martes, 17 de noviembre de 2020

‘In Spain we called it… soledad’

Por Isabel Coixet

«Hubo un tiempo en que conocíamos el mundo al dedillo»: así empieza un poema de Wisława Szymborska publicado en Canción negra (Nórdica Libros). Lo he comprado en una librería pequeña, en la que la librera lo está leyendo. Suspiramos al unísono, «Wisława…», y sonreímos con los ojos que ambas llevamos cubiertos por gafas. Hablamos del vaho en estas. En las ópticas empiezan a vender unos sprays antiniebla que, según la librera, no sirven para nada: hay que volver a frotar las gafas con jabón sólido aunque queden un poco pringosas.

Voy buscando un libro que no tiene y me dice que puede pedírmelo. Dudo. Me podría acercar a otra librería a ver si lo tienen, pero… «sea», digo. Quedamos en que me llamará cuando lo tenga. Con Wisława en el bolsillo, busco inconscientemente un bar donde sentarme y recuerdo que no hay. Camino un poco sonámbula, que es mi manera de deambular últimamente. Encuentro un quiosco donde se han reinventado sirviendo cafés y donuts. Me dan los periódicos, me dan un café, me ofrecen un donut, invitación de la casa. Rechazo el donut con una alegría inusitada. Y recuerdo las palabras del más ascético de mis amigos: «Me siento mejor rechazando algo que aceptándolo». Es fácil no aceptar algo cuando no te gusta demasiado. Pero yo no soy mi amigo y acabo aceptando el donut y comprando más revistas de las que estaba dispuesta a cargar para compensar.

Mi cerebro funciona con mecanismos de lagartija más que reptilianos. Busco un banco para tomarme el café y hojear la prensa, que hoy viene llena de noticias que sólo pueden asimilarse, asimilarse de verdad, con mezcal en vez de con café. Se me derrama la mitad del café en la portada del primer periódico al sentarme y, al lado de donde he puesto el bolso, se acaba de cagar una paloma.

Me siento de repente en una película noruega, aunque hace sol y la paloma ya está buscando otra persona a la que arruinarle la mañana. Lo bueno es que el periódico no trae ninguna noticia que ignorara. Las cosas van mal. Pero pueden ir a peor. O hasta seguir igual de mal por un tiempo indefinido. Ah, no, ya está aquí la agorera esta, dirán algunos de mis lectores. La hiena Tristón pesimista. Meganegativa. Muy poco constructiva. ¡Vamos! ¡Seguimos! ¡Que no decaiga! ¡Saldremos de esta! ¡Todo va a salir bien! ¡Tía, alegra esa cara!! ¡Sonríe y el mundo sonreirá contigo! (eso lo dijo alguien que nunca había visto una calle donde hasta los perros llevan mascarilla). Esto es como cuando te dicen que te relajes y automáticamente se te tensan hasta los músculos que no sabías que poseías.

Me como el donut que no me gusta y me lo como para no maldecir a la paloma, para no enfadarme con los que me dicen que me relaje, para que el azúcar glasé que inevitablemente me repetirá y me arruinará ya no la mañana sino el día me recuerde que aceptar las cosas que no me gustan es una manera más de autosabotaje. El dolor de estómago como sustitutivo del dolor de corazón. Nunca he sido una persona juiciosa. Como dice Rigoberta Bandini: «In Spain we called it… soledad».

© XLSemanal

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