sábado, 5 de diciembre de 2020

Educadores

Por Fernando Savater

La ministra Celaá no deslumbra con certeras intuiciones ni nos agobia con perlas de ciencia infusa. Hay quien le reprocha esta austeridad sapiencial. Pero una vez que, quizá por descuido, afirmó algo verdadero y profundo, se le vino el mundo encima. Dijo: “Los hijos no pertenecen a los padres”. Le llamaron totalitaria, le acusaron de querer que el Estado sustituya a los padres y de manipular a los niños contra sus familias. 

Pero sólo ha dicho algo muy cierto. Intelectual y moralmente, los hijos no pertenecen en exclusiva a sus padres. De otro modo sobrarían las escuelas. Las aulas están para trascender lo familiar y entrenar para lo social: mostrando alternativas a lo que creen en casa y complementando científicamente lo que cuentan los papás. A veces, contradiciéndoles, porque hay padres que justifican el asesinato de guardias civiles con leyendas regionales o consideran piadoso inmolarse con un cinturón de explosivos a la puerta de un colegio. 

A los niños se les educa para que puedan elegir conscientemente ser como sus padres, como otros vecinos o inventarse un día su propia vida. Y tienen derecho a que se les haga una transfusión de sangre si la necesitan aunque sus mayores lo consideren pecado mortal...

La libertad de los padres es tener a su alcance una escuela de máxima calidad: pública y laica en la mayoría de los casos, confesional si quieren costeársela. Lo malo es que este Gobierno agresivamente ideológico hace mirar con desconfianza los contenidos de la enseñanza pública: memoria democrática antifranquista pero tolerante con el separatismo, sustitución del catecismo tradicional por otros también dogmáticos de género, ecolatría, animalismo... y postergación traicionera del castellano como lengua escolar. Hay padres laicos que no quieren cambiar las ocurrencias de los obispos por las de Irene Montero...

© El País (España)

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