domingo, 29 de noviembre de 2020

De populares, populistas e instituciones

Por Julio María Sanguinetti

Hemos vivido en Perú meses amargos. Separado de su cargo el presidente Pedro Pablo Kuczynski hace dos años, su sucesor Martín Vizcarra fue víctima de un impeachment en este fantasmagórico mes de noviembre, en que fue sustituido por Manuel Merino y, a la semana, por Francisco Sagasti, que parece hoy sostenerse como puede sobre sus dos piernas. En los alrededores de los años 70, no es muy imaginativo pensar que, ante semejante vacío de poder, las Fuerzas Armadas hubieran tenido una participación tajante y decisiva. 

Diríamos que es un ejemplo claro del repliegue militar en nuestro continente, fenómeno muy relevante que, como se fue alejando paso a paso, no concita demasiado interés en los habituales análisis.

Si miramos algo hacia atrás y recordamos el impeachment, en Brasil, del presidente Collor de Mello (1992) y el mucho más polémico de la recién reelegida Dilma Rousseff (2016); o el de Carlos Andrés Pérez en 1993, en Venezuela; el de Abdalá Bucaram en 1997, en Ecuador, o el más cercano de Fernando Lugo en Paraguay (2012), nos encontramos con crisis políticas de enorme magnitud que -mal o bien- se resolvieron dentro de los términos constitucionales. Al igual que una larga lista de episodios turbulentos en que los presidentes sortearon parecidos obstáculos. La mirada bifronte hacia esos episodios nos muestra un militarismo desvanecido, luego de medio siglo de ser recurrente árbitro de contiendas políticas pero, al mismo tiempo, unas democracias que navegan en medio de las incertidumbres de su sobrevivencia.

Entre Washington y Moscú hubo sí "guerra fría", pero en esta nuestra frontera fue hirviente y sangrienta

Naturalmente, no puede ignorarse que este alejamiento militar no es solo la resultancia de la sabiduría política, sino de la cancelación de la Guerra Fría, que se proyectó en una dialéctica dramática entre guerrillas inspiradas en la Revolución Cubana y golpes de Estado alentados para combatirlas. Entre Washington y Moscú hubo sí "guerra fría", pero en esta nuestra frontera fue hirviente y sangrienta. Contrapartida del repliegue militar, se vive el avance de los poderes judiciales como instancia de arbitraje de los conflictos políticos. Naturalmente, los jueces están preparados para resolver conflictos individuales entre las personas o entre ellas y el Estado, pero no para dirimir las recurrentes pulseadas entre gobiernos, oposiciones y liderazgos, con el fantasma de la corrupción como telón de fondo de esas disputas y el riesgo de su propia politización.

Estamos, entonces, ante democracias muy imperfectas. Y si algo faltara para corroborarlo, allí está la pandemia, que puso todo al rojo vivo y cada gobierno respondió en solitario conforme a su sano juicio. Ni en el Mercosur pudimos tener una respuesta concertada frente a una plaga que no reconoce fronteras. Esta vez hubo otra curiosidad en nuestro continente y es el inesperado populismo estadounidense, que culmina esta extravagante administración de Trump con una elección impugnada de antemano y contestada luego, sin prueba alguna, pese a los recuentos de votos y los unánimes fallos judiciales.

Lo cual nos lleva a las fronteras borrosas de ese nuevo fenómeno, que aun un pensador democrático consistente como Pierre Rosanvallon considera algo más permanente y del que rescata que no es solo una reacción ante la fatiga democrática, sino una propuesta para la crisis de la representación o las injusticias sociales. Es lo que muchos están diciendo hoy sobre EE.UU.: cae Trump pero no el trumpismo, porque si bien el Partido Demócrata aumentó, en votos, la mayoría que ya había obtenido Hillary Clinton hace cuatro años, del otro lado hay una enorme votación republicana, aun mayor que su antecedente. Es más, a la luz del resultado, se piensa con cierta lógica que Trump solo cae por su mal manejo de la pandemia.

La cuestión esencial es que Trump es un típico líder populista, porque tiene todos los síntomas de la enfermedad: caudillismo personalista; pretendido monopolio de la voluntad del pueblo, traicionada por las élites burocráticas y parlamentarias; cruzado frente al "enemigo" (que empezó siendo México y terminó siendo China); descalificación personal de los adversarios; nacionalismo exacerbado y emocionalmente retórico, todo ello al borde de la inconstitucionalidad, culminada con esta impugnación electoral digna de nuestras peores elecciones latinoamericanas. Pese a todo, sin embargo, no pudo transformar al "régimen" en populista, porque la Justicia es fuerte, la distribución federal del poder entre Estados es real, el Congreso y los medios de comunicación son activos y el peso de la historia es poderoso. Esto nos conduce, entonces, al desafío de fondo de nuestra América Latina, que es el fortalecimiento institucional, el respeto al Estado de Derecho, el acatamiento de la ley por costumbre (como reclamaba Alberdi), la independencia judicial y un debate político que, incluso fuerte ideológicamente, no apueste a las mentadas "grietas". Como nos recuerda Kant: "Los prejuicios, la superstición y el fanatismo representan las cadenas de que debe liberarnos la Ilustración".

Se requiere una pedagogía constante. Como lo dice también el maestro: "La Ilustración es asunto fácill in thesi, pero arduo y lento in hypothesi".Por esa razón hace unas semanas, incluso en un país de instituciones sólidas como nuestro Uruguay, escenificamos con nuestro colega el presidente Mujica un acto en vivo de republicanismo. Personalmente había pensado retirarme del Senado para continuar mi vida política como secretario general del Partido Colorado y hete aquí que Mujica, por reacción a la pandemia, pensó también en renunciar a su banca senaturial. Nuestra presidenta de la Asamblea ideó, entonces, una sesión solemne en que ambos expresidentes se retiraban del Senado conjuntamente y provocaban pronunciamientos afirmativos de todos los sectores. Ubicados en los extremos del espectro político, el abrazo que rubricó la ceremonia pretendió ser un mensaje de convivencia, de adversarios que, aun combatiéndose, se rinden ante la majestad de los espacios institucionales.

Los populismos normalmente nacen de un pronunciamiento popular que valida su legitimidad de origen. Esto se lo reconozco a Rosanvallon. El problema es cómo, por esa combinación de factores que señalamos, se va generando una ilegitimidad de ejercicio, que termina en cosas tan abusivas como el intento de Evo Morales de ser re-reelecto por cuarta vez o en la deriva que fue llevando a un Chávez, ungido por la multitud, hacia un autoritarismo que terminó en la grosera e incompetente dictadura de Maduro. Dicho de otro modo, todo son las instituciones. Como dicen Heráclito y el poeta T. S. Eliot, en el principio está el fin.

© La Nación 

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