miércoles, 3 de marzo de 2021

La "cosa nostra" de la política argentina

 Por James Neilson

Por ser la política una de las muy pocas actividades que han logrado mantenerse casi inmunes a las consecuencias de las décadas de caída económica que ha sufrido el país, muchos integrantes de la cofradía que se ha formado propenden a estar más interesados en las oportunidades que les brinda para conseguir ingresos seguros y jubilaciones envidiables, entregar cargos a los familiares o amigos a cambio de lealtad y disfrutar de otros privilegios que en cualquier otro tema.

Es por lo tanto lógico que ha continuado aumentando la cantidad de personas que, de un modo u otro, han hecho de la militancia su ocupación principal.

Puesto que para tales personajes la corporación política es una asociación de ayuda mutua, no sorprende del todo que, frente a la escasez de vacunas contra el coronavirus y la lucha por conseguirlas, se les haya ocurrido declararse de “importancia estratégica”, los más “esenciales” de todos y todas, para entonces crear “vacunatorios VIP”, de los que el más célebre ha sido el administrado hasta hace poco por el ya ex ministro de Salud, Ginés González García o, según él, por su secretaría privada. Por tratarse de auténticos especialistas en protegerse de los desastres que afectan a los demás, siempre fue de prever que muchos políticos se las arreglarían para estar entre los primeros vacunados. Para justificarlo, dicen que les corresponde dar un buen ejemplo a la gente común.

Pues bien: al hablar en público de las ventajas que le supuso ser “amigo” de Ginés, el gurú kirchnerista Horacio Verbitsky -por contar con 79 años, no hubiera tenido que esperar mucho tiempo antes de recibir una vacunación que podría calificarse de legítima- desató una tormenta que dejó tambaleante a Alberto y, según algunos, complació a Cristina que tiene los ojos puestos en todo lo vinculado con la salud y quisiera que la manejaran personajes de su propio entorno. Sea como fuere, más escandaloso aún fue el caso protagonizado por militantes jóvenes de La Cámpora que, por su edad, no corrían ningún riesgo, pero que así y todo lograron vacunarse, lo que hicieron con orgullo manifiesto, de tal modo privando a ancianos, enfermos y personal médico de algo que podría prolongar su vida.

Habrá sido su forma de recordarles a los tentados a afiliarse que militar, o sea, pertenecer a lo que los españoles llaman “la casta” tiene sus privilegios, pero al actuar así enviaron un mensaje nada reconfortante a millones de otros. A juicio de una parte sustancial de la sociedad, La Cámpora siempre ha representado lo peor del kirchnerismo, razón por la que a sus comandantes no les conviene del todo hacer alarde de su capacidad para apropiarse no sólo de cajas repletas de plata que pueden repartir a piacere sino también de vacunas que para muchas personas podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. Para los dirigentes opositores, la indignación ocasionada por la voluntad de políticos, sindicalistas e intelectuales amigos de facciones de la coalición gobernante de ponerse primeros en la cola ha servido para llamar la atención, una vez más, a la corrupción K. Si bien tienen que proceder con cuidado porque es más que probable que algunos integrantes eminentes de Juntos por el Cambio hayan aprovechado la proliferación de vacunatorios VIP para defenderse contra el virus mortífero, no pueden pasar por alto una nueva oportunidad para señalar que lo que más los diferencia del gobierno peronista no es su eventual adhesión a un ideario económico distinto, ya que en el fondo los planteos de Martín Guzmán se asemejan bastante a los reivindicados por los macristas, sino su propia negativa a tomar por algo meramente anecdótico el desprecio por la ley de los acusados, en base a una cantidad impresionante de pruebas, de saquear sistemáticamente al país.

No es cuestión de un detalle menor. Los políticos corruptos no sólo roban a todos los demás, también terminan subordinando casi todo a sus propios intereses personales y aquellos de sus cómplices, una propensión que ayuda a explicar la prolongada decadencia nacional porque se sienten obligados a favorecer a empresarios amigos, de los cuales Lázaro Báez es un ejemplo caricaturesco. Por lo demás, al concentrarse en defender sus “conquistas” colectivas, generaciones de políticos se han comprometido con un modelo corporativista que, a juzgar por los resultados, fue programado para fracasar.

Desde el punto de vista de los líderes opositores más combativos, el que a medio país no le preocupe en absoluto la corrupción es motivo de frustración. Mientras que en algunas partes del mundo la mera sospecha de que un político ha embolsado algunas monedas sueltas bastará como para poner fin a su carrera pública, aquí los hay que pueden robar centenares de millones de dólares de las arcas públicas sin perder el apoyo de sus simpatizantes. No se trata sólo de la actitud de los muchos que carecen de acceso a información fidedigna y tienden a creer que todos los políticos son iguales, sino también de personas que a buen seguro saben muy bien que algunos se las han ingeniado para acumular fortunas por medios claramente ilícitos pero así y todo siguen respaldándolos. En la Argentina, estos cleptócratas militantes conforman la facción política más poderosa.

¿Debilitará no sólo a Alberto y sus partidarios sino también al oficialismo en su conjunto la crisis de las vacunas que acaba de estallar? Es posible. Si bien muchos parecen dispuestos a tolerar la corrupción si es sólo una cuestión de dinero, cuando lo que está en juego es la vida de parientes cercanos, vecinos y, tal vez, de uno mismo, el asunto deja de ser abstracto. Por el contrario, se hace muy pero muy personal, razón por la que podría incidir todavía más en la reputación del gobierno dominado por el kirchnerismo que la tragedia de Once del 22 de febrero de 2012 o la de Cromañón del 30 de diciembre de 2004, cuando los costos humanos de la corrupción enquistada en el sistema se hicieron dolorosamente visibles.

El revuelo provocado por la revelación del vacunatorio VIP en el ministerio de Salud asestó un golpe tan duro a Alberto que los hay que lo atribuyen a una maniobra kirchnerista destinada a serrucharle el piso. En un esfuerzo por atenuar el impacto, defenestró enseguida a Ginés, que ya había sido blanco de críticas furibundas por no haber entendido desde el vamos que el Covid-19 causaría una pandemia planetaria que se ensañaría con la Argentina, lo que era un tanto injusto porque lo mismo podría decirse de docenas de políticos e incluso de epidemiólogos en otras partes del mundo. Lo reemplazó por Carla Vizzotti que es de suponer habría sabido muy bien lo que sucedía pero que, en opinión de Alberto, tiene el mérito de no ser una incondicional de Cristina.

Asimismo, como es su costumbre, Alberto trató de desviar la atención de la gente atacando con su vehemencia habitual al periodismo; se mostró más enojado por el “escenario mediático de escarnio” que se había producido en torno a Ginés que por la conducta “reprochable” de quien había sido uno de los miembros más importantes del “gobierno de los científicos” que lo acompaña, pero sus palabras cayeron en el vacío. Mal que le pese, muchos dan por descontado que todos los funcionarios significantes, comenzando con él mismo, habían estado al tanto de las medidas destinadas a privilegiar a los considerados útiles por el gobierno y a abandonar a su suerte al resto de la población.

La escasez de vacunas, y la necesidad de tener que depender por un rato del plan Covax de la Organización Mundial de la Salud que ayuda a países que no están en condiciones de comprarlas en cantidades suficientes, está obligando al a modificar su estrategia electoral. Había esperado que la combinación de un programa épico de vacunación casi universal y una mejora económica posibilitada, cuando no, por el aumento notable del precio de la soja, reconciliaría a los votantes con el statu quo, pero tal y como están las cosas parecería que por algunos meses seguirán faltando vacunas y que, aun cuando haya cierta recuperación económica, distará de ser tan espectacular como prevén los optimistas que rodean a Guzmán.

En tiempos como los que corren, es imprescindible que la ciudadanía, con la excepción inevitable de una franja de quejosos congénitos, confíe en quienes gobiernan. Cuando Alberto empezaba su gestión, tuvo que reinventarse, echando a la canasta de basura al hombre que durante años había tratado a Cristina como una enferma mental peligrosa y dando a entender que la creía una estadista superdotada.

Aunque la farsa no fue muy convincente, muchos optaron por fingir tomarla en serio con la esperanza de que Alberto resultara ser tan astuto que lograra convertirse en un presidente de verdad, uno racional que no tardaría en liberarse de la tutela de su benefactora. Su reacción contundente ante la llegada de Covid-19 le permitió adquirir vida propia, pero a partir de marzo del año pasado su imagen se vería deslustrada por sus intentos de quedar bien con todos y por la sensación de que el Gobierno que formalmente encabeza es terriblemente ineficaz. Huelga decir que no lo han ayudado los avances constantes de los incondicionales de Cristina que están buscando el modo de aprovechar en beneficio propio la consternación ocasionada por los vacunatorios VIP.

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