jueves, 25 de marzo de 2021

HOMENAJE A DANTE ALIGHIERI AL CUMPLIRSE 700 AÑOS DE SU MUERTE EN 1321

JORGE LUIS BORGES, UN GUIA EN LA LECTURA DE LA DIVINA COMEDIA.(*)


Por Liliana Bellone y Antonio Gutiérrez

PRIMERA PARTE: EL AMOR.

A través de la lectura de Siete noches (1980) y Nueve ensayos dantescos (1982), puede atravesarse la geografía de La Divina Comedia de la mano de un lúcido e inigualable guía: Jorge Luis Borges, autor de esos dos textos magistrales surgidos de una serie de conferencias que brindara el autor de Fervor de Buenos Aires sobre la obra de Dante Alighieri.

Si bien es cierto que La Divina Comedia es un texto fundacional, irradiador de tanta energía que puede leerse en forma constante e involuntaria en toda la cultura occidental, aparece en innumerables ocasiones señalado de modo intencional y precisa, como ocurre en la escritura borgeana (“Poema conjetural”,” Inferno V,129”, Nueve ensayos dantescos, etc.).

Acto de lectura: Borges confiesa en Siete noches la experiencia vital que representó para él su primer acercamiento al texto italiano de La Comedia, en una edición italiana con traducción al inglés. Esa actividad no necesitó del gabinete ni del claustro académico, ya que se llevó adelante en los largos y tediosos viajes en tranvía que realizaba Borges para trasladarse, desde la zona norte de Buenos Aires hasta Almagro Sur a la Biblioteca donde trabajaba. Cuenta que leía primero un terceto en inglés y luego en italiano, después leía el canto completo en inglés y en italiano. Gracias a la hermandad entre el italiano y el castellano, a través de ese “modus operandi”, en un momento dado, cuando arriba a los versos del Paraíso, cuenta que comienza a leer directamente en italiano.

En Nueve ensayos dantescos (el mágico número 9, múltiplo de 3, base de la arquitectura dantesca desde la Vita Nuova), Borges comenta algunos cantos de La Divina Comedia, cantos que ha seleccionado porque los ha situado en la lectura de su propia vida, como quería Marcel Proust. La interpretación borgeana es por cierto una interpretación poética y a la vez erudita. Borges trabaja desde lo que podría llamarse la crítica del Maestro, como señala Gérard Genette. Hay en su lectura una preocupación por el otro, el semejante, preocupación que abrazara Dante, hombre de su época, inmerso en la historia, agobiado por la injusticia y el destierro y el convencimiento de la imposibilidad del encuentro amoroso que se representa en la relación entre Dante y Beatriz, una de las formas del amor cortés. Como contrapartida de ese amor sublime se encuentra el amor pasión encarnado en Francesca y Paolo que son castigados en el Círculo V de los lujuriosos arrastrados por un vendaval despiadado que los une y los separa a la vez. (…)

En Siete noches podemos escuchar la reflexión acerca del episodio de Francesca y Paolo (Canto V del Infierno) en donde Borges hace notar que de la dolorosa narración de Francesca que es quien habla, mientras Paolo permanece en silencio, se puede inferir que en el Inferno no hay espacio para el arrepentimiento, lo que torna ese lugar como un espacio sin mediaciones posibles, eterno y real, lugar del grito, del inexplicable estar (como una pesadilla, dirá Borges cuando analiza los sueños en el mismo libro, donde remite al efialtes griego, al íncubus latino y al Alp alemán, demonios opresores). El poeta florentino quiere saber acerca del amor, del inicio del amor, y descubre que Francesca y Paolo se han percatado de su atracción a partir de una lectura compartida: el libro-intermediario-celestino de la pasión, tema reproducido en la literaria universal (recordemos a Werther y a Carlota leyendo a Ossian y a Bécquer evocando la lectura de La Comedia en la Rima XXIX: “Creación de Dante era el libro; era su Infierno”, dice el poeta sevillano). Dante siente ternura, se compadece de los amanes pero también advierte que los dos condenados en la borrasca pueden hablar en plural, dice Borges, en un “nosotros” que implica un estar con el otro, el amor concreto, vedado al mismo Dante que alcanza a vislumbrar la plenitud del verdadero amor en el Canto XXX del Purgatorio, cuando Virgilio, su guía por el trasmundo, desaparece y aparece la bella Beatriz, quien lo guiará por los Cielos Concéntricos.

En el Canto XXXI del Paraíso, Beatriz sonreirá al poeta como despedida y se alejará, señala Borges, para subir al Empíreo, “donde lo remoto no es menos nítido que lo que está muy cerca”. El dolor de Dante es patético porque ocurre en el Paraíso. El Poeta no protesta, la tristeza lo invade como cuando Virgilio lo abandonara antes de llegar al Paraíso. ¿Su alma es también luz por la poesía? Sabe que el amor (el amor es equiparado al Amor Divino) es imposible. Borges habla de la idolatría de Dante hacia Beatriz. Es cierto, Dante constata que la belleza de Beatriz se acrecienta a medida que avanza en los Cielos para ascender a la Rosa Eterna. Es la forma última del amor. Imposible amor en los círculos del cielo, donde el Nombre de Dios todo lo inunda. Imposible también en el encuentro-desencuentro huracanado del infierno de los amantes pasionales del Círculo V del Infierno, que se rozan y se alejan, en ese lugar sin culpas y sin Dios, sin el nombre de Dios, lugar vedado para el amor, porque el amor sólo es posible, parcelado y rengo sobre la tierra.

Dante ve por última vez la sonrisa de Beatriz y cumple así la promesa que le hiciera en la Vita Nuova, ese libro de la juventud, donde le promete escribirle una obra magna y eterna.

(*) Parte de este texto pertenece al ensayo: “Jorge Luis Borges: un guía en la travesía poética de Dante Alighieri”, en Dante en América Latina, Università degli Studi di Cassino, Volumen I, Italia, 2007.

© Agensur.info

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