domingo, 25 de octubre de 2020

Una crisis agónica tramitada por un gobierno imposible

Por Jorge Fernández Díaz

¿Qué significa la manida admonición kirchnerista "el capitalismo está al borde del abismo"? Significa que el capitalismo está parado en el borde del precipicio, mirando hacia abajo, y preguntándose qué corno estamos haciendo. ¿Y cuál es la nación más neutral del mundo? La Argentina: no interviene ni siquiera en sus propios asuntos internos. ¿Y cuáles son los períodos críticos que tiene por delante el cuarto gobierno kirchnerista? Son cuatro: primavera, verano, otoño e invierno.

Convenientemente adaptados a estos lares y a nuestro reconocido presente catastrófico, esas sátiras y amargas socarronerías pertenecen en realidad a los soviéticos, y fueron recopiladas por el sociólogo húngaro-argentino Tomás Várnagy en un magnífico libro de Eudeba en el que estudia la ironía clandestina en aquellos viejos regímenes fracasados. Su título alude a otra pregunta: ¿qué discurso pronunciaría Marx si volviera de la tumba y examinara lo que hicieron con sus diagnósticos originales? Diría: Proletarios de todos los países. ¡Perdonadnos!. El ensayo está lleno de bromas crueles, pero tiene calado profundo, y no cuesta demasiado aplicar los desastres canónicos del "socialismo real" a los desmadres económicos del "socialismo del siglo XXI".

El humor resulta siempre analgésico; sobre todo en tiempos alucinatorios y desesperados como los que atraviesa actualmente un país con una crisis agónica tramitada a los tumbos por un gobierno imposible. Tal vez la arquitecta egipcia, aquejada por la fatiga cognitiva del enclaustramiento, haya olvidado que no hay país ni poder, ni siquiera hay impunidad sin una economía. Cualquier alquimia leguleya, cualquier desplazamiento judicial, cualquier copamiento tribunalicio con vocación de colonización y autoamnistía se escribe sobre ceniza cuando la brisa huracanada del quebranto financiero no tiene retén ni da respiro, y cuando un ventarrón súbito y fatal amenaza con borrarlo todo y desmoronar los castillos mejor diseñados. Su plan original -vale la pena leer ciertos documentos partidarios y navegar un poco en YouTube- contemplaba dos años para salir de la recesión, con un lento desvanecimiento de las causas más comprometedoras; ganar las elecciones de medio término y avanzar recién allí con la "democratización" total del Poder Judicial y contra los medios de comunicación. Restaban luego la modificación fluctuante y a piacere del sistema electoral y finalmente una reforma de la Constitución, con el objeto de quedarse en las poltronas para toda la eternidad y reducir a la oposición a un mero racimo de sparrings que cada tanto simulara competitividad, pero que tuviera nula capacidad para ganar una pelea. Este programa de partido único, creado por la dinastía Kirchner y respaldado por La Cámpora, no aspiraba a construir un régimen chavista, sino una democracia apócrifa y feudal. Pero los planes sufrieron un duro revés con la pandemia. El estado de excepción y la sociedad encerrada operaron, al principio, como un espejismo y una tentación, pero el agravamiento económico y social, y los estragos gigantescos de la cuarentena eterna, lo estacionaron en un campo minado del que ya no saben cómo escapar.

Esa impotencia, hija de una profunda desorientación y una creciente debilidad, es el rasgo oculto pero central de un movimiento al que le fallan todas las fórmulas de antaño. Carece de crédito, reservas, regalías, precios exorbitantes de la soja, vientos de cola y aliados internacionales relevantes. A esto se agrega la tiranía del prejuicio, esa resistente telaraña ideológica que ha tejido a su alrededor, y que le impide un pragmatismo providencial. Para simular una fortaleza que no tiene, apenas le queda el insumo del miedo; ladrar y tirar tarascones para que no nos coman vivos, compañeros: amenazar la libertad de los periodistas, la carrera de jueces y fiscales, y la propiedad privada de algunos productores o empresarios. Pero este alarde bolivariano, esta actuación de fiereza fundada en una relativa capacidad de daño, delata precisamente una carencia y una fragilidad. Sin un plan económico convincente y un horizonte plausible Cristina Kirchner es un tigre de papel,como postula el politólogo Vicente Palermo, y su kirchnerismo se transforma en una verdadera hoja en el viento.

La situación es trágica para la Argentina y muy dramática para este conglomerado oficial, puesto que un tren sin frenos corre en dirección de colisión segura, y a veces sus líderes no atinan más que a pisar con mayor enjundia el acelerador de esa locomotora humeante. En la cabina se viven escenas de lucha y de vaivén ciertamente terroríficas. Beliz expone una tímida narrativa de moderación y Máximo lo desautoriza; el peronismo ofrece a Redrado y el cristinismo lo voltea; los justicialistas organizan un acto para fortalecer al Gobierno y la vicepresidenta no convoca ni asiste: brilla por su ausencia. Los festejos del 17 de octubre sintetizaron toda la patología; al final no resultaron ni un acto de poder ni mucho menos una ceremonia de unidad. No pudieron hacer efectivo ni siquiera un mecanismo digital de participación masiva, y los sindicalistas multimillonarios acabaron acusando a "los pibes para la liberación". Y viceversa. Por suerte, alguien tuvo la idea salvadora de crear una conjura imperialista y sacar el problema afuera: deben ser los hackers, deben ser. La Pasionaria del Calafate no quiso aparecer en la estampita, y su hijo hizo malabarismos para no hacerse notar junto al regente que ambos eligieron, como si el presidente accidental ya les resultara un quemo, y no quisieran evidencias gráficas de apoyo expreso instantes antes de un porrazo. Ya se sabe que los Kirchner son alérgicos a las esquirlas, aunque esta vez difícilmente logren evitarlas. Puede que su dios sea peronista, pero no hace milagros. La intransigencia de la dinastía, casada con un dogma que tal vez el propio Néstor consideraría un anacronismo o una imbecilidad dadas las condiciones externas e internas, convierte en muy difícil la única salida posible. Que no queda en los pasillos de la radicalización, sino en un centro práctico que dé certidumbres, celebre acuerdos y no pretenda inventar la pólvora. Corren rumores de que alguien en la Casa Rosada le ha solicitado a Lavagna un plan B, y que este habría pedido manos libres no solo en el Ministerio de Economía y el Banco Central, sino también en Cancillería. Quizá se trate de una operación o de una fantasía, pero el solo rumor, surgido de usinas oficialistas, indica que tal vez el peronismo esté dispuesto a acompañar a la doctora hasta la puerta del cementerio, pero que sea renuente a dejarse sepultar con fanfarrias. La política exterior no puede eludir a Estados Unidos ni a la Unión Europea, y mucho menos a Brasil, por más que en el Instituto Patria persistan las admoniciones anticapitalistas que los soviéticos tomaban a la chacota. Mientras este compás de espera sucede, y el tictac de la bomba neutrónica resuena en sus oídos -jamás el peronismo se había encontrado en semejante peligro de implosión- puede suceder cualquier cosa. Hay, como diría Dante Panzeri, una dinámica de lo impensado: una toma de tierras, un linchamiento, una represión, una rebelión civil, un crac, un Rodrigazo. Cualquier incidente o insensatez puede acercarle un fósforo al polvorín y modificar toda la historia. Termino con otro chiste ruso adaptado a la penuria argenta: "¿Es el socialismo del siglo XXI una ciencia? No. Si lo fuera, lo habrían probado primero en animales".

© La Nación

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