeo y luego fueron aventurándose al Oeste para traficar entre otras cosas con cerámica, tejidos, esclavos y metales (importantísimos entonces, incluida la plata de lo que más tarde se llamaría Iberia), pero su intención de colonizar era mínima. Lo que al principio les importaba eran puertos abrigados donde fondear sus naves y estar en contacto con las poblaciones del interior para calzársela doblada a los indígenas, sacándoles cuanto podían. Eran más asentamientos costeros y factorías comerciales que otra cosa. Sólo en una última etapa, a partir del siglo VIII antes de Cristo, estos lugares se fueron convirtiendo en ciudades como Dios manda; en colonización propiamente dicha. Y ahí podemos señalar una curiosidad: mientras las ciudades griegas, las apoikíai o polis que por entonces también se iban formando muy desparramadas, iban cada una a su propio rollo, de forma independiente unas de otras, las colonias fenicias, sobre todo al principio, mantuvieron lazos con sus metrópolis originales. No se conserva memoria de ningún rey de colonia fenicia, pero sí de gobernadores y pago de tributos, lo que prueba que esos lugares no rompieron los vínculos políticos ni afectivos con la lejana patria. De todos ellos, el más famoso y que más cola iba a traer para la historia de Europa fue uno situado en el actual golfo de Túnez; un lugar cuyo nombre se escribía Krt’hdst porque el alfabeto fenicio no tenía vocales, que siglos más tarde tendría una importancia decisiva bajo el nombre de Cartago (Aníbal, los romanos y todo eso). Pero de tal asunto, que iba a dar mucho que hablar y que matar, hablaremos cuando toque. También se calcula el primer asentamiento en Cádiz, que ellos llamaron Gd’r, hacia el siglo XI o el X. El caso es que ocho siglos antes de que naciera Jesucristo los fenicios competían con los griegos paseando sus velas por las costas de España, Sicilia y Cerdeña, asomándose incluso, aunque tímidamente, a las Columnas de Hércules y el Atlántico (se dice que llegaron hasta las Azores, que ya es echarle huevos marineros en aquella época de mares incógnitos). En esa trama de puertos y colonias jugaron un papel importante los templos religiosos, que eran también una especie de depósitos o bibliotecas donde los navegantes podían encontrar información disponible para su oficio: portulanos, derroteros y cosas así. Así que cuando los marineros fenicios llegaban a uno de esos puertos, lo primero que hacían después de irse de putas y agarrar una cogorza era acudir a los templos para informarse y preparar el siguiente viaje. Y otro detalle curioso: si con el tiempo la lengua de Homero acabó siendo el idioma culto de la antigüedad mediterránea, lo cierto es que Grecia siempre admitió el origen fenicio de su alfabeto. Aún lejos del uso literario de la escritura, pero necesitados de documentos comerciales y demás papeleo, los phoínikes habían recurrido al alfabeto mesopotámico para crear el suyo. Así que los griegos, al comprobar lo bien que con él se manejaban sus competidores comerciales, decidieron adaptarlo a su lengua, introdujeron vocales para aclararse un poco más y crearon su propio alfabeto, al que llamaron phoinikeia grammata. Es nada menos que Heródoto, el primer gran historiador de la Antigüedad, quien lo cuenta: Hay que destacar el alfabeto, porque hasta aquel momento los griegos no disponían de él. Griegos de origen jonio adoptaron las letras del alfabeto que los fenicios les habían enseñado, introduciendo en ellas pequeños cambios y conviniendo en darle, como es de justicia, el nombre de ‘caracteres fenicios’.

[Continuará]

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