miércoles, 9 de diciembre de 2020

Maternidades

 Por Isabel Coixet

No tengo nada que opinar sobre los dos ‘sets’ de gemelos que se disputan un conocido cantante español y su expareja. Dios sabe las cosas que hay tras la fachada de la vida de las parejas, de cualquier pareja, y cualquier especulación sobra. Pero sí hay algo que, cada vez que sale la noticia en los medios, me hace pensar y mucho. Y supongo que lo que voy a decir puede parecerle mal a mucha gente o llevarla a estar en profundo desacuerdo conmigo. 

Pienso en la madre o las madres de esos niños. Intento ponerme en la piel de una mujer a la que han pagado para parir a dos o a cuatro niños y que ahora sólo los ve en foto en las páginas descoloridas de una revista. Y, esté donde esté, esa imagen va a afectarla y mucho. Estoy convencida de que las personas que cuentan con un ‘vientre de alquiler’ para ser padres son unos progenitores estupendos y aman a sus hijos con locura. Seguro. Pero estoy también más que convencida de que las mujeres que han parido a esos niños –a cambio de dinero o altruistamente, que de todo hay– pagan y pagarán un precio muy alto por haber renunciado a esos niños. Por muy claras que tengan las cosas. Aunque tengan más hijos. El cuerpo de una mujer recuerda. Recuerda a pesar de todas las circunstancias, a pesar de todo. Las mujeres que han abortado recuerdan. Las mujeres que dan a sus hijos en adopción recuerdan. Y por mucho que sea lo mejor para los niños, para ellas, para las familias, para quien sea, el vínculo, desde el momento de la gestación, existe. Y parece que, en aras de no sé muy bien qué, estamos haciendo como que no existe.

Hoy la maternidad es un concepto que llena las librerías, las universidades y las aulas de pensamiento con nociones que ponen en cuestión todo lo que creíamos saber sobre ella. Cada día se publican docenas de ensayos que diseccionan la manera en que la maternidad ha evolucionado y cómo las nuevas generaciones la manejan. Y, sin embargo, a mí se me antoja que, aunque creemos úteros artificiales y semen hecho con nanotecnología, las cuestiones fundamentales siguen siendo las mismas: muchas mujeres del Primer Mundo desean ser madres (aunque detesten a las suyas) y no quieran ser definidas por ello, y en el Tercer Mundo las mujeres dan a luz apenas salidas de las faldas de su madre sin cuestionarse si lo desean o no. Me basta mirar a mi alrededor para ver cómo hay mujeres estupendas que han descartado la maternidad por mil razones, todas válidas, y que no tienen el menor problema con el tema, mientras que otras sufren lo indecible en la lucha por ser madres, metiéndose en el proceloso periplo de las clínicas de fertilidad, esos organismos que, como los anuncios de las cremas anticelulíticas, empiezan por hacer sentir mal a sus clientas.

Uno de los mejores textos que he leído sobre la maternidad está en la novela de Guadalupe Nettel La hija única, publicada recientemente en Anagrama. Ser madre tras múltiples e infructuosos intentos. Ser madre de un polluelo que no ha salido del huevo que la paloma ha empollado. Ser madre de un bebé al que los médicos auguran una muerte pronta. Ser madre por unos momentos del niño de la casa de al lado, que maltrata a su madre, que no sabe cómo quererlo. Es un libro que te deja con el convencimiento de que no hay atajos hacia la maternidad. Y que ser madre es un milagro caprichoso, lleno de dolor y luz.

© XLSemanal

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