jueves, 29 de abril de 2021

Código binario

 Por Carmen Posadas

El mundo infantil es por definición binario: niñas-niños, bueno-malo, alto-bajo, tontos-listos, bonito-feo. Cuando uno está aprendiendo cómo es la vida, las simplificaciones son útiles y ayudan al niño a construir su propio imaginario, también su escala de valores y su percepción de las cosas. Pero poco a poco, y a medida que crece, empieza a descubrir que muchos de estos parámetros que le hacían más comprensible su entorno tienen variables.

Cierto que algunos continúan en ese sistema binario, pero en lo que concierne a otros varios, sobre todo en lo que se refiere a los gustos, los afectos y las afinidades, ya no se trata de elegir entre Pepsi o Coca, entre playa o montaña, helado de chocolate o de vainilla, mi amigo Luis o mi amigo Pepe, papá o mamá, las opciones son múltiples y no hay por qué ser reduccionista. Es parte del proceso de maduración y cuanto más inteligente sea el niño, más matices, colores y contrastes le encontrará a la vida. Solo los muy pequeños y las personas cerriles o fanáticas siguen viendo la vida en código binario. El resto aprendemos que todo depende del momento, del lugar, de las circunstancias; sabemos que lo que hoy es cierto quizá mañana no lo sea tanto y que empecinarse en una visión equis de las cosas es no disfrutar de otras muchas facetas. Al menos así era hasta ahora. Hasta hace un par de años cuando, para estupor de muchos entre los que me encuentro, el mundo empezó a volverse cada vez más binario y angosto. Yo no sé qué fue primero, si el huevo o la gallina, pero el fenómeno coincide en el tiempo con la irrupción en las sociedades avanzadas de personajes políticos tan binarios como inquietantes. Gentes que han hecho de esa percepción en blanco y negro de la vida su mejor herramienta política. Personajes que saben no solo que «divide y vencerás» es un lema imbatible. También conocen las ventajas de apelar a los instintos más bajos del ser humano. Y, por supuesto, también de fomentar al máximo la polarización. El método no es nuevo, obviamente, sino viejo como el mundo. Solo por citar un par de ejemplos del siglo pasado, virtuosos de este sistema fueron Hitler y Stalin, con los resultados que todos conocemos. Aquí, en España, tenemos también maestros en el género. Para mí el campeón, con diferencia, es Pedro Sánchez. Hay que reconocer que se requiere talento para hacernos creer, por ejemplo, que España está llena de franquistas, de modo que las opciones son: «O yo –léase Sánchez– o el fascismo». Claro que su método ha hecho escuela, por lo que en el Partido Popular también han acuñado su propio eslogan binario: «Comunismo o libertad». Unos y otros nos deben de haber visto cara de tontos. O, peor aún, nos toman por niños de pecho a los que se puede manipular fomentando una cada vez más evidente confrontación. ¿Quién, con dos dedos de frente, me pregunto yo, puede tragarse que nos encontramos en la misma encrucijada que ochenta años atrás en la Europa de entreguerras, fascismo versus comunismo? La comparación es grotesca y, sin embargo, es la que nos intentan vender. Yo me resisto a creer que la acabemos comprando. A mi juicio, la sociedad es mucho más pensante y madura de lo que ellos suponen. Quiero creer que no se van a salir con la suya logrando que se produzca una fractura social. Por muchos gurús Redondo que tengan. Por muchos Echenique bolcheviques incitando a reventar actos políticos de otros partidos. No somos niños. No somos imbéciles, y lo único que unos y otros consiguen agitando el avispero es desprestigiarse. Todos.

Lo que personalmente más lamento de este mundo hiperpolarizado en el que nos quieren hacer vivir es la pérdida de la mesura, de la centralidad. No todo se reduce a buenos-malos, míos-tuyos, blanco-negro. La vida es mucho más rica, madura y llena de matices. Son solo ellos los que intentan convertirla en un estúpido (y muy peligroso) código binario.

© XLSemanal

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