domingo, 28 de marzo de 2021

Sinceramente Macri

 Por Gustavo González

Sin Cristina Kirchner, Mauricio Macri no hubiera llegado a ser presidente. Macri fue el emergente del hastío de un amplio sector de la sociedad frente a doce años de kirchnerismo, una necesidad de remanso ante el relato sobrecargado de sus líderes, el regreso a cierta posmodernidad para descansar del ideologismo setentista, la recuperación de un aspiracional social de integración al desarrollo capitalista mundial.

El vacío de Macri se llenó de esas necesidades de época, y él las espejó bien. Su falta de historia partidaria y de relato historiográfico, su ausencia de otra narrativa política que no fuera la de la supuesta eficiencia de gestión, su aversión a los dirigentes y partidos tradicionales y su filosofía new age para encarar su vida y sus creencias místicas fueron funcionales a esa necesidad social y lo ubicaron en el lugar indicado para llegar a donde llegó.

Después del resultado de sus cuatro años de gestión, la lógica electoralista indicaría que Macri debería estar retirado, con el consuelo de haber sido el primer presidente no peronista en finalizar su mandato. Así sería si no fuera porque aquella mujer de la que él se convirtió en contrafigura sigue siendo una protagonista central en la que todavía se ve reflejado un porcentaje importante de la población.

Coincidencia. Macri y lo que él representa sobreviven políticamente porque Cristina y lo que ella representa también tienen vida. Que ambos compartan una imagen negativa del 60% se complementa con que existe un 25% que no solo los estima, sino que piensa que son los únicos que siguen siendo capaces de frenar el avance del otro, llámese “neoliberalismo salvaje” o “populismo corrupto”.

Primer tiempo representa el formato libro del mismo contrapunto. Lo reconoció Macri al decir que le gustó meterse “en esta cosa de los libros” como Cristina con Sinceramente y alentado ahora por las buenas ventas de las primeras ediciones. El de ella rondó los 300 mil ejemplares vendidos, el de él ya vendió 100 mil y se estima que llegará a 200 mil.

Como el de la ex presidenta, el de él también intenta fidelizar a su núcleo duro y recomponer vínculos con quienes alguna vez lo eligieron. Quienes trabajaron en el texto lograron que la escritura transmitiera su conocida oralidad: lejos del estilo épico de Cristina, con frases más cortas y reemplazando las alusiones permanentes a Dios de Sinceramente por referencias deportivas y tono de libro de autoayuda.

También como en el de Cristina, el suyo describe el presente como una lucha entre buenos y malos y, al igual que hizo ella con él, ubica a Cristina como la máxima representación del Mal.

La mayor diferencia es que los malos de este libro son los buenos del otro. Salvo un caso en el que coinciden críticamente tanto el libro de Macri como el de la ex presidenta: Jorge Fontevecchia y Perfil. Esa misma incomodidad frente al periodismo independiente de esta editorial es el único momento en el que desaparece la grieta entre ellos.

El papa malo. Macri entiende que Bergoglio era de los buenos hasta que, por motivos que desconoce, se fue acercando al otro bando. Dice no entender qué le pasó y que él lo único que hizo fue aprobar el matrimonio igualitario en Buenos Aires y promover luego el debate sobre el aborto en la Nación, acorde con sus convicciones liberales.

Es el mismo papa que en el libro de Cristina hizo el recorrido inverso y terminó siendo descripto como un milagro para la Argentina, acorde con la mirada más conservadora de su autora, que hasta el año pasado rechazaba la legalización del aborto.

Macri concluye ese capítulo contando lo que le dijo a monseñor Ojea cuando fue a una misa antes de dejar el gobierno y tras sufrir, según él, la persecución de la Iglesia: “Gracias por invitarme. Siempre es bueno estar cerca de Dios. El mismo Dios que espero que les perdone todas las maldades que me han hecho durante estos meses”.

La de un liberalismo clásico es la ideología que trasunta Primer tiempo, una economía abierta e integrada al mundo, con el menor proteccionismo posible, aceptando que en el capitalismo sobreviven solo los más eficientes y reivindicando la necesidad de alcanzar superávit fiscal más allá de cualquier crisis. Todo, en un marco de respeto por las libertades públicas y los derechos individuales.

Sobre las causas de su fracaso, el autor esboza autocríticas módicas, como no haber transmitido mejor la profundidad de la herencia recibida, haber descuidado la relación directa con “la población” y haberles cedido las relaciones con la oposición a funcionarios como Frigerio y Monzó.

Pero para él, la verdad sobre la falta de éxito de su modelo económico fueron los palos en la rueda puestos por ella y sus seguidores.

Así como en su libro Cristina entiende que cualquiera que intente aplicar un modelo como el de Macri está guiado por el deseo de empobrecer al país para enriquecerse junto a sus amigos; en el libro de Macri se transmite que quienes no comparten su ideario son ignorantes, locos o corruptos.

Tercera República. Esta semana se recordó un nuevo aniversario del golpe de 1976. Las secuelas trágicas de esa dictadura fueron tan trascendentes que marcaron un antes y un después en la historia argentina. Hasta que se recuperó en 1983, la democracia no era parte de la normalidad permanente del país. Se trataba de una sucesión siempre endeble de gobiernos de facto o de otros votados en elecciones libres o con proscripciones. A un presidente civil le seguía, indefectiblemente, otro militar.

La llegada de Raúl Alfonsín en 1983 inauguró una segunda República. Quienes añoran los buenos tiempos previos a ese instante (avalados con razón en épocas de crecimiento económico y menores desigualdades) olvidan que institucionalmente la Argentina era una porquería, una no-democracia, un país signado por la violencia armada.

El Nunca Más marcó un momento de no retorno y, desde entonces, todo lo malo o bueno que haga un gobierno se vota en la siguiente elección.

Los próximos comicios presidenciales tendrán lugar 40 años después de la recuperación democrática. Cuatro décadas en las que hubo un principio de resolución de aquellos conflictos previos, con el Juicio a las Juntas; y réplicas de viejas heridas. La principal es el choque peronismo-antiperonismo que, con picos y mesetas, aún se mantiene.

Puede que para 2023 los argentinos estemos lo suficientemente maduros para inaugurar una nueva época, una tercera República que rescate lo mejor de la segunda y logre suavizar definitivamente las diferencias políticas.

Un país que no se divida entre el Bien y el Mal, sino entre gobiernos con distintos modelos económicos que acuerden políticas de Estado y no representen un giro permanente de 180°.

Y una sociedad que pueda entender a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri como parte de una transición de cuatro décadas entre la Argentina predemocrática y un país maduro en el que quien piense distinto sea, simplemente, alguien que piense distinto.

© Perfil.com

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